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Domingo, 16 de septiembre de 2012
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Reencuentro, de Alfredo Hoffman, narra la restitución de la identidad de Sabrina Gullino

Para encontrar al hermano arrebatado

La publicación del periodista de Paraná se presenta el jueves, a las 20, en el salón de Actos de Humanidades y Artes. Cuenta la historia de la hija de Raquel Negro y Tucho Valenzuela, que recuperó su identidad en 2008 y busca a su mellizo.

Por Sonia Tessa
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Sabrina Gullino con su hermano Sebastián Alvarez, también hijo de Raquel Negro, frente a los Tribunales de Rosario.

Sabrina Gullino supo el sábado 20 de diciembre de 2008, a las 8.30 de la mañana, que era la hija de Raquel Negro y Tulio Tucho Valenzuela, militantes montoneros desaparecidos, que estuvieron secuestrados en la Quinta de Funes. En esos convulsionados días en que su vida se dio vuelta como una media, supo también que tiene un hermano mellizo, que ahora está empeñada en encontrar, y otro hermano, Sebastián Alvarez, que la había buscado durante años, en una construcción colectiva que permitió la restitución de su identidad, de la que participaron Abuelas de Plaza de Mayo, la agrupación Hijos y otros organismos de Derechos Humanos. Meses después, Sabrina supo que tiene otro hermano, Matías Espinoza, hijo de Tucho con una pareja anterior. Cuando supo cuál era su origen, Sabrina tenía 30 años. En los días de espera por el resultado del ADN, leyó Recuerdos de la muerte y Diario de un clandestino, de Miguel Bonasso. Desde entonces, ella milita en Hijos y está estrechamente vinculada a Abuelas en Rosario. El 6 de julio de este año, tras las condenas en el juicio por el plan sistemático de robo de bebés en Buenos Aires, Sabrina escribió en su muro de la red social facebook: "Melliiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii!!!". Sus amigas le preguntaron si había novedades y ella les pidió que la ayudaran a buscarlo. En algún lugar del mundo está su hermano, también arrancado del abrazo de su mamá al nacer.

El libro Reencuentro, escrito por Alfredo Hoffman, periodista de Paraná, es "la crónica de la restitución de una identidad", como dice su subtítulo, pero también parte de la estrategia de la familia para encontrar al "melli", el hijo varón que Raquel Negro dio a luz estando secuestrada, en los primeros días de marzo de 1978, en el hospital Militar de Paraná. Gracias al juicio que se realizó en Paraná el año pasado, en el que se condenó a los represores rosarinos Walter Pagano, Juan Daniel Amelong y Pascual Guerrieri, entre otros responsables de la sustracción de identidad de Sabrina, se supo con certeza que el bebé nació con vida y que fue dado de alta del IPP, Instituto de Pediatría Privada de Paraná cuyo director sigue siendo el mismo, Miguel Torrealday.

El libro se presenta el jueves, a las 20, en el salón de Actos de la Facultad de Humanidades y Artes (Entre Ríos 758), con la presencia de Sabrina, Sebastián, y Hoffman, acompañados por Ana Oberlin, abogada de la causa Hospital Militar de Paraná, Julián Froidevoux, subsecretario de Derechos Humanos de Entre Ríos; Florencia Amore, secretaria de Derechos Humanos de Paraná, y el nieto recuperado Manuel Gonçalves Granada.

En su libro, que se lee con fervor, Hoffman combina exhaustivos detalles de la causa Hospital Militar de Paraná con la de la familia integrada por Tucho --el dirigente montonero que desbarató la Operación México--; Raquel --su compañera, que estuvo de acuerdo en ofrendar su vida para resguardar a la organización en la que militaba-- y Sebastián, el hijo de Raquel con su pareja anterior, el militante también desaparecido Marcelino Alvarez.

La familia

Tucho, Raquel y Sebastián fueron secuestrados el 2 de enero de 1978, en la puerta de la tienda Los Gallegos, de Mar del Plata. Los trasladaron a la Quinta de Funes y, fingiendo colaborar con los planes del entonces jefe del Segundo Cuerpo de Ejército, Leopoldo Galtieri; Raquel y Tucho lograron que llevaran al niño de un año y medio a la casa de sus abuelos maternos, en Santa Fe. Después de fugarse en México para desbaratar la operación ideada para asesinar a los máximos dirigentes montoneros, Tucho le escribió una carta al hijo de su compañera, al que consideraba también suyo. "Yo estoy destrozado personalmente. Ya he perdido a tu madre, a quien quería como nunca quise a nadie, y no sé nada de vos, que eras nuestro sol. Como te dije, no sé si volveré a verte", transcribe Alfredo Hoffman en el capítulo 9, cuyo final arranca lágrimas. "Recién entonces le reveló a Sebastián lo que muchos años después sería el eje de su vida: 'Ibas a tener un hermanito, no pierdo la esperanza de que nazca y vaya a vivir contigo'", cuenta el libro.

