Entre las nefastas secuelas de las últimas décadas en la región, una de ellas fue el silenciamiento forzado de las voces disidentes que expresaban su oposición ante las injusticias sociales.
En efecto, el terrorismo de Estado llevó adelante una sistemástica destrucción del pensamiento crÃtico, aniquilando vidas humanas, pero también destruyendo libros, diezmando bibliotecas populares, censurando expresiones de las ciencias y las artes y por supuesto a sus hacedores. Miles de muertos, desaparecidos, forzados al exilio externo o interno.
Una metódica campaña de vaciamiento cultural que iniciada en 1966 con la fatÃdica Noche de los bastones largos, continuó desde 1975 y tuvo su correlato en los años noventa.
Nuestros jóvenes, al igual que el personaje de la pelÃcula de Eliseo Subiela, Ultimas imágenes del naufragio, fueron perdiendo el uso de las palabras y en su reemplazo les impusieron la chabacanerÃa aliada a un consumissmo desenfrenado.
La Ley Federal de Educación desestructuró la escuela pública, contando para ello con múltiples complicidades, generando analfabetos funcionales.
Son unos cuantos miles en la región Argentina los jóvenes que no estudian, ni trabajan, no son ellos quienes eligen su triste destino, el perverso sistema los lanza hacia el abismo de la exclusión social. Tornándolos vÃctimas potenciales de las adicciones y el desamparo. Esta es una violencia no sólo simbólica, sino también concreta.
Es por eso tan importante la tarea de recuperar los espacios barriales de clubes y bibliotecas, la creación de los Bachilleres Populares. Para encarar la impostergable tarea que, siguiendo a Paulo Freire, podrÃamos llamar de recuperación de la palabra.
Palabras que impliquen una mirada crÃtica de la realidad social, para empuñar el destino en las propias manos.
Carlos A. Solero
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