La banalidad de la alegrÃa
SonrÃen, los tres, cada vez que alguien dice "un gobierno no puede tomar la bandera de los Derechos Humanos". SonrÃen siempre que se dice eso. Y no es casualidad que sean estos tres. Siempre. Porque si acaso quien lo dice tiene razón, si acierta, es que habrÃan logrado su objetivo en los hechos. Y si la realidad desmiente a quien dice eso, también sonrÃen: porque saben que han hecho carne sus objetivos en un modo de ver subjetivo generalizado. Han logrado que eso se crea, naturalizando la creencia. Y lo mismo vale para "la polÃtica es sucia", "los gremialistas son todos corruptos", "el Estado no sirve" y para tantas otras. Hay muchos pasos dados, para que estos tres dejen de sonreÃr. Pero siguen teniendo, aun, con todos los pasos dados, motivos para sonreÃr. Y proveedores de sonrisas. Y nuestra alegrÃa tendrá -ojalá- la consistencia que sólo la conciencia de la sonrisa de estos le puede dar. Si no... la banalidad la va a amenazar. Porque la banalidad, y la banalidad de la alegrÃa muy especialmente, es quizás el eje central de la hegemonÃa de aquellos que continúan la obra de esta trinidad sonriente. Y acá acaba la reflexión y acaso empieza la tarea.
Cualquiera que diga lo de más arriba, y todas sus variantes, tiene que saber - y tenemos que acompañar a que comprenda- que, no importando si tiene razón o no, está generando esas sonrisas. La sonrisa de estos tres. Perpetuándola. Hay mucho hecho. Pero también mucho por hacer. La celebración de los logros vale en sà misma. Con todos sus lÃmites. Por los lÃmites mismos es que hay que celebrarlos. Y lo vamos a hacer.
Pero esa celebración puede ser también alimento y combustible para una tarea en la que todavÃa tenemos mucho por andar. Aunque lo sabemos, probablemente igual valga recordárnoslo.
Néstor Borri
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