Todos podemos ser un doctor. No cualquiera puede ser un señor. Tu abuela
Uno: Tu abuela. SÃ, mi abuela. Digo que tu abuela puede haberlo dicho, y de hecho lo dijo todos los domingos que Ãbamos a comer y alguno de nosotros le ofrecÃa levantar la mesa. Pero no es sabidurÃa popular. Ella lo decÃa ante tu ofrecimiento. Ves, es un señor. La ese de señor pronunciada por la nona sonaba como viento sur un 5 de julio.
Cosa rara esa de evaluar la caballerosidad o buena educación de alguien a la hora de poner o sacar la mesa, acompañando a la dueña de casa, que valorará el gesto como marca en el orillo de buena gente. Actividad menor, extender mantel, situar platos, preguntar por la panera, y todo con las correcciones que ella hará respecto de ubicaciones de utensilios varios para mostrar que ella sÃ, ella y sólo ella, conoce de lugares exactos. Rúbrica "DOC" de lo mejor de lo mejor.
Todos podemos ser un doctor. No cualquiera puede ser un señor. Mentira. Un espantosa mentira. Y todo dicho con respeto por tu abuelita. ¡Tu abuela!
Dos: La ceremonia es propia del Chavo. DÃgame licenciado, decÃa el monumental Gómez Bolaños desde su metro sesenta y el Profesor Jirafales, ahora vestido de saco y corbata grises y pobres le respondÃa "Licenciado". El padre del ChapulÃn simplemente agradecÃa.
La primera vez que fui a una audiencia en tribunales fue por un choque. Resulta que no tuve mejor idea que frenar en el semáforo de Pellegrini y Corrientes cuando la luz fue roja. La señora que manejaba detrás de mà no compartió mi idea y visitó con la trompa de su auto el baúl del mÃo. En el pasillo del segundo piso, mirando hacia Montevideo, creo, estábamos todos: ella, la daltónica andá a la lavar los platos y su abogado, un señor que me iba a enterar luego era el abogado de la compañÃa de seguros de ella, mi abogado y yo. Cuando vino el momento de las presentaciones, mi duda era si darle la mano a la visitante de mi baúl, torpe especie del ser humano que, estoy seguro, una vez que se descifre el genoma humano, deberÃa tener un chip menos, justo el imprescindible para ubicarse en tiempo y espacio a la hora de manejar un automóvil. No la saludo, pensé yo, si esto es un juicio, o sea una pelea civilizada entre nosotros, pero pelea al fin. Mi abogado abrió el fuego y le estrechó la diestra al abogado de ella al grito (porque gritó, eso no fue tono elevado) "doctor qué gusto verlo, buen dÃa", le siguió el de la compañÃa de seguros al grito (otra vez) de doctor cuánto hace que no te veo y me parece que le decÃa a mi profesional, y el letrado de la insana que repetÃa doctor, che, qué bueno encontrarlo en esta audiencia. Mucha mano sacudida, mucho doctor de acá para allá y nosotros dos, los que Ãbamos a la lucha, ni jota. Ni saludo ni mucho menos doctor. La mujer chocadora me miró de repente, me extendió la mano y me dijo algo de forma. Nos saludamos con cariños pensando que no formábamos parte de ese reino doctoral y que más vale que nos cuidáramos entre nosotros porque el tÃtulo profesional es un signo de casta mayor. Pertenecer, pensé, tiene sus privilegios.
Cada abogado que pasó por el pasillo en donde esperábamos saludaba a los leguleyos con un buen dÃa doctor estentóreo. La empleada del juzgado nos llamó a la audiencia, mirando a los hombres: doctores, pueden pasar. Chocadora y chocado dudamos si tenÃamos algo que ver en todo esto.
Cuando pedà mi cortado en el bar de tribunales vi que mi abogado volvÃa a saludar al de la compañÃa de seguros. Che, Armando, vas a jugar al futbol al campeonato. Ahora entiendo, me dijiste. Doctor en el pasillo, frente al pueblo (¿al publico?). Acá se juega al futbol. ¡Tu abuela!
Tres: Primero fue el creativo intendente de la ciudad de Buenos Aires. Podrás decir lo que quieras, pero el hombre tiene sentido del humor y sentido común. Que no es poco. Explicó que él estudió en una especie de Instituto privado con docentes de prestigio que les expedÃa un reconocimiento de Licenciados aunque el estado no los reconociera. Al final, Jorge Telerman pidió que no le digan Licenciado sino Licencioso, que le gustaba más. Ahora resultó que el Gobernador de Chubut Mario Das Neves es apenas "aboga" y no doctor. La propia oficina de prensa del hombre explicó que tiene cursada el 80 por ciento de la carrera. Le corresponden más de las tres cuartas partes del doctorado, uno cree. Pero, claro, estos hechos de los últimos dÃas, no son nuevos. Tuvimos jueces que no habÃan cursado ni Introducción al Derecho, avisos en los diarios que pedÃan profesionales no recibidos en determinadas universidades en determinados años y mucho más.
Sin embargo, el caso más resonante es el del señor Juan Carlos Blumberg que se autotituló Ingeniero por años. No es cierto que al hombre le confundieron su grado de estudios y él, por omisión, se dejó confundir. Por acción, Blumberg se definió como Ingeniero en actos públicos ante los tribunales, acuñó tarjetas personales con el tÃtulo que no tiene, respondió a cada llamado que lo distinguió con el grado profesional. Hasta aquà otro Telerman, otro Das Neves. El problema fue que el Ingeniero fallido es el mismo que pidió ser reconocido por la sociedad como el representante espontáneo de lo que está mal en la Argentina. Con deliberación y aprobación popular, él mismo fue el censor de los errores de los mandatarios populares, controló desde el balcón a los diputados, movilizó a miles hasta los tribunales, proclamó frente a la Casa Rosada los errores de sus habitantes. Su grado de exigencia a los otros fue tan grande como su papelón ante el ocultamiento propio.
La pregunta final serÃa: ¿Blumberg mintió por él o por los demás? ¿Es más importante ser ingeniero para Juan Carlos o para los que escuchaban y apoyaban a Blumberg? Si es cierto lo que decÃa tu abuela, Blumberg debió haber mentido por una especie de frustración personal de no haber concluido con la universidad. A él, no le alcanzaba con ser "señor". Su ego, el de su familia o lo que fuera, requerÃa un doctor, licenciado o ingeniero.
Si en cambio tu abuela se equivoca, a la mayorÃa de nosotros, como en el pasillo de tribunales en medio de debate de un choque, necesitamos de la aprobación externa de las formas para respetar, obedecer e incluso temer a quien tenemos enfrente. Otra vez, ¡tu abuela!
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