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Jueves, 19 de abril de 2012
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Aproximación a las ideas de André Bretón y Louis Aragon

El amor loco del surrealismo

En el amor surreal se busca la soledad y el aislamiento perfecto del objeto que debe brillar como estrella fugaz; pero a poco, se torna más un ideal inasequible que una verdadera singularidad. Exalta las facultades y simultáneamente las embota.

Por Juan Bautista Ritvo*
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Louis Aragon y André Breton llamaron amor loco a un producto del azar, encuentro fausto e infausto.

Amor y erotismo: "Tu corazón no puedes darme a diario;/ si eres capaz, es que nunca lo diste./ Un amoroso enigma: aunque el corazón parta/ conserva su lugar, y al perderlo, lo salvas", John Donne, Infinitud de los amantes.

Los surrealistas y en particular Aragon y Bretón llamaron "amor loco" a un amor producto del azar, encuentro a la vez fausto e infausto, que une el vértigo y el estrago, y que, como lo dice en ciertos versos Bretón "adora tu sombra venenosa, tu sombra mortal".

L'Amour fou, de Bretón, describe, antes del encuentro amoroso propiamente dicho con una mujer, una visita de él y de Giacometti al mercado de pulgas donde ambos hallan un objeto extraño y misterioso que viene a colmar una falta.

Esta teoría del amor loco, ajena a las banalidades y torpezas que se le atribuyen, debería tomarse en serio, como lo hizo Lacan.

La frase final de Nadja de Bretón, "La belleza será convulsiva o no será", es algo más que un eslogan pasado de moda o un poco ñoño. La convulsión "hecha de contracciones y de distensiones, movimientos contrarios y violentos" refleja el carácter siempre contradictorio del amor parcial a un objeto, a través de una imagen pero en definitiva más allá de ella, hacia la intimidad de los cuerpos, que funde amor y odio: se busca el amor para restañar la herida de una vida atravesada por el lenguaje que la enferma y la exalta pero la vida misma queda marcada por la muerte. En el amor surreal se busca la soledad y el aislamiento perfecto del objeto que debe brillar como estrella fugaz; pero a poco, se torna más un ideal inasequible que una verdadera singularidad. Exalta todas las facultades y simultáneamente las embota, muchas veces hasta la idiotización del amante. El amante busca la fusión más extrema con la amada, pero cada paso lleva, irreversible, fatalmente, al abismo entre ambos, abismo entre sujeto y objeto, que nada tiene de quietud epistemológica, porque el objeto que se retira --y aquí aparece, entre líneas, la posición femenina-- es la cifra dolorosa y hasta insignificante del amante, punto en el cual la mujer, separándose de ser mero objeto para otro, puede denunciar la trampa del varón que ella misma ha fomentado a costa suya. Los malentendidos que son el corazón del pacto amoroso, se multiplican sin cesar.

El amor se quisiera ascensional, como el Eros platónico, pero encuentra su oblicua realización en la caída en lo sucio, pecaminoso, o para decirlo en nuestra jerga, en la perversión polimorfa.

El hombre suele invocar con gusto que una mujer intensamente amada es la causa de su deseo, pero la mujer no siempre siente este lugar como privilegio, más bien la encierra en una cárcel que la aleja de su propio goce- Pero ¿qué arreglo habría para intensidades que aspiran a la eternidad sabiendo de antemano que sólo la precariedad puede concederles vértigo, alegría, mas sabiendo también que lo que se sabe es mejor ignorarlo?

El amor loco vuelve a plantear el tema del hipnotismo, que el siglo XIX exploró bajo la mántica del mesmerismo y de los campos magnéticos. Nos hipnotiza la voz profunda y reposada como si fuera la de un dios, o el consabido objeto brillante que se mueve acompasadamente y nos reclama abandono por la voz del hipnotizador.

Sabemos que antes de romper a hablar -﷓¡qué verbo sugestivo!-- hay que separarse de la maraña de pensamientos que se hunden en el silencio, ese silencio que míticamente era el del infans que de alguna manera seguimos siendo cuando nos mostramos confusos, no entendemos, nos perdemos en la selva del lenguaje que deja de ser nuestra casa, ya no es más la casa del ser, nunca lo fue, en realidad; separarse entonces para inventar y decir y dirigirse al Otro a través de los otros. Hay dolor y resignación y con frecuencia, en el dormir, ejemplarmente, querríamos retornar allí donde en verdad jamás estuvimos.

El misterio hipnótico es tal porque se instaura como promesa de retorno a un mundo prenatal, inexistente, desde luego, pero siempre anhelado. Cualquier cercanía con él rompe el hechizo; cualquier alejamiento, decepciona.

Fuente del hipnotismo, fuente del amor. Otra manera de evocar el Eros de Empédocles, que a la vez posibilita y disuelve las singularidades, y que acarrea un límite jamás alcanzado por la experiencia: lo Uno.

El amor loco testimonia una verdad que constituye al sujeto, al tiempo que desvela el aura de patetismo que suele rodear a la noción: no hay sujeto por el sólo hecho de que finja, es preciso que finja fingir. Además, como Donne lo captó con lucidez barroca, en el juego enloquecedor de los intercambios es preciso perder para dolorosamente ganar: "gana el que finge perder sin saber que efectivamente ha perdido", y el intento de conservarse lo desvencija.

*Licenciado en Filosofía. Psicoanalista. Docente en las Facultades de Psicología y en Humanidades y Artes.

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