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Domingo, 23 de enero de 2011
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En el Instituto del Adolescente de Rosario (IRAR) se abrió un taller de hip-hop que suma a actividades literarias y recreativas en general

Una manera de sacarlo todo afuera

"La música los moviliza, les hace sacar cosas de adentro de manera no violenta", dice el poeta Fabrizio Simeoni, responsable del taller literario del IRAR y que ahora les acercó este taller de baile. Para el escritor "es difícil pensar en rehabilitar aquí adentro a chicos que no estuvieron habilitados afuera".

Por Lorena Panzerini
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El bailarín Alberto Elías les muestra a los pibes las destrezas del hip-hop. Después, los demás se fueron animando de a poco.

El miércoles pasado, en las afueras del Instituto de Rehabilitación del Adolescente de Rosario (Irar), se escuchaba a lo lejos la música del hip hop que salía por las pequeñas ventanillas hacia el patio. Afuera llovía, y mucho. El ingreso del instituto no dista mucho del de una cárcel: un guardia abrió la puerta de rejas entrelazadas y el camino a transitar era de película, de película de terror. Arriba las nubes gruñían y otro aguacero acompañó la caminata hasta la puerta. Antes de entrar, todos los visitantes deben dejar el documento y retirarlo al salir. Ese miércoles, como todos los otros, el poeta y escritor Fabricio Simeoni tiene su espacio con los internos, en el taller de literatura. "Es muy importante que los chicos privados de su libertad se puedan expresar", dijo. Y para él la expresión no existe únicamente en las palabras o en los trazos de un lápiz, sino que va más allá, viaja por las venas de los jóvenes, y sale por todo su cuerpo. "La idea es que lo que tienen adentro, lo saquen haciendo lo que les gusta y no con violencia"; y la música los moviliza. La semana pasada, les acercó la propuesta del hip hop, de la mano Alberto Elías, quien hace unos años pasea con esa danza urbana por varios barrios de la ciudad. Simeoni es irónico y hace una lectura única sobre el encierro: "¿De qué manera se puede rehabilitar a alguien que nunca fue habilitado antes? Ellos son las víctimas".

Verde, verde y un poco más de verde. Finalmente, en el pasillo que antecede al lugar del encuentro las paredes no son verdes, sino que están pintadas con gráficos y personajes infantiles, como los Picapiedras. El espacio está listo y "Fabri" -como lo llaman los chicos ahí adentro pide que los primeros sean los alojados en el pabellón G. "Tenían muchas ganas de bailotear", le adelantó a Rosario/12 sobre los pibes que participarían. Un pie adelante, luego el otro, mientras las manos se van al costado del cuerpo al avanzar con movimientos pélvicos. Después baja al piso de rodillas, y en un pestañeo está dando vueltas con la espalda sobre el suelo pintado -o mejor dicho despintado de verde. Alberto visitó, hace cuatro días atrás a los internos del Irar, que tienen entre 16 y 18 años. Lo hizo por segunda vez en el mes, para acercarles algunas técnicas del hip hop, la danza que baila desde los 12 años por sus propios medios. "Nadie me enseñó", aseguró. Una vez que estuvieron todos en el SUM intentó contagiar al grupo, pero sólo uno se acercó al centro de la pista improvisada e intentó. Aunque los huesos de las rodillas le rechinaron cuando se tiró al piso, no se detuvo y buscó copiar la vuelta que le acababa de mostrar Alberto. Propuestas similares llegan todos los miércoles, y la mayoría "se prende".

Los chicos, sentados alrededor de una mesa, se presentaron un poco tímidos. Algunos se animan; a otros, casi no se los escucha. Tato no se avergüenza y cuenta. Hace un año y tres meses que está en rehabilitación. Tiene una novia y una hija de seis meses afuera. Sueña con darle lo mejor y enseñarle lo mismo que le enseñó su padre a él y que -según dijo no supo aprovechar. "Yo me creía que me las sabía todas", reflexionó.

Gonzalo está hace dos semanas y medias adentro del instituto. Aseguró que lo primero que se aprende del encierro es "a valorar". "Valoro a mi familia, a mis amigos". Y Leonel lo ayudó: "Acá adentro te das cuenta quién está realmente con vos, quién te banca".

Todo el grupo coincidió en que una de las cosas que más los reconforta del otro lado de los muros es recibir cartas. La madre parece ser la primera figura familiar en brindar el apoyo incondicional. "Nos escriben cosas linda, y aunque nosotros sabemos que no hicimos las cosas bien afuera, la familia no lo echa en cara; al contrario, nos dan consejos", comentó Tato, que no para de hablar "con el corazón".

Las novias son otra conexión importante con el afuera. Los chicos son un poco tímidos para hablar de ellas; los que se animan las llaman esposas o "mi mujer". Varios tienen hijos pequeños; otros, los están esperando ansiosos.

