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Jueves, 8 de octubre de 2009
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¿La renuncia al deseo sólo puede explicarse desde el miedo?

Otra mirada sobre la neurosis

El aspecto idealista que anidaría en las profundidades psíquicas de algunos sujetos neuróticos tal vez no haya sido suficientemente ponderado como para descubrir serían el último bastión de resistencia de una especie de moralismo.

Por Jorge Ballario*
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Un recién nacido percibe el mundo de manera rudimentaria: formas, colores, movimientos y ruidos.

Según Jacques Lacan, los significantes por sí solos no significan nada. En cambio, en relación con otros generan efectos de significación. Por lo tanto, nuestras significaciones no se corresponden unívocamente con ningún significante particular, sino que son sólo efectos de la cambiante relación que se produce entre los diversos significantes.

Un recién nacido únicamente percibe de modo totalmente rudimentario y precario: formas, movimientos, ruidos y los contrastes visuales (colores). No hay todavía en él ninguna significación, ningún sentido, ninguna palabra, ninguna vivencia que pueda darle idea de lo que ve y siente. Es a partir de su interacción con ese esquema básico externo, que se le configurará gradualmente el sentido de su mundo. El bebé, por esos días, a una forma recortada en el espacio que emite ciertos sonidos y se mueve de determinada manera, y está íntimamente ligada a casi todas sus experiencias de satisfacción, aprenderá a reconocerla y balbuceará su primer vocablo para llamarla: "ma - má". Y es así como de a poco, en un largo y complejo proceso de aprendizaje, irá adquiriendo las destrezas, capacidades y saberes del futuro adulto. Toda esa fenomenal complejidad adquirida se instalará y residirá exclusivamente en su mente, dado que afuera continuará existiendo lo de siempre -lo dicho: sólo formas, movimientos, ruidos y contrastes visuales-. Por ende, el sentido del mundo que lo rodea persistirá siendo una proyección de su "película interna". Una proyección de su historia con sus aprendizajes, sentimientos, deseos y expectativas, sobre la elemental "pantalla externa" del bebé, como asimismo le ocurre al adulto.

El hombre no es un ser racional que posee emociones, sino esencialmente un ser emocional e imaginativo que razona. Por lo tanto, siempre existe un a priori emocional con respecto a la razón: ésta no se explica a sí misma, sólo puede hacerlo a través del prisma emocional subjetivo que nos singulariza. Cuando se abusa de la razón, el racionalismo surgido, puede devenir un espejismo que altera la realidad, obturando otras percepciones posibles. Aunque, "tanto hay exceso en excluir la razón, como en no admitir más que la razón", dijo Blaise Pascal.

En su cuento "El inmortal", Jorge Luis Borges nos hace ver cómo la propia condición humana es relativa a nuestra existencia como seres mortales: si fuésemos inmortales, careceríamos de los poderosos condicionamientos de sabernos mortales que definen lo humano y que nos impulsan a trascender simbólicamente nuestro propio fin.

Muchas de las verdades conocidas son relativas, dado que, si las profundizásemos, en algún punto muchas de ellas se relativizarían, de manera análoga a como desaparecen los límites entre los diversos objetos, en el nivel atómico.

Una porción considerable de la estructuración subjetiva del hombre pasa por la disciplina y la represión, como asimismo por la inclusión de categorías, cualidades, conocimientos, etc. En suma, por una amplísima gama de variantes al servicio del ordenamiento lógico, y de la sacralizada organización racional, incluso de los afectos, a la que nos vemos sometidos los seres humanos en la dura e inexorable marcha civilizadora y de culturización que emprendimos al nacer. Sería algo así como tener a Dios mismo (¿la razón?) atravesando todo nuestro ser. En tal caso, podríamos vislumbrar cómo la razón, devenida sutilmente racionalismo, se encargaría de obturar la dimensión profunda de nuestras determinaciones inconscientes, transformando una parte considerable de nuestras realidades subjetivas en meros espejismos racionalizados.

En el marco de dicha estabilidad ilusoria que les dio origen, los objetos y las categorías "quedan", son como instantáneas de un proceso dinámico; es así como pueden ser captados y congelados en sus respectivas configuraciones perceptivas.

La neurosis misma posee un aspecto básico, que aunque profundamente inconsciente, se podría tildar de idealista: es todo un mérito renunciar al Deseo. Es decir, esta deserción, desde una perspectiva puede ser cobardía, pero desde otra puede verse como un sacrificio en pos de la ley cultural, y tal vez habita en el alma del neurótico un gozoso idealismo cultural, y no sólo un temor inconsciente. En tal caso, habría una especie de heroicidad anónima que le haría soportar estoicamente sus síntomas, y hasta una vida trágica en ocasiones, en pos de ese ideal cultural. Tal vez este aspecto idealista que anidaría en las profundidades psíquicas de algunos sujetos neuróticos no haya sido suficientemente ponderado como para que podamos descubrir que ellos serían el último bastión de resistencia de una especie de moralismo que se niega a desaparecer y que estas personas neuróticas representan.

La cobardía y la valentía, en determinadas circunstancias, pueden ser simplemente dos posiciones relativas a las demás significaciones en juego. Hay que tener en cuenta también que la actitud y el sentir son las dos caras de la misma moneda, y que al modificar uno de los lados, se modifica el otro.

*Psicoanalista. Escritor. www.jorgeballario.com.ar.

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