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Domingo, 1 de junio de 2014
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Hace 25 años la ciudad de Rosario vivía su más dramático momento de crisis económica y violencia social.

Memoria del saqueo

Los saqueos de 1989 quedaron grabados a fuego en la memoria colectiva aún cuando fueron vividos con sentidos diversos y hasta contrapuestos. En ninguna otra ciudad tuvieron la magnitud de lo que ocurrió aquí y tal vez es por eso que los hilos de la memoria se tensan cada vez que son apenas rozados por una amenaza de crisis.

Por Julia Comba
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La policía vigila un Supercoop de España y Circunvalación. La fuerza fue acusada de pasividad.

"Cuando pasó por primera vez lo del Dalton, el domingo a la noche, pensé que eso era todo y que no volvería a ocurrir. No les creí a mis vecinos cuando el lunes me dijeron que iban a asaltar a las cuatro de la tarde enfrente de mi casa", recuerda Loredana Valcavi, vecina del barrio Tablada, que aquella mañana decidió ir igual a trabajar. Aunque Loredana todavía no lo sabía, la noche anterior no sólo habían saqueado el mayorista Dalton, de Gálvez y Necochea, sino otros veintiún supermercados de diferentes barrios de Rosario. La sociedad reaccionaba frente a la profunda crisis económica que atravesaba el país y comenzaba así la ola de saqueos más impresionante que viviría la ciudad.

Al regresar a su casa por la tarde, observó cómo la advertencia se hacía real: Un grupo de personas estaba reunida frente al almacén mayorista de Abraham Maskivker, en Alem al 2900, y empezaba a presionar contra el portón de ingreso. No podía creer lo que estaba viendo: "Primero llegaron los jóvenes y las mujeres con niños, de un estrato social más bajo. Pero después empecé a ver que llegaban autos, camiones y que mis propios vecinos, muchos de ellos profesionales, se llevaban bultos. Todas las clases sociales saqueaban acá. Era una cosa horrible porque nos conocíamos todos".

Según los diarios de la época, la irrupción en el Maskivker duró dos horas. En ese lapso, la calle fue cubriéndose de los restos de alimentos que se caían en medio de las corridas. Aceite, azúcar y yerba formaron un colchón sobre el que quedaron marcadas las huellas de los vehículos de una clase media que se aprovechó de la necesidad más elemental de los sectores empobrecidos: saciar el hambre.

"Ese día también se saqueó el Hogar Obrero, un súper al que los vecinos cuidábamos mucho porque era cooperativo y tenía precios razonables. De allí vi como se llevaban los freezers, las heladeras y los electrodomésticos. Eran los mismos clientes que compraban habitualmente", cuenta Silvia Gergolet, presidenta de la vecinal AVROSE de Tablada. El Hogar Obrero (Supercoop), al igual que muchos otros almacenes barriales, no volvería a abrir sus puertas.

Los saqueos que habían comenzado el domingo a la tardecita se multiplicaron durante el lunes convirtiéndose en el día más álgido del estallido social. Hacia el final de la tarde, más de 100 comercios habían sido saqueados, 600 personas estaban detenidas y se contabilizaban 60 heridos. Tres personas perdieron la vida aquel día, dos por heridas de bala y una por un infarto producido en la aglomeración frente a un supermercado.

A las 20 comenzó a regir el estado de emergencia en todo el departamento Rosario y el presidente Raúl Alfonsín decretó el estado de sitio. Se cortó el transporte público, el ministerio de Educación suspendió las clases en todos los niveles y se enviaron efectivos de Gendarmería desde otras provincias. Las calles estaban desiertas, la población desconcertada y, a pesar de todo, la tensión y los saqueos continuarían algunos días más.

La municipalidad y los medios.

Argentina atravesaba una crisis económica profunda con altas tasas de desempleo y pobreza que desembocaría, en el 89, en una escalada inflacionaria. El sueldo promedio se calculaba en 40 dólares, mientras que la canasta familiar alcanzaba los 135. La inflación llegaría ese año al 5.000% anual. A esta situación se sumó la especulación del sector financiero que en pocos meses hizo subir cien veces la cotización del dólar, por lo que era frecuente que el gobierno recurriese al feriado cambiario. Las personas se descolgaban del sistema vertiginosamente sin poder acceder a los alimentos.

"Los precios se remarcaban todo el tiempo. Una mañana había juntado dinero y fui a medirme una campera, pero cuando volví a la tarde ya no la podía comprar. Lo mismo pasaba con la comida, ya no alcanzaba", cuenta Tomasa, vecina de Rueda al 300.

