Fernando:
Don Nicanor me ha dejado una carta para usted, cerrada, en un sobre de papel manila bastante grandecito. El contenido (el del sobre) debe ser nutritivo a juzgar por el grosor del mismo. No lo he abierto. Las cartas, en los tiempos del email, se han transformado en un privilegio de muy pocos, sobre todo si están escritas a mano y con estilográfica (pero eso ya es sólo para una elite). Yo sigo escribiendo a máquina (es la millonésima vez que lo consigno). Se la envÃo quizás (pero no lo creo) con algún temor, aunque debe ser asà porque noto con curiosidad que lo he tratado de usted. Le llevará el sobre mi hija Carolina, que tiene que ir por esos lares. Gary.
Apreciado Fernando:
Rosario es como un departamento pequeño, como el mÃo, al que algún dÃa lo invitaré para el ritual del gin con naranja. Usted no me trata mal del todo, pero como decÃa mi tÃa, una de mis tÃas, usted suele parecer más desconfiado que mula tuerta, aunque a una mula tuerta le debemos mucho los argentinos: fue en su lomo que San MartÃn cruzó los Andes.
Ya no me molestan demasiado. En realidad, casi nada. Le dirÃa que nada. Pero en la memoria los fantasmas sà son sumamente molestos. Encuentro unos papeles que escribà hacia marzo de 2002 con el tÃtulo, que ahora me parece curioso, de "Texto sobre textos que tratan de otros textos hasta llegar a algún sitio donde ya no se encuentra texto alguno". En realidad son comentarios a citas que habÃa tomado de una novela que usted por razones múltiples no deberÃa dejar de leer pero que jamás le prestaré. Es de un autor italiano no muy conocido, Giovanni Arpino, y se llama "La hora del adiós". Es uno de los 77 libros que llevarÃa a una isla desierta, como contestación a esa absurda pregunta de qué libro se llevarÃa usted a una isla desierta. Si no puedo llevar los 77 de rigor pues bien, no llevarÃa ninguno y dejarÃa trabajar la memoria. Notará usted, que me conoce poco, que más de una vez pongo en mis escritos a máquina una letra en lugar de otra. Digamos la "u" en lugar de la "i"; la "r" en vez de la "t"; la "k" y no la "j" o la "l" que corresponden. Mis dedos están un tanto torcidos por la osteoporosis, por lo cual apuntan a la tecla que debe ser pero le pegan a otra. Sin remedio, che, como dirÃa creo que el Ñato Desiderio. (En mis tiempos, en aquellos tiempos que eran los de la máquina de escribir, descubrà trascendente descubrimiento, sin dudas que una buena cantidad de periodistas hacÃa las tachaduras de diferente manera. Algunos, sobre todo en la sección de los editorialistas, tachaban al leer el material con lapicera fuente y uno de ellos hacÃa ostentación de una lapicera que valÃa la pena mostrar. En la sección Deportes se utilizaba, en general, la equis (x), que no tacha del todo mal. Pero un compañero en Información General me sugirió que probara con la eme (m) porque la tachadura quedaba menos legible. HabÃa otro que solÃa divertirse tachando con dibujitos que hacÃa con las mismas letras de la máquina de escribir. Lo hacÃa bien, y creo que solÃa divertirse en esas largas noches de verano en que nos quedábamos de guardia y no venÃa nadie ni pasaba nada. Hubo unos años pero no los recuerdo con exactitud en los que durante los meses de verano no habÃa ni grandes huelgas ni golpes de estado ni cuartelazos ni cosas por el estilo. Eran aquellos tiempos en los que el fútbol sólo se jugaba los domingos y en el Independencia ese mismo dÃa habÃa carrera de puros y los sábados se corrÃan las cuadreras, más abigarradas y más cortas. En Corrección las pruebas del taller tipográfico llegaban húmedas y se corregÃa con el llamado lápiz de tinta. ¿A qué vienen todas estas memorias ya contadas? A que por eso pudimos descubrir al tipo que dejaba mensajes siniestros en las máquinas de los compañeros. No pudo evitar su costumbre de hacer algunas tachaduras con la hache (h) y la ka (k) y un cero en mayúsculas. En su máquina, que era una que tenÃa el tipo versalita, la diferencia se hacÃa más notoria).
Bien. Vuelvo al relato de Arpino y cito: "Es la vida. ¿La vida? ¿Cuál? Hay caras nuevas en el bar" ¿Y por qué no? La vida puede ser nada más que eso: caras nuevas en un bar. Quiero decir, los cambios que se producen en la vida de un hombre de cierta edad. Caras nuevas en un bar, caras nuevas en una sastrerÃa, caras nuevas en la calle, en una cuadra cualquiera; caras nuevas en un banco de la plaza, caras nuevas que miran hacia el rÃo. Caras nuevas que nadie sabe que son como máscaras de caras que ya han sido máscaras y que reemplazaron hace siglos a las primeras caras, a ésas que fueron las verdaderas, las que se usaron originalmente y las perversiones de la sociedad fueron modificando. ¿Existen caras nuevas? Habrá una mayorÃa de contestaciones rotundas: sÃ. Eugene O'Neill dudarÃa en afirmar ese sÃ. No existen las caras originales. Solamente son originales las caras que CartierBresson tomó del hombre de Neardenthal (¿se escribe asÃ?, para eso son útiles los diccionarios). Dios debe estar cansado de nuestras caras y no encuentra la verdadera, aquélla con la que fuimos creados.
