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Jueves, 30 de julio de 2009
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La ventana indiscreta, un film que anticipó el show de la intimidad

Una raza de perversos mirones

Alfred Hitchcock planteó el show de la intimidad que hoy se multiplica en millones de blogs y fotologs, una satisfacción autista, sin Otro, a la que se suma el goce de la mirada planetarizada en todas las pantallas existentes.

Por Blanca Sánchez*
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La ventana indiscreta, con Gene Kelly y James Stewart, adelantó el goce de ser mirado.

La ventana indiscreta es el título de un film de Alfred Hitchcock que anticipa uno de los fenómenos sobre los que quisiera detenerme. No solamente porque ilustra el goce de la mirada por el que el espectador goza, en realidad, de "ser mirado", del apresamiento de la imagen, sino también porque nos habla del show de la intimidad. Comienza con unas persianas de bambú que se levantan dejando al descubierto el escenario, al modo de los telones de los teatros. Cuando el partenaire femenino del film Grace Kelly decide cerrarlos en determinado momento, lo hace acompañando el gesto con la frase "Se terminó el show". Jeff James Stewart , un fotógrafo acostumbrado a mirar el mundo desde el teleobjetivo de su cámara, ahora postrado por un yeso que le impide salir al exterior, abre su ventana a las ventanas de las intimidades de sus vecinos e ilustra, como le dice Stella la mujer del seguro social que lo cuida , cómo "nos hemos convertido en una raza de perversos mirones". Desprovisto de su gadget, sólo puede procurarse el marco de una ventana que le permite ver parcialmente la intimidad de los otros. El tiempo transcurre, ilustrado con el reloj pulsera, marcando el devenir de los sucesos. Pero, hay que aclarar, que los otros no muestran su intimidad sino que nuestro protagonista, podríamos decir, "abre sus ventanas".

Hoy, infinidad de otras ventanas se abren ante la mirada de quienes quieran ser capturados por ellas; las abren aquellos que exponen todos los detalles de su vida privada en un blog o en un fotolog. Se trata de las nuevas ventanas indiscretas de nuestro tiempo. O como el título del libro de Paula Sibilia de La intimidad como espectáculo.

Si bien los diarios íntimos, las autobiografías, el intercambio epistolar han existido siempre, el surgimiento de los medios de comunicación masivos basados en las tecnologías electrónicas (e mail, Internet, chat, Messenger, foros de chat) contribuyeron a que la intimidad se espectacularice y a que la división fuertemente marcada entre lo público y lo privado, entre ficción y no ficción, se desdibuje. Los usos confesionales de Internet, desde la publicación de los diarios íntimos hasta los blogs y los fotologs "serían manifestaciones renovadas de los viejos géneros autobiográficos". ¿Qué es lo que los renueva? Si el régimen de fines del siglo XIX y principios del XX se caracterizaba por una degradación del ser a favor del tener, por la posibilidad de acumulación de objetos, en el estado actual de la vida social ocurre un deslizamiento del tener al parecer. Los avances tecnológicos en los que se privilegia la mirada, más el consumo exacerbado y la publicidad, se conjugan dando como resultado una cultura de las apariencias, del espectáculo y de la visibilidad.

Lo que diferencia las clásicas cartas y los diarios íntimos, de los chats y los blogs de hoy, es su espectacularización y la pérdida de la intimidad, su particular temporalidad y el tipo de subjetividad que se asocia a ellos.

El estilo de lo que puede leerse en ellos se nutre de la cultura de la información y toma de ella sus características, en detrimento de la narración. En primer lugar, la omnipresencia del presente. Todo es relatado a la velocidad del instante y la simultaneidad; el pasado pierde su estatuto y con él, la retrospectiva; el futuro se bloquea, sin la idea del fluir del tiempo. En las imágenes fotográficas de lo cotidiano, o en las confesiones de los blogs, se "exhiben pegados unos después de otros retratos instantáneos de momentos presentes de la vida que van pasando, pero que no se articulan ni sedimentan para constituir un pasado a la vieja usanza".

Además de breves, tienen que ser "reales" o por lo menos parecer serlo; ¿autoficciones engañosas o relatos no ficticios? Poco importa; podríamos decir desde el psicoanálisis, que no por ello dejan de ser ficciones, un tipo particular de ficción. La estructura de ficción siempre será insuficiente para poder abarcar lo real, que con Lacan leemos como la ausencia de relación sexual. Sin embargo, algunas ficciones, lejos de proponerse suturar o velar ese vacío, denuncian su imposibilidad de poder abordarlo. O incluso, como las novelas modernas, tienen la dignidad de "hacernos ver lo que hay de irreductible". En las nuevas ventanas y sus ficciones, por el contrario, el sexo, está por todas partes, pero el irreductible que hay entre el objeto de amor, de deseo y de goce no aparece por ningún lado.

Sin embargo, lo que las confesiones de finales de siglo pasado y las de hoy tienen en común es que, como toda carta "hay un destinatario del mensaje del que uno se sirve sólo para escribirse a sí mismo, para satisfacer ese autismo del goce apresado por las redes del significante y de la comunicación misma". En el hecho de escribir "esas cartas a uno mismo" se esconde una satisfacción autista, sin Otro, a la que se suma el goce de la mirada planetarizada en todas las pantallas que nos acompañan.

*Fragmento del trabajo publicado en Virtualia 18, revista digital de la EOL, y una versión ampliada en Aperiódico psicoanalítico.

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