No deberÃa sorprendernos la emergencia reciente de discursos racistas durante el conflicto entre entidades representativas del quehacer agropecuario y el gobierno nacional a causa de las retenciones impuestas. Sin embargo, lo que sà sorprende es que pocos sectores de la sociedad civil señalaran su desagrado con estas expresiones de intolerancia que poco tardan en pasar de las palabras a la acción de exterminio. En efecto, las prácticas de sometimiento a la explotación y la opresión de crecientes contingentes poblacionales ha ido siempre acompañada de discursos justificarios del despojo basados en la descalificación de las vÃctimas, sean estas indios, negros, mujeres, extranjeros, etc. La persistencia de la exclusión social, va tornando a la sociedad cada vez más perversa, la naturalización de las injusticias parece ir anestesiando al conjunto de modo tal que las infamias y lo inaudito pasen desapercibidos en medio del proceso de alienación colectiva. Por ejemplo los dichos de un parlanchÃn de chismes sugiriendo colocar granadas en los desechos para que provoquen la muerte de los cartoneros. Digno émulo del nazi Himmler, quien quizá no imaginó tener discÃpulos en Sudamérica en pleno siglo XXI. O por ejemplo que en tanto se habilita judicialmente a un policÃa torturador a asumir en su banca legislativa se mantenga en prisión, vÃctima de múltiples violencias sociales, de género, a la joven Romina Tejerina. Cruel sociedad la que ampara atrocidades como las descriptas y podrÃamos añadir otras como por ejemplo el extenso listado de presos sociales y polÃticos que padecen la judicialización y criminalización de la protesta popular. Largo será el caminos de lucha para poder vislumbrar la posibilidad de relaciones humanas basadas en la solidaridad y los valores fraternos, desplazando a la codicia y prepotencia de minorÃas insaciables y predadoras.
Carlos A. Solero
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