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Domingo, 30 de junio de 2013
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La sobreviviente del Servicio de Informaciones, Adriana Beade declaró esta semana

Huellas de los huesos del correntino

La militante fue secuestrada junto a su novio Pedro Galeano, el 10 de julio de 1976. El está desaparecido. La testigo relató anteriormente las violaciones que sufrió de parte de tres represores. Bailaque solo procesó al "cura" Marcote.

Por Sonia Tessa
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José "el ciego" Lofiego también ultrajó sexualmente a Adriana Beade, aunque el juez no lo procesó.

Adriana Beade tenía 19 años y su novio, el Correntino, 21 cuando fueron secuestrados, el 10 de julio de 1976, en la casa de cortada Marcos Paz a la que nunca volvió. Mientras los llevaban al Servicio de Informaciones, Pedro Galeano aseguraba que ella no tenía nada que ver, que era "una mina" que acababa de conocer y que la soltaran. A Adriana se le llenan los ojos de lágrimas cuando lo recuerda. Pedro Galeano fue brutalmente torturado, al punto que las autoridades de la Unidad Penal 3 de Rosario se negaron a recibirlo con las lesiones sufridas, y la patota de Feced decidió asesinarlo. A Adriana la torturaron también y la violaron, no sólo Mario "el Cura" Marcote sino también Carlos "Tu Sam" Brunato y José "El Ciego" Lofiego, aunque éste último no lo hizo con su propio cuerpo, sino con otro elemento. Por su caso, el juez Marcelo Bailaque procesó a Marcote por violación, tomada como delito de lesa humanidad. La noticia tuvo un efecto contradictorio para Adriana. "Pensé qué bien para todos y qué mal para mí, porque es dificultoso sostener estas denuncias", afirmó la militante, que a fin de 1976 fue trasladada a la cárcel de Devoto y fue liberada recién en la Navidad de 1979. Estuvo 15 años en el exilio y en 1994 volvió a vivir a la Argentina, en Paraná, su ciudad, recibida de psicóloga en una universidad española.

Durante años, Adriana buscó sin resultados a la familia del correntino en Monte Caseros, porque pensaba que era de allí. Recién el año pasado, a través de las alertas de Google, supo que en realidad su novio era de Curuzú Cuatiá. De hecho, el mismo día que se conoció el veredicto de la causa Díaz Bessone, el 26 de marzo de 2012, en la plaza de Curuzú Cuatiá pusieron una placa con los nombres de los dos desaparecidos del pueblo: Galeano y Julio César Barozzi. Entonces, Adriana pudo dar con dos hermanos del joven con el que novió durante pocos meses, pero conoció mucho antes por la militancia.

Galeano estudiaba Ciencias Económicas en la UNR. Adriana lo recuerda con "muchísimo sentido del humor" y "muy inteligente", pero también "tímido". "No era de ese tipo de personas a las que les gusta sobresalir. Tenía una sonrisa muy bonita y era extremadamente protector y caballeroso", subrayó Adriana antes del relato que sigue conmoviéndola, el de los intentos del correntino para salvarla. Esta semana, Adriana volvió a declarar en la parte de la causa Díaz Bessone que aún está en etapa de instrucción. Allí se investigan sus secuestros, tormentos, la violación y el crimen de Galeano.

Adriana leyó en El diario de Curuzú que Jorge Galeano, hermano de Pedro, había hablado en el acto de imposición de la placa. Enseguida lo buscó en la guía telefónica y pudo comunicarse con él. Más tarde, viajó a Corrientes y conoció también a Enrique, el otro hermano. Supo que el padre de Pedro murió poco tiempo después del crimen de su hijo, ganado por el dolor. El hombre llegó a viajar a Rosario el 3 de septiembre de 1976, porque le dijeron que su hijo estaba enterrado en el Cementerio La Piedad. Tras la muerte del padre, la madre --con dos hijos a cargo-- se refugió en el silencio. "Hay que entender que viven en una sociedad muy poco predispuesta a acompañar esos duelos, donde la negación y la discriminación han sido muy grandes", apuntó Adriana, que espera que el juez llame a declarar a los hermanos de Pedro y fundamentalmente, quiere que puedan identificarse sus restos.

Para Adriana, que actualmente tiene una hija estudiando en Rosario, fue difícil volver a la ciudad en la que vivió cuando era universitaria, y militante. Es que la ciudad la marcó a fuego por los meses vividos en el Servicio de Informaciones. Primero en la Favela, donde les aplicaban los tormentos, y luego en el sótano. "De Rosario cuesta hablar. Fue un descenso a los infiernos, como lo describimos muchos de los que estuvimos en los centros clandestinos de detención. Allí la vida no valía nada y eso lo teníamos presentes todo el tiempo", afirmó Adriana. Pero volvió esta semana para intentar justicia por su compañero.

En cuanto a las violaciones, Adriana preferiría no tener que hablar, pero siente que "no es una denuncia a nombre propio, aunque sea necesario sostenerlo a nombre propio". Y porque siente "el peso de la responsabilidad". Adriana no cree que las violaciones sexuales --a las y los militantes secuestrados en centros clandestinos de detención-- fueran un tormento más. "Es un tormento bastante particular por el contenido sexual que tiene. En este sentido, me parece importante inscribirlo como crimen de lesa humanidad. Era una práctica extendidísima, con modos muy particulares, porque tenían que ver con la sexualidad, con someter, ultrajar, humillar y de intentar aniquilar", expresó Adriana, dando la talla de su profesión de psicóloga.

Pero lo más curioso, para Adriana, es que "no son muy denunciados, porque se trata de delitos con alguna particularidad". Por eso, para ella la noticia del procesamiento de Marcote tuvo doble sentido: "qué bien para todos y qué mal para mí".

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