El excelente y divertido artÃculo de Juan Forn publicado en la contratapa de Página/12 el viernes 13 de enero sobre el drama de la Princesa Marie Bonaparte llama a la reflexión y al comentario. Primero porque un escritor que se adentra en consideraciones sobre los personajes tan propios del psicoanálisis de una manera tan pertinente merece el elogio y muestra de rebote un vacÃo que intento paliar mÃnimamente con esta nota. Segundo porque si no queda su lectura en el mero divertimento, la de aquella nota, puede funcionar como estÃmulo o causa de investigación y de esfuerzo por articular de acuerdo al discurso del psicoanálisis los mismos elementos para que no queden solamente en una articulación literaria curiosa y graciosa y quizás hasta pasatista que puede dejar una idea equÃvoca de una realidad que sin lugar a dudas fue dramática en su momento y que puede seguir vigente en la actualidad en más de un sentido.
Es necesario haber leÃdo la nota de Juan Forn para leer a su vez que ésta si no es una respuesta por lo menos la complementa y le confiere un sesgo distinto a una pluma prolÃfica y variada como la aludida.
La princesa en sus propias memorias dejó sentado el drama de su falta de volupté, como a ella misma gustaba eufemÃsticamente designar al orgasmo, y también todo lo que hizo por superar dicha falta, desde una intervención quirúrgica de reubicación de su clÃtoris a 2,5 cm de su vagina porque lo tenÃa según ella y sus médicos a 3 cm -distancia que consideraban era la causa de su frigidez-, hasta un psicoanálisis con Freud, a través del cual si bien no logró alcanzar la volupté (tampoco con dos intervenciones quirúrgicas como la citada más arriba), sin embargo con el análisis logró darle un sentido a su vida cuando se encontraba al borde del suicidio en el momento de consultarlo. Es decir, el análisis le permitió sublimar y desarrollar una actividad social y de ayuda desde el lugar de poder real y económico que su lugar de Princesa le daban.
Lo que no es gracioso para nada, destacado en el artÃculo de Juan Forn, son dos cuestiones referidas a sus padres que quizás explican mejor el drama de goce de la Princesa. La madre muere al nacer ella, Forn dice al mes, la diferencia no es relevante a los efectos buscados, simbólicamente digamos le faltó una madre, con todo lo que una madre significa para un niño en su cuerpo mismo, con los cuidados que le prodiga y con el placer que le trasmite de tenerlo. El padre le otorga para su crianza una áspera y tiránica mujer que no la sustituye. Por su parte, el padre impone una crianza cuya finalidad es tan sólo la de que contraiga un ventajoso matrimonio real, tan es asà que cuando ella le manifiesta su deseo de estudiar medicina, él rechaza ese deseo e impone aquello para lo cual la habÃa predestinado: un casamiento con "el prÃncipe heredero de la corona de Grecia y Dinamarca, que resultó ser un homosexual rampante". Otro decide por su vida. Incluso, no importaba con quien... Su deseo no era tenido en cuenta para nada en esa crianza. Falta doble, la de una madre del goce del cuerpo y un padre que no la pone de acuerdo con un deseo sino sólo con una obligación de su corona.
Entonces "El medio centÃmetro de tristeza" no deja de ser una ironÃa respecto de una tristeza por la pérdida irrecuperable de su deseo y consiguientemente de la posibilidad de goce resultante de la puesta en función del mismo. Pérdida sà por partida doble: de la madre para constituir ese deseo y del padre que en su brutalidad no corrige esa ausencia de la madre. Casi una melancolÃa. No se trata tanto de la pérdida del objeto como de la pérdida de la libido misma. Duelo insuperable. De ahà que entiendo que no hay tal fracaso del análisis que hace con Freud como se insinúa en el artÃculo citado, porque no era posible inyectar un deseo donde no lo habÃa, pero sà era posible lograr una sublimación, es decir cumplir una función social aunque fuese respecto del psicoanálisis mismo que le confiriese un sentido a su vida. Desde esta perspectiva, ese análisis no fracasa. Es decir, serÃa bueno que muchos análisis "fracasaran" de esa manera, serÃa todo un logro, dicho de otro modo.
Que su búsqueda estuviese dirigida hacÃa la madre que no tuvo, hacia la madre muerta, está en lo que el mismo Forn destaca en su nota cuando dice que ella tenÃa una macabra afición: "una cruza entre la etnografÃa y la biologÃa, pagaba expediciones al Africa, tenÃa en su estudio la calavera de Charlotte Corday, la asesina de Marat, y el cuerpo disecado de una mujer prehistórica".
Para abonar esta tesis, me parece que puede arrojar luz la inquina que se destaca habÃa entre ella y Lacan. Que no era de mera rivalidad. Ella habÃa hecho todo lo posible por impedir los desarrollos de Lacan, atada a una concepción burocrática del psicoanálisis, y éste reaccionó contra quien consideraba y llamaba "cadáver ionesquiano", aludiendo a Ionesco y su teatro del absurdo, donde lo dramático alcanzaba lo risueño, y lo divertido se transformaba en dramático, en una lógica novedosa y absurda al mismo tiempo. Cadáver, designación cruel para referirse a esa afición por lo muerto, pero además justamente en alusión a esa falta de deseo, de libido, como diciendo que no era ella quien debÃa conducir los destinos del psicoanálisis en Francia.
*Coordinación PsicologÃa Rosario/12.
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