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Jueves, 23 de agosto de 2012
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La mirada del psicoanálisis sobre drogas y sus usos

En una época de funámbulos

Las adicciones como prácticas de goce, aun cuando el modo de consumo sea solitario, siempre están referidas a un grupo, a un circuito social, a ciertos sistemas de intercambios que atañen a generaciones, épocas y modas.

Por Adriana Testa (*)
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El agente no es el narcótico, sino la satisfacción paradójica que la adicción reemplaza.

En estos tiempos de democratización de la bohemia, drogas y alcohol son signos de otra cosa. De los grupos de culto que hacían de los elixires exquisitas experiencias de mutaciones en los estados de conciencia, acompañados de una música (blues, jazz, rock, tango) que hacía vibrar el cuerpo al unísono de esas mutaciones, pasamos a otros escenarios donde drogas, alcoholes y psicotrópicos acompañan otros modos de estar en el mundo. Corren de mano en mano por las calles pasando desde el lugar íntimo al público sin diferencia alguna o muy pocas. El marco que da vista al mundo también es otro: la omnipresencia de la mirada y de la voz hacen de cualquier urbe una galería comercial en la extensión de una megalópolis virtual (Eric Laurent, 2005). Somos mirados de modo casi constante, desde la cámara que controla hasta la publicidad que nos propone incansablemente cómo vivir. Y sonorizados de modo también casi constante por una voz planetarizada, omnipresente, que nos llega desde lo más próximo hasta lo más alejado de nuestro entorno. El discurso de la ciencia, que hoy no avanza si no es en la medida de su aplicación tecnológica, ordena de modo vertiginoso estos escenarios.

Entonces, el imperativo de consumo regulado por las reglas de mercado se inscribe en un "para todos", sin embargo esa regulación se diferencia de lo que le sucede a cada sujeto que se sostiene en la multitud mediante sus identificaciones y sus lazos libidinales. (Germán García, 2009).

Las adicciones como prácticas de goce, aun cuando el modo de consumo sea solitario, siempre están referidas a un grupo, a un circuito social, es decir, a determinados sistemas de intercambios que atañen a generaciones, épocas y modas. Si bien esas modalidades de consumo son particulares, es decir, comunes a un conjunto determinado, en el caso de una adicción la propuesta de su tratamiento no es compatible con un programa estandarizado para tales consumidores de tales o cuales drogas. La práctica que propone el psicoanálisis se orienta de un modo muy diferente.

No hay una respuesta "para todos" por igual. En primer lugar, por un principio freudiano de rigor: la causa de la adicción no es la droga. El agente no es el narcótico, sino la satisfacción paradójica que una adicción viene a suplir. (Freud, 1897). Sin duda, también están en juego las sustancias en sus distintas variaciones. No hay "la droga", sino que las hay muy diversas y modalidades de consumo también diversas según el ritual, la "junta", el contexto social. Ambos aspectos inciden en lo real del cuerpo. En tal sentido, el uso mismo de determinadas drogas, por la variabilidad de sus efectos -sea marihuana, hachís, cocaína, éxtasis, pasta base, paco, inhalantes, ácidos, ketamina, o sean psicofármacos, alcohol y sus más variadas combinaciones-, ya es índice de una particular modalidad de satisfacción, así como también lo es el modo de consumo: la dosis, la frecuencia y la vía, es decir el ritual. Eso que Freud llamó, en 1897, el "hábito". Un hábito que en la adicción se asume compulsivamente.

No obstante, no hay posibilidad de saber de qué se trata en cada uno si no es por la vía del relato a que dan lugar las drogas. Cuando el cuerpo ya no está capturado por las drogas, sólo a través del vector de la palabra, tal como ocurre con un sueño, es posible seguir el principio freudiano que orienta hacia la satisfacción que suplen y su fatídica

inscripción.

(*)Presidenta de la Escuela de Orientación Lacaniana (EOL)

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