Los disertantes abrieron el interrogante acerca de qué entendemos por salud mental, considerando que la OMS no dispone de una definición oficial cientÃfica, aunque sà opone los términos salud mental a las enfermedades nerviosas. Si bien el criterio de salud mental carece de consistencia epistémica, se emparenta en cambio con el orden público y el control social. Para el sentido común, alguien que carece de salud mental es aquél en quien no se puede confiar el cuidado de un niño.
En la perspectiva psicoanalÃtica la salud mental no existe, en tanto los humanos estamos marcados en nuestro cuerpo y en nuestros pensamientos por las palabras, nos sostenemos en la vida con nuestros pequeños delirios, y sin llegar a ser psicóticos estamos todos un poco locos.
Pero lo fundamental que nos diferencia de las máquinas y de los animales salvajes que responden a un programa instintual, es que los seres hablantes no tenemos un programa para vivir la vida y por ello hacemos sÃntomas, los que son funcionales en tanto resultan diversos modos subjetivos de tratar lo insoportable. Según se aborde la cuestión del sÃntoma, se puede aliviarlo o cronificarlo.
Hoy dÃa, es común que si un chico presenta problemas en la escuela se diga apresuradamente: sÃndrome de hiperactividad, sin que nadie le pregunte al niño: ¿qué te está pasando? En cambio, se lo medica y se lo re educa. Desde las neurociencias y las psicoterapias cognitivistas y del adiestramiento de la conducta, la salud mental se organiza excluyendo la subjetividad del paciente. De allà que se quiera abortar al sÃntoma: anorexia, bulimia, problemas de aprendizaje escolar, adicciones tóxicas, fenómenos psicosomáticos, angustia de pánico, autismo infantil, degradándolo a un trastorno (ADHD, TOC, sÃndrome de Asperger) o a una disfunción o a alteraciones de la conducta, de la inteligencia, de la alimentación.
Los rótulos de fenómenos disfuncionales, sin preguntarse por el sufrimiento del niño, no son diagnósticos, en tanto el arte de diagnosticar se apoya en el caso por caso. Y la mayor paradoja es que cuando se ataca al sÃntoma se desemboca en su cronificación.
Hablar de subjetividad en el sÃntoma implica que se está dividido y que muchas veces se goza de lo que se dice sufrir; por ejemplo, quien bebe compulsivamente sabe que debe dejar la botella porque le hace mal, pero no puede dejar porque su bien o su goce es tomar. Sabe que el alcohol le hace daño pero su satisfacción la encuentra allÃ. O la niñita que entiende que haciendo berrinches no logra la atención y el amor de sus padres, pero no puede dejar de hacer escándalos en público.
Si para la ciencia médica el sÃntoma es signo de una enfermedad, para el psicoanálisis el sÃntoma es goce. Se goza del sÃntoma. Y si bien se consulta cuando algo del sÃntoma se desanuda y el padeciente lo vive como un desorden o una disfunción que va en contra de sus ideales y de sus sueños, en sà mismo el sÃntoma es un funcionamiento necesario. No hay subjetividad ni civilización sin sÃntomas.
Como al niño lo traen sus padres a la consulta, ellos nos hablan angustiados o desesperados sobre lo que consideran el sufrimiento de su hijo. Pero también tendremos que localizar qué dice el niño sobre cuál es su padecimiento. Siempre se consulta empujado por un sufrimiento, cuando hay un mal uso del sÃntoma o se tiene una relación enferma con el sÃntoma. Quedó formulado por los participantes al final de la conversación, profundizar en las siguientes preguntas, las que quedaron abiertas para seguir pensando y debatiendo: 1) ¿Podemos hablar de diferentes niños y sÃntomas de acuerdo a su nivel social?, 2) El abuso sexual infantil, ¿por qué hoy dÃa se muestra naturalizado?, 3) ¿La violencia se manifiesta cuando no se aceptan las diferencias con los demás, o este fenómeno de agresión incentivado en nuestra época va más allá de eso?
* Psicoanalista miembro de la Escuela de Orientación Lacaniana y de la Asociación Mundial de Psicoanálisis.
Fragmento de la ponencia en las XXVIII Jornadas de Actualización Pediátrica de la Sociedad Argentina de PediatrÃa filial Rosario.
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