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Domingo, 29 de marzo de 2009
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MEMORIA. El Museo Regional de la ciudad de San Lorenzo y la historia de Alberto Losada, un NN que recuperó su identidad.

Testimonio de la herida permanente

El de Alberto Isidoro Losada fue el único de los cuerpos enterrados como NN en 1975 en el cementerio municipal de San Lorenzo, cuya identidad pudo ser recuperada. La lucha tenaz de su familia durante todos estos años, el espacio abierto en el museo sanlorencino, el compromiso de la vicegobernadora Griselda Tessio y el trabajo minucioso, científico y testimonial del antropólogo Juan Nóbile.

Por Alicia Simeoni
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La estampa de Alberto Losada a los 20 años. Dos años más tarde sería asesinado y enterrado como NN en San Lorenzo.

"Es una tristeza tan grande que te den semejante 'chicazo' en una urnita así de pequeña". Américo Losada, 81 años, residente en Córdoba, dibuja con sus manos el tamaño del pequeño espacio que ocupaban las cenizas de su hijo cuyos restos fueron encontrados, y luego identificados, en el cementerio municipal de la ciudad de San Lorenzo. El de Alberto Isidoro Losada fue el único de los cuerpos enterrados como NN en 1975 cuya identidad pudo ser recuperada y su estampa fotográfica de cuando tenía alrededor de 20 años -lo asesinó el terrorismo de Estado a los 22-, integra ahora la muestra Espacio de la Memoria del Museo Regional de la ciudad de San Lorenzo. Esa muestra que armó y preparó el antropólogo Juan Nóbile, quien es perito oficial nombrado por el Juzgado Federal Nº 4 de Rosario para investigar los enterramientos clandestinos en la necrópolis de la vecina ciudad, está dedicada ahora a que nadie olvide el genocidio, al compromiso con la vida y con la educación permanente de la sociedad. Américo Losada y su hija Marta, casi cuatro años menor que Alberto, fueron los invitados especiales de la presentación que Nóbile hizo, en Rosario, del Espacio Memoria junto al intendente sanlorencino Leonardo Raimundo y a la vicegobernadora Griselda Tessio, en la Sala Rodolfo Walsh de la sede del gobierno provincial. Homenaje a la tenacidad del padre en la incansable búsqueda de su hijo. Testimonio de la herida permanente en la vida de una de las 30.000 familias que en la Argentina quedaron destrozadas por la acción del terrorismo de Estado que comenzó mucho antes del golpe militar de 1976. Los familiares, cada uno, hizo lo que pudo con su dolor.

"No puedo decir que estoy alegre porque lo encontré después de tanto buscarlo, sólo tengo un poco más de paz porque sé donde está, pero el dolor es el mismo. Piense lo que significó que entraran a mi casa a semejante muchacho, medía 1.97, adentro de una urnita. Yo no vi cuando armaron sus restos, no quise llevar más angustia a mi mujer que tenía miedo que me hiciera mal. Pero sí lo vio mi hija Marta y no tuvo dudas, era Alberto. Yo ya había visto algo de las excavaciones en el cementerio de San Vicente, en Córdoba, y me daba mucha rabia y dolor. Pero me sobreponía un poco, esos restos no eran de mi hijo". En este caso el desempeño del Equipo de Antropología Forense, el de la otra perito, la historiadora Gabriela Aguila y de Nóbile en particular permitieron que "no se tengamos dudas, y que toda la investigación, y luego la reconstrucción de los restos de Alberto permitieran decirle a mi hija, 'este es tu hermano".

Alberto Isidoro Losada tenía 22 años cuando desapareció y había nacido el 25 de febrero de 1953 en la ciudad de Córdoba. Don Américo vio por última vez a su hijo el 22 de marzo de 1975, cuando el chico se fue de la casa familiar en la capital mediterránea. La reconstrucción histórica habla de que vino a Rosario en su condición de militante del ERP﷓PRT. Siguiéndole los pasos, la vivienda de los Losada fue invadida de inmediato por las bandas parapoliciales y un tiempo después, el 15 de mayo de 1975, alguien golpeó la ventana de la casa y les dijo que lo habían matado en Casilda. Al día siguiente, Losada padre ya estaba en Rosario, donde comenzó el derrotero que duró más de 30 años golpeando las puertas del Comando del II Cuerpo de Ejército, las dependencias policiales y judiciales sin que nadie le diera respuesta. En ese camino fue recibido en la organización Familiares de Detenidos-Desaparecidos por Razones Políticas y Gremiales y Alicia Lesgart le tomó su primera denuncia que más tarde integraría las recepcionadas por la CONADEP (Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas).