Eso no ocurrió. Raquel Negro fue trasladada, cautiva, al hospital Militar de Paraná. A punto de parir, estaba sola, en una habitación. "Con esa escena se encontró la enfermera de maternidad N.K.B., cuando el jefe de Sala I, Hugo José Gutiérrez, la envió para que higienizara a la muchacha, con la expresa prohibición de dialogar con ella. Pero Raquel, por primera vez desde aquel día de enero en que todo cambió, se sintió cuidada: esa mujer que la trataba con delicadeza y amabilidad le inspiró confianza y se decidió a hablar", dice el texto escrito a partir de la declaración de la enfermera tanto en la etapa de instrucción en la causa, como en el juicio oral de 2011. "Le contó que venía detenida desde cerca de Rosario, porque su marido era subversivo, que tenía un hijito mayor que había quedado con la abuela, y que no sabía qué haría con los mellizos que estaban por nacer", completa el texto. A Raquel Negro la mataron inmediatamente después del parto. Del mellizo varón, sólo se sabe que fue trasladado al Instituto de Pediatría de Paraná una semana después que su hermana. A los dos les dieron el alta el 27 de marzo de 1978.

A Sabrina, Pagano y Amelong la llevaron en auto a Rosario, y la dejaron en la puerta del Hogar del Huérfano en una lluviosa madrugada de lunes. Unos días después, el juez de menores Jorge Zaldarriaga la dio en adopción al matrimonio de Villa Ramallo integrado por Raúl y Susana Gullino. Siempre supo que era adoptada. Y hasta pensó en hacerse un análisis de ADN para investigar si era hija de desaparecidos, pero no lo consideraba necesario porque su adopción había sido legal. Hasta el domingo 23 de noviembre de 2008, cuando en su casa familiar de Villa Ramallo recibieron una citación judicial para declarar en la causa Trimarco.

La verdad

En esos días bisagra, Sabrina investigó, lloró, esperó y pensó que si sus padres adoptivos --a los que quiere con toda el alma-- le habían mentido, no quería verlos más. Cuando llegó al juzgado, y la trataron como "la bebé", pidió ver fotos de quienes podían ser sus padres. Al hojearlas, Susana, la mamá que la crió, le dijo: "Sos igual a tu mamá". Esa mujer alta, de pelo castaño y sonrisa fácil que es Sabrina le preguntó: "¿Te parece, mamá?". Y se le partió el corazón.

Reencuentro cuenta, también, cómo Sabrina evitó que fuera un juez quien la presentara con su hermano Sebastián. A través de Nadia Schujman, integrante de Hijos Rosario y actual secretaria de Derechos Humanos de la provincia, pudo contactar a su hermano antes de viajar a Paraná para que le notificaran oficialmente su ADN. El amoroso relato de ese encuentro es uno de los puntos altos de un libro que merece leerse.

La historia que cuenta Hoffman es, claro, una crónica periodística, pero también un instrumento para dilucidar las complicidades civiles en Paraná durante la última dictadura. "El juicio también dejó en evidencia el contraste entre la voluntad, el interés y la colaboración de las enfermeras del Hospital Militar y el IPP y la reticencia y la alegada desmemoria de los médicos. Los jueces lo marcaron en la audiencia, y en la sentencia, donde expresaron: '...se debe señalar que el suceso que se recrea ocurrió hace más de 30 años, que el personal de enfermería que atendió a Negro y sus mellizos (en el HMP) describe hechos con mayor fidelidad que los profesionales médicos, que también estuvieron por aquel entonces (...) Ellas demostraron superior compromiso con la verdad histórica que sus directores'".

Complicidades

Hoffman --periodista de reconocida trayectoria en Paraná-- plantea en uno de los últimos párrafos del libro: "Todas estas contradicciones dejan grandes interrogantes abiertos: si Torrealday (entonces y ahora director del IPP) y los otros profesionales de la salud que pasaron por el juicio saben más de lo que dicen, ¿por qué callaron? ¿Se encubrieron corporativamente? ¿Sólo defendieron sus intereses profesionales y económicos y su prestigio social? ¿O hay algo más? ¿El terror mantiene intactos sus efectos? Si ese no fue el momento de hablar, ante un Tribunal, con todas las garantías de la ley, ¿no lo será nunca? Y además, si en vez de ser doctores reconocidos por la alta sociedad paranaense, hubieran sido ignotos ciudadanos, desprotegidos, desamparados, ¿la Justicia habría sido igual de contemplativa como lo ha sido hasta hoy?". Las respuestas a todas esas preguntas tendrían que encontrarse en los Tribunales de Paraná.

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