Unas mujeres vestidas de blanco y celeste que hasta hacÃa unos momentos tomaban mate sentadas frente al rÃo Paraná se ponen de pie y forman una ronda. Descalzas y acompañadas por el sonido de un par de tambores bailan ante la mirada curiosa de los bañistas de la Rambla Catalunya. Es lunes 2 de febrero, dÃa de Iemanjá, la diosa del mar, una de los orixás de las religiones africanistas cada vez con más arraigo popular en Argentina y en Rosario. Ciudad que no tiene mar pero sà un ancho rÃo marrón al que acuden en esta fecha y desde hace cinco años varios grupos que practican manifestaciones afro brasileras y que buscan adaptar los ritos de esa cultura acá. El festejo es popular en las costas de Brasil, Cuba y Uruguay pero la celebración logró expandirse hasta alcanzar otras costas. En el paÃs y se festeja en Quilmes, Mar del Plata y también Rosario.
"El culto de Iemanjá llega a nuestras tierras con el tráfico de esclavos y se popularizó como la gran madre criadora, protectora de pescadores y marineros. Entre sus varios sincretismos, la Virgen de la Candelaria le presta su dÃa para homenajearla y por eso se celebra hoy", cuenta Lali Corvalán, docente, investigadora, bailarina y una de las fundadoras del grupo Iró Baradé.
La mujeres que bailan pertenecen al grupo de danzas de orixás Iró Baradé, que en 2014 cumplió 10 años, y los músicos y percusionistas son parte de las formaciones de capoeira Projete Liberdade y Terreiro Mandinga de Angola.
Desde temprano, solas o en pequeños grupos llegan a la playa. A pie, en bicicleta, algunas con niños pequeños que rápidamente se ponen a jugar en la arena. Cada una trae flores, dulces, frutas, maÃz y hojas verdes para sumar a la ofrenda colectiva que como cierre del ritual navegará aguas adentro del Paraná. Ropa blanca pero también celeste y azul - que es el color que representa a Iemanjá- es la consigna para la fiesta. Todas la cumplieron al pie de la letra y eso hace que las que van llegando tarde reconozcan al montón.
Pero el dÃa de Iemanjá o Yemanjá no sólo es celebrado por practicantes de capoeira, danzas o percusión. Rosario cuenta con una numerosa comunidad religiosa de umbanda, quimbanda y batuque que cada 2 de febrero también se reúne en la orilla del Paraná para pedir y agradecer a su diosa. "Este dÃa es el único momento donde estas comunidades tan diversas se encuentran con un mismo objetivo: homenajear a Yemanjá y también al rÃo Paraná", sostiene Corvalán.
Los religiosos sonrÃen mientras observan cómo cada quien cumple el rito a su forma. Como los demás, bajaron a la playa con ropa blanca y llevan barquitos azules decorados de flores, velas encendidas, pororó y perfumes. La ceremonia de los creyentes comienza generalmente antes en alguna casa religiosa y ni siquiera termina en la orilla del Paraná. Ese saludo al rÃo es una de las etapas de una ceremonia espiritual más larga que podrÃa concluir en el mismo templo.
Los tambores y berimbaus marcan el ritmo de Ijexá, las mujeres se mueven en cÃrculo. No hay coreografÃa, no es un espectáculo. Pero la danza hipnotiza y llama la atención de algunos de los bañistas que se suman a la ronda. Una mujer con bikini sale de su reposera y advierte: "No sé de qué se trata, pero lo que hacen me gusta y con sólo verlas me dieron ganas de bailar. ¿Puedo?".
Por puro azar, la malla de la mujer y sus aros colgantes son de color turquesa como Iemanjá. Ella se rÃe de la coincidencia, baila moviendo las caderas y se ofrece a entrar al agua con una ofrenda por si hay alguien que no quiera mojar su atuendo.
De a poco la ronda se desarma y algunos toman las ofrendas improvisadas para alejarlas de la orilla y que continúen el curso del agua. El gran grupo se alinea de espaldas a la ciudad y mira hacia al rÃo. Un canto afro yoruba se escucha bajito y alcanza a romper el silentio: "Minha sereia, rainha do mar nao deixe meu barco virar, nao deixe meu barco virar, minha sereia, minha mae Yemanjá" (Mi sirena reina del mar. No deje que se dé vuelta mi barco).
Cuando todo parece estar por terminar, una pareja vestida de blanco entra caminando al agua. Van tomados de la mano y llevan un racimo de claveles blancos. Arrojan el puñado de flores, hacen una reverencia con las manos a la madre del rÃo. Al salir se miran y sin soltarse de las manos se devuelven una sonrisa.
El atardecer queda surcado de nubarrones, el viento se levanta, llegan a caer algunas gotas. Pero no pasa de ahÃ. Las pequeñas islas decoradas navegan a la deriva y nada ni nadie las da vuelta.
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