Cuando le preguntaron a Juan Nóbile si quería invitar a alguien a la presentación de la muestra pidió la presencia de Américo Losada. "Uno los busco creyendo que va a encontrar alivio pero no, el dolor, al encontrarlo, sigue igual".

Losada padre recordó con Rosario/12 -como ya lo había hecho cuando este diario publicó en exclusiva la información acerca de la identificación de los restos de Alberto Isidoro Losada-, que trabajaban juntos en la planta de Materfer, la fábrica de materiales ferroviarios. Lo hacía de día y de noche terminó su bachillerato como técnico electrónico para entrar luego en la carrera de ingeniería. "Le gustaba el básquet y el fútbol, medía 1.97, a los 16 era titular de un equipo de básquet de primera B, también tocaba la guitarra y era bueno", dijo el jueves pasado en la sede de la gobernación. En ese año, en 1975, en pleno reinado de la Triple A que actuó bajo el permiso y la protección del gobierno de Isabel Perón, "no se podía hablar -recuerda Losada-, en el sindicato andaban armados y me decían 'dígale a su hijo que no conteste'. 'Bueno, entonces, ustedes no lo hinchen, no lo molesten a él' les repondía yo. Cuando le decía que se vaya, porque corría peligro por su militancia, él me contestaba -no, no me voy a ir, si nos vamos todos no queda nadie y van a hacer lo que quieran con nosotros".

Cuando don Américo vino a Rosario y fue al Comando, muy a secas le dijeron que el juzgado de instrucción funcionaba "en el cuartel". Fue y volvió de distintos lugares y un militar, del que no sabe su nombre, pero recuerda que tenía alguna 'tirita', mostró un rasgo de humanidad y le pidió el número de documento de su hijo para averiguar qué pasaba. Losada se lo dio y después de un rato, cuando volvió a preguntarle, el hombre vaciló y sólo le contestó que ya le informaría el juez de Instrucción militar. "Ahí fue que yo me dije a mí mismo que mi hijo estaba muerto"

La vida de los Losada en Córdoba transcurrió con la angustia interminable de quienes buscaron a sus familiares -y aún lo siguen haciendo-, con una presencia siempre invocada, la del hijo, el hermano, el tío, que nunca aparecía. "En algún sentido era como un fantasma", así ocurría para mis hijos, dice Marta, la hermana de Alberto. Al escucharlos a ambos, padre e hija, aparece impiadoso el drama de las familias a quienes les arrancaron alguno de sus integrantes con el permiso estatal y donde cada quien hizo con el dolor lo que pudo. Américo Losada fue quien se dedicó a recorrer cada punta, cada hilo que aparecía y que podía acercarlo a saber qué había sucedido con su hijo.

-¿Qué querés recordar de tu hermano?, le preguntó este diario a Marta Losada.

-A mí todo esto me hace muy mal, yo no soy de ir a todos los actos, tampoco lo hacía mi madre. Mi padre siempre fue sólo. ¿El hecho de haberlo encontrado? Uno siempre pensaba en eso como para decir, cierro un círculo, para que todo ese dolor que tuvimos durante 31 años salga, pero no se termina, sigue y sigue y es una herida que no se cierra nunca. Yo lo hablaba con mis amigas, no es lo mismo para el que entierra a alguien. Yo entré cuando armaron sus restos, pensé que si no lo hacía me iba a quedar mal con eso. Yo soy enemiga de idealizar a la gente, no era un ser perfecto, era como cualquiera de nosotros pero tenía el coraje y los ideales que tenían todos los jóvenes en los '70. Era un chico como cualquier otro, pero con tantas ganas de que todo cambiara, de que todo fuera de otro modo. Eso lo hacía distinto a los demás, a mí y al resto de los que no hicimos nada. Era 3 años y 7 meses más grande que yo. Esto de encontrarlo fue para mi mamá muy importante, ella murió al año siguiente de que lo identificaron. Cuando entraron la urna por un rato a casa, la traía mi hijo, a mi mamá se le vinieron 20 años más encima. Nos hizo bien para saber dónde estaba, pero a ala vez fue el fin de las esperanzas. Porque por más que uno se diga 'son tantas años, cómo voy a pensar que está vivo', el deseo y las ganas no se terminan. Es lo que nos tocó vivir. Mi hermano murió haciendo lo que quería. Hubo momentos en que tuve mucha rabia, por supuesto con lo que pasó y con lo que le hicieron, pero también con él. Cuando murió mi mamá pensé que si él no hubiera elegido lo que eligió nuestra vida hubiese sido diferente. Pero era lo que Alberto sentía y mi rabia es también porque hubiera querido tenerlo conmigo y haber compartido todo, mis hijos. En mi casa siempre se vivió con un 'fantasma'. Ahora pueden decir que tienen un tío que está en tal lugar, aunque el dolor siga toda la vida.

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