Les gusta hablar, pero Alberto era el invitado de honor, y había que verlo bailar. Se puso dos gorros de lana y la música empezó a sonar tras la presentación. Entonces él bailaba y los pibes lo miraban con admiración. "Yo voy a bailar también", dijo uno de ellos que ya tenía puesta la remera negra con la inscripción "Hip Hop". Los demás no se animaron enseguida. "Les cuesta un poco ir conociendo a los invitados y entregarse", contó Simeoni.

Desde la dirección del Irar, aseguraron que "la propuesta cultural forma parte de una estrategia institucional que busca mejorar la convivencia y las condiciones de los jóvenes alojados". Por eso, durante enero, los chicos realizan actividades como talleres artísticos y participativos para "minimizar los daños que generan los contextos de encierro". La semana que viene, la propuesta es relajarse con el yoga.

Cada cual en su patio

En el Irar, cada sector tiene un patio interno y un pabellón sectorizado estratégicamente para que los chicos no se crucen. La idea es no generar situaciones de pelea entre los internos. El poeta Fabricio Simeoni, que tiene su espacio literario una vez por semana con los pibes, aseguró que es el único que pudo lograr juntar a todos los sectores, en alguna que otra ocasión. Los chicos lo aprecian, y se nota. "Cuando invité a Popono (el cantante de Los Vándalos) a tocar logré que haya tres sectores juntos", contaba casi como una hazaña. Aunque reconoció que "hay que tener cuidado", porque hay "pica" por varios temas. Fabricio los conoce y habla de ellos, de lo que percibe o le cuentan sobre el encierro y de lo que les desea para el afuera. Poco después que empezó con el taller el año pasado, aprendió: "Yo no vengo a enseñarles a ellos, sino que ellos me enseñan a mí". Para Fabricio, "siempre hay una especie de dicotomía entre lo que hay adentro y el afuera. A veces uno no puede compatibilizar, pese a las intenciones. Ojalá, el afuera determine que cuando un pibe salga de acá tenga las mismas posibilidades que se les está dando adentro", con los talleres y los encuentros que entusiasman a los adolescentes privados de su libertad. Porque lo que pasa con ellos muros adentro "no tiene que ver con anestesiarles la cabeza, sino con hacer que su vida adentro sea lo más digna posible".

Fabricio aseguró que hay muchas cosas que les gusta hacer a los chicos, y nombra "la literatura, la fotografía y la música", entre los más pedidos. "Mi idea es que ellos mantengan su cabeza ocupada, pero ocupada en cosas que no los enajenen, sino en aquellas que les den la posibilidad de descubrirse. A lo mejor hasta de encontrar su identidad para que después vean una continuidad en su vida con el afuera", dice el poeta, y sus palabras abrazan a quienes lo escuchan.

Para Fabricio, el 90 por ciento de los chicos que están alojados en el Irar lo hacen "porque hay un riesgo social y una denigración desde lo que propone ese afuera, que casi lo mantiene bajo un destino inevitable. Los pibes no son culpables: son víctimas". Y aseguró en una especie de juego de palabras que "ninguno de estos chicos fue habilitado en el afuera, por ende, el Instituto de Rehabilitación no va a poder rehabilitarlos". "Su vida tiene que dignificarse", instó.

El escritor cuenta que el taller literario que dicta cada miércoles, no está pensado desde la continuidad, porque "hay pibes que están agarrados de un proceso judicial: algunos vuelven al barrio, otros se van a granjas, y eso hace que no siempre se pueda trabajar con los mismos. Mi idea es fomentar desde la palabra, desde lo lúdico, la posibilidad de que los chicos mejoren su capacidad de expresión oral", dijo; y al mismo tiempo aseguró que "hay un grado muy grande de analfabetización: hay chicos que no saben escribir su nombre". La palabra, dentro del taller, es "ese elemento vital desde el que los chicos puedan reconocerse e identificarse".

Por otro lado, el taller apunta a sacar la violencia física. "Cuando se expresan, los chicos sacan el corazón", aseguró Fabricio, que también los ayuda a volcar todo lo que tienen adentro en las páginas de la revista del Irar "Desatando el nudo de la garganta", cuyo segundo número sale en febrero.

"Mi idea en este espacio es que se produzca una especie de compatibilidad mínima entre el afuera y el adentro", dijo el poeta, quien condicionó: "Que no haya requisa es fundamental: si venís a visitarlos con una cámara, entrás con una cámara; si venís con un proyector, entra el proyector. Menos armas entra todo lo que les ayude a lograr esa expresión". Además, aseguró que "a los chicos les encanta hablar. Se copan y se desenvuelven. Por eso la idea es que los visiten artistas de diferentes disciplinas, que les muestren lo que hacen y ellos sepan que si les gusta, también lo pueden hacer".

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