Me comentaba un amigo de edad avanzada que desde que era niño y hasta bien entrada la pubertad, practicaba un juego muy peligroso, al cual se sentÃa compelido y que le deparaba intensas emociones. El juego consistÃa en esperar el paso de los tranvÃas en mitad de cuadra, o sea, cuando éstos estaban lanzados a toda velocidad, y lanzarse a cruzar delante de ellos a toda carrera para no ser atropellado. Este juego era a tal punto peligroso que en algunas oportunidades veÃa al cruzar la cara aterrorizada del conductor del vehÃculo.
Esta acción tiene dos explicaciones, una de ellas, consistirÃa en una prueba de control sobre la muerte, la convicción de poder dominar el peligro. Otra motivación era un desafÃo, tirar al aire la moneda que decidirÃa entre la vida y la muerte; dos deseos en conflicto, la lucha entre la pulsión de vida y la pulsión de muerte, y dejar en manos del destino o del azar su resolución.
Esta atracción por la muerte es fácilmente comprobable por el sinnúmero de accidentes de tránsito causados por una conducción temeraria, o la afición a deportes extremos, tales como el alpinismo o el aladeltismo y formas más encubiertas por su aceptación social, pero igualmente peligrosas para la integridad fÃsica y psÃquica la constituyen la ingesta desmedida de alcohol y de drogas, el tabaquismo, la exposición a enfermedades de transmisión sexual, entre otras.
Otra situación de extrema peligrosidad tiene que ver con una búsqueda de descarga libidinal cuyo lÃmite con la muerte es una lÃnea muy delgada. Consiste en la masturbación o el coito impidiendo la respiración ya sea mediante la obstrucción de las vÃas respiratorias cubriendo la cabeza con bolsas plásticas o recurriendo a la semiestrangulación con cuerdas o cinturones para privar de oxÃgeno al organismo. Producida esta anoxia, el placer orgásmico es más intenso y prolongado. Se trata de una práctica sexual muy peligrosa que ha llegado a ser causa de muerte en muchos casos.
Cuando la realiza una persona en solitario, se denomina asfixia autoerótica; en ocasiones se realiza en pareja, lo cual permite un mayor control de estas situaciones de riesgo que afectan a la respiración.
Esta práctica sexual fue importada de los prostÃbulos del Extremo Oriente donde los hombres se sometÃan a ella para aumentar la sensación del orgasmo, usando pelucas, sostenes y otras ropas femeninas y después de la guerra de Indochina los franceses la introdujeron en Europa.
El hallazgo de cadáveres de hombres desnudos, algunos vestidos con prendas de mujer y ataduras en el cuello, las manos y los pies, son dramáticos testigos de esta práctica, cuya Ãndole sexual si está en duda se confirma con el material de Ãndole pornográfico encontrado en la escena.
El margen entre la vida y la muerte es tan sutil que los que deciden suspenderse del suelo usando correas o lazos corren el riesgo de perder la conciencia y terminar ahorcados sin siquiera darse cuenta.
Mi hipótesis es que en este conflicto entre Eros y Tánatos el sujeto busca una descarga libidinal total, una descarga del aparato psÃquico que elimine el deseo del sujeto, lo que constituye la muerte psÃquica, el estado previo al nacimiento. Si los franceses se refieren al orgasmo como una "petit mort", esta descarga que produce orgasmos múltiples, pretende ir más allá, más allá del principio del placer, hacia el goce en plenitud.
Un caso paradigmático de esta práctica es el de una mujer llamada Sharon Lopatka, que a través de internet buscó un hombre que quisiera torturarla y matarla mientras realizaban el acto sexual, cosa que al final consiguió, muriendo en octubre de 1996.
Como ocurre en otras cuestiones de la vida, las muertes de famosos como resultado de la asfixia erótica toman conocimiento público, como en el caso de David Carradine, mientras la mayor parte de las otras vÃctimas permanece en el anonimato.
*Psicoanalista. Nota completa en www.domingocaratozzolo.com.ar.
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