"Mi mamá juntaba cartones en un carro y éramos ocho hermanos. Cuando fueron los saqueos yo tenÃa 13 años y no nos alcanzaba para comer. Me acuerdo que todavÃa no habÃa amanecido cuando unos vecinos nos avisaron que estaban saqueando el Supercoop (España al 6700), y nos fuimos los nueve a traer comida a casa". El testimonio pertenece a Susana Sosa, una mujer de 33 años que todavÃa vive en Las Flores, una barriada signada por la pobreza que jugó un papel clave en los saqueos de 1989. Todo habÃa empezado algunas horas antes, durante frÃa noche del domingo 28 de mayo mientras el entonces presidente Raúl AlfonsÃn pronunciaba un discurso. "AlfonsÃn no habÃa terminado de hablar cuando una turba de dos mil personas rompió las persianas y las puertas de mi negocio para saquearlo. Se llevaron todo", cuenta Carlos Dolce, propietario del supermercado La Sandro, que estaba ubicado en Mister Ross 730, en la zona sur de la ciudad. La sucursal no volvió a abrir sus puertas. Tampoco el Supercoop, perteneciente a una cooperativa obrera. En 48 horas unos cien comercios fueron saqueados en un estallido social sin precedentes, que transformó a la ciudad, por entonces acéfala, en tierra de nadie. Veinte años después Rosario/12 recorrió los barrios, habló con los protagonistas de los hechos y con los periodistas que fueron cronistas de esa historia.
El contexto social y polÃtico de entonces fue el caldo de cultivo de una explosión que por momentos no conoció lÃmites. La hiperinflación carcomÃa magros salarios hasta la desesperación. En Rosario Horacio Uzandizaga habÃa renunciado a la intendencia cumpliendo el juramento de irse si Carlos Menem era elegido presidente y el Jefe del Concejo Carlos RamÃrez estaba provisoriamente en el poder ejerciendo un mandato que se prolongó hasta noviembre de ese año. "Cuando uno se pregunta por qué Rosario fue el epicentro hay que entender que habÃa un poder polÃtico totalmente debilitado sumado a una desocupación que habÃa llegado a niveles alarmantes", resume la historiadora Cristina Viano. Y traza un paralelo histórico: "Los saqueos se produjeron 20 años después del rosariazo, pero el motivo fue ostensiblemente diferente. A fines de 1989 la gente no se movilizó para luchar por un mundo más justo, sino en nombre de un problema mucho más elemental: su propio hambre".
Los Ãndices económicos de esos meses también constituyen un fundamento. A principios de mayo de 1989 el dólar costaba 80 australes y terminó costando 200. Ese mismo mes el costo de vida de los rosarinos subió un 78,5% con respecto al mes anterior y la inflación trepó a 96.5% en mayo respecto de abril, por lo que los precios de los productos se remarcaban hasta dos y tres veces por dÃa. Los sectores de menos recursos no podÃan comprar si quiera alimentos por la depreciación de la moneda. Retrospectivamente pareciera obvio que todo estaba a punto de estallar, pero por entonces nadie imaginó la magnitud de ese estallido.
A partir de la destrucción de la primera persiana metálica, todo se volvió incontrolable. "Una multitud me entró de repente haciendo pedazos el portón del negocio. Se llevaron 50 bolsas de harina, toda la mercaderÃa y hasta los muebles que mi hermana habÃa dejado en el galpón. HabÃa gente que yo conocÃa, que eran mis vecinos y no les importó. Me dejaron sin nada", cuenta Angel Blasquez, comerciante de la zona oeste de la ciudad, que nunca pudo reponerse de ese golpe. "Llegar a un comercio después del saqueo era tristÃsimo cuenta la periodista Susana Rueda, por entonces cronista de LT8 . Encontrabas al comerciante en un escenario de desolación, llorando y con la certeza de que en unos minutos habÃan perdido el trabajo de toda una vida". Pese a los reclamos no hubo resarcimientos ni indemnizaciones.
La gente se movilizaba de un lugar a otro para conseguir lo que hasta entonces era en un bien de lujo para pocos: los alimentos. Asà lo cuenta Patricia Bordón, una mujer que recuerda el pasado con tristeza, aunque no se arrepiente: "En la madrugada del lunes fuimos al Supercoop y sacamos mercaderÃa: arroz, harina, fideos, carne... lo que encontrábamos. Después corrimos hasta el supermercado La Reina de calle Ayolas, pasamos por casa y seguimos con otro supermercado de Villa Gobernador Gálvez. Todo ese dÃa estuvimos saqueando. ¿Por qué? Porque estábamos cansados de no poder comer. Con lo que yo junté tiramos bien unas semanas", fundamenta. A 20 años afirma que en caso de necesidad extrema volverÃa a hacerlo: "Tengo un hijo y si él pasara lo que pasamos nosotros, harÃa lo mismo".
Los testimonios coinciden en que durante las primeras horas del 29 de mayo hubo una notable displicencia policial. La fuerza se vio desbordada, aunque los años permitieron visualizar que el clima polÃtico enrarecido propició tal pasividad. "Me acuerdo de un señor que con un handy en la mano le decÃa a alguien 'vengan que la policÃa no hace nada', recuerda con indignación un supermercadista. En medio de los desesperación que caracterizaba a las turbas hambrientas los comerciantes se defendÃan como podÃan sin mediar consecuencias: "En un Fonavi de Grandoli y Gutiérrez una familia electrificó todo el frente de la granja para que no la saquearan, y en otro negocio los empleados tiraron litros de aceite en la vereda para que la gente se resbalara y no pudiera entrar. Por si fuera poco rompieron botellas de vidrio y las desparramaron en el piso", cuenta el entonces camarógrafo de Canal 5, Rubén Giménez. Y afirma que esa misma semana un supermercadista los llevó hasta un cuarto trasero "donde habÃa un arsenal impresionante que acababa de comprar". "Por si vuelven los villeros", les dijo inescrupulosamente. Sin embargo en el 2001, cuando se produjo el segundo saqueo de los comercios de la ciudad, esa cadena de hipermercados ya habÃa desaparecido.
