A Maradona, de una madre
Hace unos años cuando Diego Maradona luchaba contra su severa enfermedad, yo hacÃa lo mismo con una dolencia distinta, que me afectaba seriamente. Mirándolo desde la televisión, a través del cristal meramente humano, me sentÃa absolutamente hermanada con aquel joven doliente que por haber pateado la pelota como pocos, todos se empeñaban en recuperarlo como Ãdolo.
Yo simplemente deseaba que sanáramos. El y yo. Simplemente dos seres humanos comunes, enfermos.
Reconozco que su mejorÃa y la mÃa primero me alegraron, luego me asustaron un poco. HabÃa que cuidarse, no fuera cosa de volver a caer.
Seguà sus movimientos de hombre, reconozco que muy poco interesada en sus éxitos futbolÃsticos.
Pero claro cuando se lo nombró director técnico de la selección nacional de cara al Mundial de fútbol, fue otra cosa. Allà presté atención a cada una de sus declaraciones. En realidad me importaba poco lo que decÃa. Lo que acaparaba mi atención era "cómo" lo decÃa. Y lo vi, sereno, maduro, inteligente, un poquito engreÃdo (como para no), y me tranquilicé. Estaba sano. Desde mi salud, a solas, brindé por los dos.
Y seguà sus movimientos paso a paso, sus cruzados brazos nerviosos, apretando un saco que no le sentaba bien, sus gritos de estÃmulo a los muchachos, sus gritos de gol, su salto de alegrÃa compartida, su risa franca, feliz.
Hoy, quiero decirle desde mi experiencia que no es poca, que yo en su lugar llorarÃa un poco ó bastante, luego secarÃa mis ojos para poder ver con claridad cuáles fueron los errores cometidos que hay que desterrar, y por último retomarÃa mis proyectos con más fuerza que nunca. Porque la vida de los valientes (y él es uno de ellos) se trata de eso, de aprender, y darle para adelante, siempre.
Edith Michelotti
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