El cientificismo puede definirse como el conjunto de ideas y de creencias que indican que la única forma de obtener conocimiento verdadero, o fiable, o verosÃmil, es la que nos ofrece el conocimiento cientÃfico. Este tipo de conocimiento, fundado en la experiencia o en la razón, constituirÃa el camino apropiado que la evolución del pensamiento humano habrÃa encontrado después de largos y equivocados siglos de cosmovisiones metafÃsicas o religiosas para que al fin podamos acceder al entendimiento verdadero acerca de cómo es el mundo. El cientificismo, además, tiende inexorablemente a asociar a la ciencia con la vieja idea iluminista de progreso, idea que en un sentido general implica un crecimiento de las capacidades técnicas e intelectuales de las que dispondrÃamos para hacer mejor y más larga la vida humana en nuestro planeta.
La idea de un progreso vinculado al dominio del mundo de la naturaleza y a la creación de máquinas que sustituirÃan la acción humana en la producción y luego en todo tipo de labores, fue común al pensamiento polÃtico tanto en las vertientes revolucionarias como en el ideario de los sectores conservadores. La ciencia ficción de los primeros años del siglo XX ilustra profusamente esta perspectiva: un mundo poblado por máquinas que liberan al hombre de la necesidad de trabajar la más penosa de sus obligaciones , y que le permiten desarrollar capacidades artÃsticas o intelectuales inimaginables unos decenios atrás.
En el campo de la PsicologÃa, son conocidos y numerosos los intentos por establecer la cientificidad de una actividad que históricamente estuvo asociada a la FilosofÃa. Para "elevar" las investigaciones psicológicas al carácter de indagaciones cientÃficas los recursos que se han usado y que aún se usan son más o menos los mismos: la recurrencia a la fisiologÃa, a la neurologÃa, o en cualquier caso a una biologÃa del sistema nervioso central que serÃa al mismo tiempo el fundamento empÃrico y la explicación de lo que ocurre en la vida psÃquica.
Paradójicamente, Freud se obstina en definir al Psicoanálisis como una parte de las Ciencias Naturales, las únicas existentes para él. Pero ¿es posible afirmar, en la misma dirección que su fundador, la inclinación naturalista del psicoanálisis y su pertenencia por derecho a la Ciencia? ¿PodrÃa inscribirse el psicoanálisis en la misma tradición que inauguran Galileo y Newton? Hay que indicar que Freud creÃa en esta Ciencia tanto como le era posible, y que si alguna vez dejaba ver en ello algún malestar se habrá debido a que para él el Psicoanálisis no era todavÃa completamente cientÃfico en el sentido de las ciencias positivas. Y aunque no cesa de reclamar una explicación especÃficamente psicológica para los procesos psÃquicos, es recién en el año de su muerte cuando puede afirmar que la ubicación anatómica de tales procesos, en el caso de producirse, no contribuirÃa en nada a la comprensión de los mismos. De esta manera reconoce la imposibilidad de una reducción del psicoanálisis a la biologÃa o a la fisiologÃa, reducción que en el mismo acto sellarÃa la defunción del psicoanálisis como tal. Son muchas las razones que hacen que la distancia entre Ciencia y psicoanálisis sea efectivamente intransitable, y también las que pueden ofrecerse para decir que ambas entidades son ontológicamente diversas. El hecho de la insistencia de Freud en conciliar el psicoanálisis con la Ciencia nos conduce a pensar -tal como afirma Castoriadis en esas frecuentes paradojas de la historia que señalan que no resulta exactamente lo mismo el descubrir algo verdadero y el reconocerlo como tal.
Demos por nuestra parte una sola razón para deshacer, tal vez para siempre, ese posible vÃnculo. Una ciencia, cualquiera sea, no exige nada del sujeto: no reclama ninguna transformación en él ni tampoco le indica que al final del camino obtendrá otra cosa que algún logro cognitivo o técnico sobre algo que no es él mismo. El psicoanálisis, en cambio, es sólo una "forma del saber", cuya difÃcil inscripción en algún campo más general de saberes resulta difÃcil, y tan difÃcil que después de más de cien años de buscar algún domicilio fijo, el psicoanálisis ha conseguido no saber ni dónde está ni qué es exactamente. Puede ser que esa atopÃa, esa falta de una ubicación precisa en la episteme contemporánea, no sea el resultado de una contrariedad azarosa, sino un efecto estratégico que impedirÃa, nada menos, pensar la función polÃtica del psicoanálisis. Tal vez señalar su radical distancia con la Ciencia -y con la ideologÃa cientificista en la que la Ciencia apoya su valor impar en nuestra cultura sea una contribución para que el psicoanálisis se de a sà mismo, al fin, una polÃtica.
*Docente PsicologÃa UNR.
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