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Viernes, 27 de julio de 2007
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Ring!

Por Beatriz G. Suárez *
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Suenan, por todas partes, la calle, el colectivo, la orilla del río, la noche. De día, a las cuatro y veinte, a las dos y diez.

Suenan, atiborrando sueños, interrumpiéndolos, en el medio de un beso apasionado, como un adversario de todo, que se opusiera incluso a la mayoría de las cosas.

Con diferentes tonos entran por las orejas, si no es mensaje es llamado pero ahí está y: suena. En ajedrez maldito con el silencio y el diálogo, compitiendo con el canto del gorrión o el relato paciente de un cuento.

Suenan, dan noticias, desesperan, hacen latir el corazón mas rápido (haciéndonos el verso de encerrar maravillosas verdades).

Se escuchan en el almuerzo, los comensales dejan la mesa, los espectadores se levantan del cine, el señor sale de la cola, el padre se aparta, una chica se escapa al baño, alguien estaciona o maneja a paso de tortuga, otro no saluda.

Toda la gente está rabiosamente de acuerdo. Se han convertido en necesarios y quien no tiene uno habita el desasosiego moderno.

Por ellos las palabras viajan, dan vueltas al mundo, olvidan la posta y la tranquilidad.

Están en las casas linderas, los poseen las madres, los ciclistas manejan con una sola mano mientras el alma va relatando en dos ruedas, mozos, enfermeros, el verdulero tiene uno y si suena me abandona y el kilo de tomates espera, espera, espera.

Me siento víctima o suplente, en segundo plano, al descuido, siempre ellos son los importantes aunque llame Montoto, aunque el mensaje sea "se terminó la mayonesa".

Suenan en sinfonías, cumbias, canciones viejas, ruiditos de perros, sapos, y cuanto mas espantosamente cotidianos mejor. Plan. Ring. Cua. Guau. Miau. El bombón asesino.

Pasan ilusionados y con la aspiración de querer comunicar en párrafos fugaces.

Con tapita o sin ella, anunciando incendios, cumpleaños o el horario de la pastilla. Refugian el fastidio, adormecen, dan un aliento perentorio y una felicitación de compromiso.

Han sustituido al apretón de manos, la visita, el acto supremo de encontrarse, la carta; son ladrones de mecanografía. Para colmo existen en la nada, el aire, los satélites, la banquina indefensa donde no hay registros y a las cosas se las lleva el viento.

Toman por asalto a la ciudad que, en infinitos tonos, parece desconcertada.

Se los ve por la tele, la radio, periodistas, presidentes, futbolistas, vedettes, cadetes, amigos y enemigos relatándose anécdotas mordaces y el renglón incompleto de cualquier pensamiento.

Suenan o sonamos nosotros agregando oraciones o notas desiguales en la música propia de estos años.

¿Derivarán en algún profundo beneficio? ¿servirán para que estemos menos solos? ¿será el comienzo de lo que no entendemos?

Un concentrado de letras y números le ha puesto nombre al mundo y a cualquier hora se multiplica en extraño concierto, el llamador voltea el presente bajo promesa de dar noticias frescas.

El extraordinario interés con que se los atiende no se si alcanza a equiparar el abrazo de toda la tradición.

Suenan, con fabulosos argumentos.

A veces son mas vicio que progreso. Que progreso encerrado en cajitas

grises.

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