La transición entre los gobiernos de Alfonsín y Menem fue otro de los hechos que marcó el contexto en el que se produjeron los estallidos de mayo del 89. Horacio Usandizaga, intendente de Rosario, había renunciado como consecuencia de la victoria de Menem en las urnas. Cuando comenzaron los saqueos, la intendencia estaba ocupada provisoriamente por Carlos Ramírez, quien había sido entonces el presidente del Concejo.

En ese clima, comenzaron a crecer las versiones de que determinados grupos comandaban y organizaban los saqueos. Las autoridades provinciales y parte de la prensa local señalaban a "agitadores", "elementos subversivos", "delincuentes" y "grupos de ultraizquierda" como los promotores de los hechos. El gobernador Víctor Reviglio denunció que "grupos subversivos con sofisticados equipos interfirieron las comunicaciones de las fuerzas de seguridad".

Mientras tanto, en las redacciones y en las salas de producción de los medios locales los teléfonos no paraban de sonar. Los oyentes llamaban para reportar nuevos saqueos y comenzaban a repetir la historia de un Torino blanco que circulaba por los barrios avisando cuál sería el próximo comercio saqueado y avivando el pánico colectivo.

"Yo lo vi al Torino. Era un auto viejo, todo destartalado, pero no pude ver quiénes iban adentro ni recuerdo qué decían", cuenta Loredana Valcavi frente al supermercado Boerio, donde antes funcionaba el Hogar Obrero.

Los testimonios de los vecinos coinciden en cuanto a la pasividad policial. "La policía estaba acá, pero los cuidaba, no hacía nada, no corrían a nadie", recuerda Silvia Gergolet sobre lo ocurrido en el Maskivker. La prensa local hablaba de "ausencia policial", "inexplicable pasividad" o "impotencia", e incluso citaba las palabras textuales de un policía durante uno de los saqueos: "tenemos ordenes estrictas de no intervenir". Al día siguiente, el gobernador declaró que se había actuado con prudencia "para evitar una masacre".

Ya trascurría el mes de junio cuando la ciudad comenzó a apaciguarse. Muchos comercios no volvieron a abrir y otros cambiaron su fisonomía para siempre, levantando tapiales donde antes había vidrios y puertas.

En los barrios de clase media, los vecinos parecían despertarse de un letargo: "Algunos tomaron conciencia de lo que habían hecho y empezaron a decir que en su casa habían dejado electrodomésticos o mercaderías, y los fueron devolviendo. Fue una psicosis colectiva porque de otra forma no se entiende que hayan hecho cosas que a la vez criticaban. Después de eso, el barrio quedó muy dividido por mucho tiempo", recuerda Loredana sobre Tablada.

Para las familias más golpeadas que hacía tiempo no podían llenarse las panzas, el recuerdo fue otro. Gabriela Dalla﷓Corte Caballero era maestra en la escuela República del Líbano, ubicada en Jorge Cura 2399, en el sudoeste rosarino. En junio, cuando se retomaron las clases y los chicos volvieron a las aulas, Gabriela se encontró con que sus alumnos y alumnas no hablaban. Hacía tiempo que veía cómo sus chicos vestían ropas cada vez más deterioradas y cómo salían corriendo a la hora del almuerzo que les brindaban en la escuela.

"Al verlos, mi sensación fue que habían participado de los saqueos y que sus padres y madres les pidieron que no hablaran. De ahí que pensé que ellos necesitaban hablar", recuerda Gabriela. Ese día les pidió a sus chicos del 3E grado que dibujaran sobre la consigna "Sucedió en mi barrio", sin especificar los nombres en los dibujos. "Cuando empezaron a dibujar, vi que todos hacían lo mismo: felicidad por la comida, temor ante la policía, dibujos de azúcar y pan, de sus madres y de sus padres, de los supermercados, caras de militares y policías sin ojos ni boca, gente asesinada y helicópteros".

Gabriela ya no es maestra pero supo guardar los dibujos de estos chicos desde entonces. Este año, realizó un trabajo sobre esos documentos que fue publicado en las revistas Rosario, su historia y región y en la Revista Historia Oral Online. Allí contrapone la visión que tuvo la prensa sobre estos hechos a la interpretación que hicieron los alumnos de sí mismos "como personas necesitadas de recursos primarios para comer".

Los saqueos de 1989 quedaron grabados a fuego en la memoria colectiva aún cuando fueron vividos con sentidos diversos y hasta contrapuestos. En ninguna otra ciudad tuvieron la magnitud de lo que ocurrió aquí y tal vez es por eso que los hilos de la memoria se tensan cada vez que son apenas rozados por una amenaza de crisis.

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