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Jueves, 4 de julio de 2013
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Placer y dolor en las canchas

Goce del juego

Por Sergio Zabalza*

Sabido es que, desde el punto de vista psicoanalítico, placer y dolor se emparentan en el goce. Nada mejor para ilustrar el punto que tomar las alternativas de las últimas fechas del campeonato de fútbol. Mientras algunos festejaban la conquista del certamen, otros apenas se conformaban con permanecer o recuperar la categoría. Este año, la ciudad de Rosario fue protagonista privilegiada de estos avatares. Ñuls festejó la conquista del título mayor mientras Central apenas asomaba la nariz en primera división.

Unos gozan y otros son gozados. Y sin embargo, a pesar de lo que el sentido común indica, ambos sufren más allá del principio del placer. Se trata de elucidar el pliegue donde gozados y gozadores encuentran un terreno común en el masoquismo.

Freud desbroza tres clases de masoquismo: moral, erógeno y femenino, este último "como una expresión de la naturaleza femenina", cuyas fantasías "ponen a la persona en una situación característica de la feminidad, vale decir, significan ser castrados, ser poseído sexualmente o parir". Conjeturamos que algo de esto se pone en juego cada vez que se disfruta o se llora en la competencia con el rival. (Sin ir más lejos, días atrás, una situación similar se vivió en Avellaneda, donde uno de los cuadros emblemáticos de aquella ciudad, festejó con gozoso deleite el descenso de su vecino y tradicional adversario).

Fue Lacan, sin embargo, quien se encargó de afirmar que lo propiamente femenino no alberga ninguna posición sufriente: "el masoquismo femenino adquiere un sentido muy distinto, bastante irónico y otro alcance. Dicho alcance sólo es posible atraparlo si se capta que es preciso plantear en su principio que el masoquismo femenino es un fantasma masculino".

En efecto, la histeria atestigua los padecimientos del sujeto que sufre a expensas de una identificación viril no asumida: ese "todos me quieren coger" propio de quien, en lugar de sentirse halagada por ser objeto de deseo para un hombre, rivaliza con éste una posición de poder. Y ni hablar del varón que inhibe su acto para evitar la humillación que le supondría la posibilidad de fracasar ante otro varón.

En este punto, las anécdotas futboleras no tienen desperdicio. Cuentan que, en los años setenta, antes de salir a la cancha, el "colorado" Killer --destacado marcador de punta de Rosario Central-- pactaba con Maradona: "Si vos no me metés un caño, yo no te pego". (La frase hace referencia a la jugada por la cual un delantero le pasa la pelota por entre las piernas al defensor).

Lo divertido es que Killer significa asesino en inglés. Entonces, "meter un caño" --término también usado en el hampa-- es una frase que articula goce, dolor y muerte. Y aquí se revela la condición sufriente que también le alcanza al supuesto gozador: "En este fantasma, y en relación a la estructura masoquista imaginada en la mujer, es por procuración como el hombre hace que su goce se sostenga mediante algo que es su propia angustia".

Para decirlo de una vez: el sujeto en posición o actitud sádica no hace más que ventilar su propia angustia ante el trauma común a todo ser hablante: la castración. Una reflexión para no tomarse demasiado en serio lo que se nos juega mientras jugamos o miramos el juego.

*Psicoanalista. Buenos Aires. Hospital Alvarez

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