La primera lÃnea de la novela de Arpino es una frase que el profesor Giovanni Bertola habÃa anotado en una pizarra: "La vida es estilo o es error". Eso junto a todos los garabatos matemáticos que ya habÃa escrito en esa misma pizarra. Bertola es matemático y ha sido profesor de su joven discÃpulo, Carlo Meroni, que lo visita todos los domingos. Bertola, que anda por los 86 años, no recuerdo con exactitud si algunos más o menos, considera a Carlo Meroni su mejor discÃpulo: los dos son lógicos matemáticos. Una de las certidumbres que Bertola trata de inculcar a su amigo un tanto más joven es que las certezas matemáticas de ayer son las que sostienen el puerco mundo de hoy. No sé, Fernando, si usted llegó a conocer a Gardelli, de quien ya le he hablado en alguna oportunidad y a quien seguramente mi amigo Gary le habrá nombrado más de una vez. En uno de sus libros habla de la puerca soledad. ¿No le parece exacta esa palabra que tan poco se usa, y acaso sea mejor porque debe ser aplicada con cuidado? Es mucho más definitiva que otras que aparentemente son más fuertes, sobre todo hoy que la vulgaridad generalizada cree que un insulto significa algo. Aunque a veces se me ocurre pensar que esos presuntos y arrogantes censores solamente conocen insultos y de ellos parten sus reflexiones que suelen ser, eso sÃ, un insulto para el engañado lector. Usted, por cierto, es de aquellos que no se dejarán engañar fácilmente. Vuelvo a la novela de Arpino. Meroni dedicaba la tarde de los domingos para visitar a su viejo profesor con verdadera fidelidad. Jugaban al ajedrez. El joven solÃa dejarse ganar, pero con mucho cuidado: "El profesor era incoherente y lo acuciaban demasiados impulsos de desafÃo, pero hubiera captado al vuelo un voluntario error del joven."
Pero si hablamos de ajedrez, Fernando, fÃjese usted que nadie puede jugarlo igual después de los dos poemas que Borges dedicó a ese juego de remotos orÃgenes. El poeta impide que todo jugador de ajedrez que haya comprendido el sentido último de sus versos pueda ser el mismo frente al tablero. Ya no sabrá, sea de forma consciente o inconsciente, quién en realidad mueve las piezas. Sus manos y su mente son meros instrumentos de algo superior. No interesa demasiado, para el caso, si se cree o no en algo superior, en un Ser Superior; lo que determina la actitud es sólo pensar que cuando se mueve un peón, ya no digamos la reina, la jugada no es de uno, no pertenece a las intrincadas (o no tanto) rutas por las que deambula casi siempre, o siempre, su inteligencia, la inteligencia. Hay afortunados jugadores de ajedrez que no han leÃdo los poemas de Borges. Entonces, empobrecidos, apenas piensan en el tablero de ajedrez, en sus piezas.
Hola a los dos, mis viejos amigos, mis amigos viejos:
Gary, gracias por el "encargo": si algo me faltaba era editar los textos de Nicanor. Noto con tu misma curiosidad que ahora me tratás de usted. Si fuera un irrespetuoso, podrÃa pensar que los años están nublando tu entendimiento, pero prefiero creer que no es más que una ironÃa de tu parte.
Don Nicanor (a usted no voy a tutearlo), intenté conservar intacto el contenido de su carta digresiones y paréntesis incluidos aunque advertirá que modifiqué algunos detalles para que estuviera más legible. Desde ya, perdón por esas correcciones. Si está de acuerdo, seguiré con la transcripción la próxima semana. Me despido con dos citas. La primera, de un artÃculo de Rodrigo Fresán: "... Y esta pregunta (que el escritor Eduardo Mendoza desmontó con un tan ingenioso como lógico 'Si tuviera que llevarme un solo libro a una isla desierta, preferirÃa morir en el naufragio') es en realidad una pregunta bastante tramposa". La segunda, de un cuento de Rodolfo Walsh: "La posición de zugzwang expliqué es en ajedrez aquella en que se pierde por estar obligado a jugar. Se pierde porque cualquier movida que uno haga es mala. Se pierde no por lo que hizo el contrario, sino por lo que uno está obligado a hacer. Se pierde porque uno no puede, como en el póker, decir 'paso' y dejar que juegue el otro. Se pierde porque...".
Un abrazo a los dos. Fernando.
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