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Jueves, 19 de marzo de 2009
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Hijos apropiados que se niegan a saber la verdad

Identidad dolorosa

Por Nadia Cavaglia*
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Las Abuelas de Plaza de Mayo ayudan a restituir el verdadero nombre.

Desde la literatura, sabemos que la mentira está al servicio de la intención narrativa. Se puede contar un cuento y obtener en su lectura un goce estético. Sin embargo, cuando la mentira se complementa con el delito nos encontramos con una gravedad original: la pérdida de la eficacia simbólica de la ficción. En el caso de hijos secuestrados y apropiados no es una ficción cualquiera, sino la que concierne a la identidad y que se construye fundada en una situación mentirosa que encubre un crimen. Entonces, si con estas unidades complementarias ﷓la mentira y el delito﷓ se crea la identidad, si desde ahí un niño crece, estamos ante un cimiento minado, a punto de estallar. A veces estalla, a veces se fija rígidamente. Las noticias que hasta hoy tenemos hablan de varios estallidos. De los 500 hijos de desaparecidos, casi 100 ya conocieron su origen y otros facilitaron su sangre para las pruebas genéticas. De todos modos sigue preocupando el no estallido, la imposibilidad de reflexionar, el atasco.

¿Por qué muchos hijos de desaparecidos, que saben que fueron adoptados entre 1976 y 1983 y logran preguntar acerca de su origen, no alcanzan la idea de la apropiación?, ¿qué es lo que se pone en juego al momento de vislumbrar la posibilidad de haber sido objetos de semejante maquinaria?, ¿por qué siendo adultos jóvenes, muchos prefieren el desconocimiento a la verdad?, ¿por qué no podrán dejar una gota de sangre?, ¿por qué la sangre representa la catástrofe?, ¿por qué cuando la justicia dispone la extracción de sus cabellos caídos, sienten que los están violentando?, ¿qué se pone en juego en ese acto? Y por último: ¿qué lee un hijo apropiado cuando lee: "Las Abuelas encontraron otro nieto"?

Esto es lo que creo habría que despejar cuidadosamente a la hora de debatir lo que sucede con esta generación que está entre nosotros. Estos jóvenes que han vivido en una situación infamiliar como es la de su propio cautiverio, que conviven en la coyuntura del delito, la mentira y el secreto, están en condiciones de rechazar cualquier acercamiento a la certeza de su origen. Ante esta delicada situación y ante la posibilidad de la restitución, emerge un trabajo psíquico imperioso: la liquidación de las mentiras, porque cada elemento que integraba el mundo conocido deberá ser revisado dado que podría contener falsedades.

Son más de treinta años de falsedad los que hay que cuestionar. ¿Cómo destejer la consistencia de aquellos vínculos?, ¿qué podría citarlos a las preguntas? Posiblemente dos acontecimientos: la justicia y la memoria colectiva. Aquello que sin duda hace a la recuperación y a la reparación de la historia de una época.

Esa perversión en la crianza de un niño no puede menos que imprimir modalidades inéditas en el modo de ser﷓estar en este mundo. ¿Cómo llamarle? Se Es y se Está en este mundo porque alguien pensó y nombró a alguien. Cuando esto se intenta destruir, la restitución no puede ir por otra vía que la del Nombre, lo más propio de un sujeto. Por eso cuando Laura Ernestina Sacaccheri, el 29 de octubre de 1987, supo su identidad tuvo una reacción memorable: "ya soy yo", dijo.

A partir de estas palabras y gracias a la escritura de la Convención Internacional de los Derechos del Niño en la que el primer derecho que se enuncia es el derecho a la identidad, se me ocurre que este nuevo modo de ser﷓estar en este mundo, llevará el nombre de cada hijo de desaparecido que ha sido restituido a su Familia. Y esto viene sucediendo, aún con las toxinas de aquella época inoculadas en cierto sector de la sociedad que pide estupideces por TV.

*Psicoanalista. Coordinadora del área Derechos Humanos, Memoria y Subjetividad del II Congreso Argentino Latinoamericanos de Derechos Humanos: Un compromiso de la Universidad.

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