Durante aquellos dÃas hubo familias de barrios marginales que se abastecieron de comestibles y por el otro lado gente de clase media que aprovechando el caos llenó los baúles de sus autos con mercaderÃa robada. "HabÃa mujeres que entraban con un chico en brazos agarraban lo que podÃan, productos de primera necesidad. Pero otros estacionaban sus coches nuevos y cargaban vinos, whisky y televisores", recuerda un periodista. La escena se repetÃa sobretodo en los supermercados más grandes, donde se aglomeraban hasta dos mil personas. Al super La Sandro le saquearon hasta las cajas registradoras y la cortadora de fiambres.
En todos lados primó la violencia, propia de un anarquismo sin lÃderes. Rueda contó que conduciendo el móvil de la radio por la zona oeste de la ciudad encontró a un grupo de jóvenes destrozando una casa de ropa de cama y saqueando frazadas. "El grupo rodeó la camioneta y un muchacho levantando un adoquÃn me dijo 'O te vas o te lo tiro'. Empecé a retroceder y por suerte pudimos escapar, llevándonos a Horacio Vargas, corresponsal de Página/12 que también estaba en peligro". Con el paso de las horas la fuerza policial trató de tomar el control realizando detenciones en masa en la puerta de los comercios de la ciudad. Al finalizar el dÃa habÃa una vÃctima fatal, 30 personas heridas y 500 detenidas. El sistema judicial estaba colapsado y les era imposible tomar declaración a todos los involucrados. La periodista remata: "En ese momento Ãbamos detrás de la noticia y no nos dábamos cuenta, pero los periodistas fuimos testigos de la historia".
Durante la noche del lunes 29 de mayo circuló en los medios de comunicación la versión de que el vandalismo se extenderÃa a las viviendas particulares y la angustia ganó la ciudad. Soledad Aminchiardi de Barrio Las Flores lo rememora con tristeza: "Nos dijeron que los vecinos de Villa Gobernador Gálvez iban a venir a saquear nuestras casas, asà que mi marido y yo escondimos a los chicos y pasamos la noche en el techo que era de chapas armados con palos y piedras. Otros vecinos también hicieron lo mismo", detalló. El entonces cronista de Radio Dos Ariel Bulsico cuenta que ese rumor llegó hasta la Jefatura de PolicÃa donde él realizaba una cobertura periodÃstica. "Recuerdo que esa madrugada estaba desesperado buscando un teléfono para comunicarme con mi familia, por temor de que les pasara algo", cuenta. En el centro los vecinos se avisaban unos otros por vÃa telefónica que "hordas de marginados se dirigÃan al centro". Esa misma noche en barrio Bella Vista el comerciante Angel Blasquez comenzaba a levantar un tapial para proteger su casa, un paredón ubicado en calle Ituzaigo al 4600, que todavÃa permanece, atestiguando el temor que reinó por esos dÃas.
El martes los saqueos siguieron, ya no en los grandes supermercados sino particularmente en los pequeños comercios de los barrios. El presidente de la Nación declaró el estado de sitio y unos 1200 efectivos de la GendarmerÃa nacional recorrieron las calles de Rosario en pos del orden. Al finalizar el dÃa el conteo fue devastador: los muertos sumaban ocho y los detenidos 1300. El resto de la gente volvÃa a su casa con el botÃn y una extraña sensación de equidad. ParecÃa que el vendaval habÃa pasado. Pero no.
El jueves 1 de junio la ciudad seguÃa militarizada. HabÃa gendarmes por doquier y hasta el grupo de rebeldes Albatros, comandado por SeineldÃn custodiaba la zona norte. Empezó entonces una caza de brujas que incrementó las detenciones a 1600 personas. La policÃa recorrÃa casa por casa en los barrios marginales incautando mercaderÃa y deteniendo a los responsables. "Mis hermanos habÃan sacado carne asà que el 30 de mayo a la noche pudimos comer bien recuerda Susana Sosa . Al resto de la mercaderÃa la guardamos en dos pozos que hicimos en el fondo de nuestra casilla y la tapamos con chapas para que la policÃa no nos la sacara. Vivimos con miedo por bastante tiempo".
Doce años después, el 19 de diciembre de 2001, se produjeron los segundos saqueos, y la comparación es inevitable. Basta decir a modo de resumen que en 1989 la gente salió porque tenÃa hambre, ese fue el detonante, la raÃz principal, mientras que en el 2001 la indignación nació primero en la clase media por la llegada del corralito y esa furia se extendió como una onda expansiva a otros sectores sociales en crisis. Si en algo coincidieron fue en la violencia: otra vez hubo siete muertos en Rosario.
A veinte años de los primeros saqueos, aún se puede encontrar la huella indeleble que dejaron. En las ventanas soldadas y los altos paredones de algunos comercios; en las historias desesperantes de los indigentes de entonces que hoy, siguen siendo indigentes. Y sobre todo en el imaginario colectivo, donde recrudece como un fantasma en cada tiempo de crisis.
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