Alguien dice, algunos dicen. Sus voces resuenan aquà y allá. Son cada vez más y de un modo o de otro dicen más o menos: "Foucault sigue dando que hablar". Extraña afirmación. Un filósofo, un nombre, el nombre de un filósofo ya muerto hace veinte años sigue dando que hablar. Pero ¿Qué significa que siga dando que hablar? PodrÃamos decir es lo que algunos dicen que "dar que hablar" se refiere en nuestro presente a la reciente publicación de toda una serie de textos del filósofo. Textos que son las transcripciones de los cursos que Foucault diera desde 1970 hasta su muerte en el Collége de France. Textos cuya publicación está aún inconclusa, incluso en su idioma original. Dicen entonces, quienes prefieren entender de tal modo aquella afirmación: "Foucault sigue dando cátedra".
"Dar cátedra" no obstante no es "dar que hablar". Más bien, muchas veces, es todo lo contrario. Es quitar el habla, aquietar el habla del otro. La cátedra es una figura espacial antes que nada. Es el lugar catedral y quien enuncia desde él siempre lo hace con el habla afectada del tono magistral. La cátedra es una dignidad del magÃster o del prelado. La locución magistral no da que hablar, es una violencia que se arroga el privilegio de hablar. ¿PodrÃamos creer que el filósofo que urdÃa en vida los modos en los que borrarse y sustraerse de ese lugar soberano, pueda ahora muerto volver para ocuparlo? Este Foucault reaparecido, el fantasma de Foucault, difÃcilmente aceptarÃa el lugar catedral.
Además ¿puede el muerto ocupar el lugar soberano? A lo sumo puede pedir, como en Shakespeare, justicia. En un mundo out of joint donde ha sido desplazado de su lugar soberano, el fantasma trae y demanda justicia. El fantasma es algo de lo que no se sabe precisamente si es, si existe, si responde a un nombre. Es un presente no presente. Su "Yo" imposible no puede ya decir la ley soberana.
Entonces, valdrÃa dejar de lado la cátedra y preguntar ¿puede "dar que hablar" el filósofo muerto? ¿Puede la muerte del filósofo darnos la posibilidad de hablar? ¿La imposibilidad de su Yo puesto en acto en una enunciación puede permitirnos hablar?
Las primeras palabras de la lección que inauguraba aquellos cursos que aún hoy se siguen publicando, decÃan precisamente: "En el discurso que hoy debo pronunciar, y en todos aquellos que, quizás durante años, habré de pronunciar aquÃ, hubiera preferido poder deslizarme subrepticiamente. Más que tomar la palabra, hubiera preferido verme envuelto por ella y transportado más allá de todo posible inicio. Me hubiera gustado darme cuenta de que en el momento de ponerme a hablar ya me precedÃa una voz sin nombre desde hacÃa mucho tiempo: me habrÃa bastando entonces con encadenar, proseguir la frase, introducirme sin ser advertido en sus intersticios, como si ella me hubiera hecho señas quedándose, un momento, interrumpida. No habrÃa habido por tanto inicio; y en lugar de ser aquel de quien procede el discurso, yo serÃa más bien una pequeña laguna en el azar de su desarrollo, el punto de su desaparición posible".
Ese dejarse arrastrar, en el y por el discurso, como algo abandonado, flotante y dichoso, ese no dar inicio al discurso y en lugar de ser aquel de quien procede éste, ser más bien una pequeña laguna en el azar de su desarrollo, ese deseo de no ser más el Yo soberano que lo inicia parece hasta cierto punto haberse hecho posible para el filósofo a través de su propia muerte. Foucault muerto, el fantasma de él, sólo puede aparecer en el desplegarse de un discurso que lo precede. Es otro Yo el que enuncia, el que inicia el discurso donde Foucault no puede ya hablar, no puede ya articular esas palabras complejas y paradójicas que son el "Yo hablo". La muerte de Foucault implica mal que les pese a los guardianes de la ortologÃa del sentido que Foucault ha devenido otros, ha devenido múltiple. Aquello que lo seducÃa de Klossowski y Blanchot es decir, el desdoblamiento del sujeto en voces que se reemplazan, se susurran, se cruzan y se pierden, la dispersión y la "multiplicación teatral y demente del Yo" se afirman infinitamente con su muerte. Por ello mismo, el filósofo muerto no puede tomar la palabra, es transportado por ella. Su lugar ya no es el del sujeto fundante, se ha desplazado en el enunciado mismo hacia otros lugares, ha abandonado el emplazamiento del Yo para devenir otro. Y es quizá ese desplazamiento, ese no estar nunca en el mismo lugar sino en los inestables parajes a los que lo lleva el azar del discurso, ese volverse mudo y móvil, el que permite otrohabladeél y elhabladeotro. AsÃ, la muerte de Foucault no deja tras de sà un fantasma que viene a dar cátedra, sino que en su mismo sustraerse del emplazamiento que enuncia viene a doblar a seguir el gesto que persiguió en vida: donar la palabra, dar la palabra a otros discursos, a los discursos menores y diferenciales.
*Publicado en Mesa de Café "Dudemos del progreso" en Temas de FilosofÃa PolÃtica. Fragmento. [email protected]
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