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Jueves, 22 de julio de 2010
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Comentario sobre la película "Un hombre serio" de los hermanos Coen

La culpa, astucia del poder

Un ser autoconstituido desde la fe, la responsabilidad laboral, la fidelidad y el respeto por las tradiciones, recibe humillación e injusticia. Este hombre, cual personaje bíblico, soporta los ramalazos bestiales de la ira de Dios.

Por Esther Díaz *
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Larry vive en un floreciente barrio de clase media estadounidense.

Un hombre serio, la película de los hermanos Coen en la que se recrea la vieja creencia bíblica acerca de la aleatoriedad de la ira de Dios, quien no siempre manda sus plagas para castigar, a veces lo hace simplemente para demostrar su inconmensurable poder.

Ahora estamos en un floreciente barrio de clase media estadounidense. Todo parece encantador en torno a esa casa que huele a nuevo. Larry, padre de familia con dos hijos adolescentes, es un prolijo profesor universitario especializado en física cuántica. Enseña apasionadamente -ante un público indiferente- el indeterminismo de las partículas, el azar de las trayectorias y el fin de las certidumbres.

El principio de indeterminación, representado matemáticamente en el pizarrón, es un reflejo de su propia vida o, más bien, de cualquier vida, pero aquí se hace carne en Larry, observante de la ley, cuidador de los preceptos, previsor y buena gente. Si las condiciones de existencia de este hombre justo formaran parte de un experimento científico, se podría decir que dadas estas condiciones iniciales "ideales", es razonable predecir un desarrollo existencial armónico y hasta feliz. No obstante el principio que rige los destinos humanos es similar al de las partículas. Falibilidad, contingencia, indeterminación.

Justamente, la tormenta que se había abatido sobre sus antepasados estalló contra Larry, un ser autoconstituido desde la fe, la responsabilidad laboral, la fidelidad a los afectos y el respeto por las tradiciones. A cambio de ello recibe humillación, injusticia, absurdo, traición y enfermedad. Las desgracias se tropiezan entre ellas para horadar a este hombre que, cual personaje bíblico, soporta los ramalazos bestiales de la ira de Dios.

Las Sagradas Escrituras, la historia y la literatura dan cuenta de las penurias de los justos. Así ocurrió con Job acosado por mil desdichas a pesar de su piedad, o con los leprosos medievales que no necesariamente eran seres indignos, o con la bondadosa Justinne, el personaje de Sade, que sufre todas las humillaciones imaginables mientras su malvada hermana, Juliette, obtiene beneficios a partir de su crueldad. La virtud desventurada y el vicio recompensado.

Ocurre que a veces al Señor necesita demostrar su poder sembrando catástrofes naturales o desastres personales sin estar cobrándose deuda alguna. Esta premisa religiosa -que se encuentra en nuestros mitos fundantes- no es tan poderosa sin embargo como el imperativo de la culpa. Pues si -según la tradición judeocristiana- por el solo hecho de nacer ya se es culpable, ¿qué se puede esperar sino una vida plagada de presuntas deudas?

La "religión" global hoy es la tecnociencia y su ídolo la salud. En su nombre se despliegan campañas para salvar el planeta, cuidar los pulmones propios y ajenos, reglamentar la cantidad de hijos que conviene tener o no tener, arrancarle los órganos a una persona que aun respira, en nombre de los trasplantes o, paradójicamente, hacer respirar a los cadáveres en las salas de terapia intensiva, aun cuando todo indica que el fin es irreversible e inminente.

El no cumplimiento de los reglamentos (si bien no en todas las personas o circunstancias) acuna incomodidades internas. Culpa por nacer, por vivir, por masturbarse, por fumar, por comer, por no hacer ejercicio, por traer hijos al mundo o por no traerlos, por no donar órganos, por el hambre de los otros. Incluso, por esos absurdos de este dispositivo, vivimos como falta algunas acciones que realizamos en absoluta soledad, y sin dañar a nadie, pero que están reñidas con lo que nuestro imaginario señala como correcto.

Freud, al elaborar su visión sobre la melancolía, muestra cómo el paciente que pierde su propia estima se autoflagela psíquicamente y exhibe impúdicamente sus lacras culposas. Esta actitud del melancólico permite iluminar -por analogía- el proceso de formación de los valores en la subjetividad en general, en la que se produce una torsión similar a la del melancólico. El sujeto se desdobla para criticar una parte suya como si se tratara de un objeto externo. Esa instancia autocrítica opera al servicio de la formación de la conciencia moral. De este modo, cada uno carga con su propio juez.

Tanto en el abordaje nietzscheano como en el freudiano, aunque desde diferentes perspectivas, aparece el gran costo de sufrimiento implícito en las valoraciones morales sobre todo cuando son manipuladas por el poder o laceradas por la enfermedad.

* Fragmento "Sobre la culpabilidad y el sacrificio". Publicado en ImagoAgenda nº 138.

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