La semana pasada la ciudad vivió una conmoción que nunca habÃamos sufrido en esta magnitud. Precisamente, la magnitud del derrumbe, del desastre, produjo un corte a partir del cual podemos hablar de un antes y un después. Imposible volver a un estado anterior después de lo acontecido para el sujeto rosarino. Como si el tiempo que hubiese comenzado luego del desastre fuese un nuevo tiempo. Un nuevo tiempo de una experiencia imborrable e insoslayable. Una paciente que vivÃa en el edificio que se derrumbó, decÃa que tuvo la sensación de haber nacido.
En su texto Más allá del Principio de Placer, Sigmund Freud se detenÃa en analizar el hecho de que quienes vivieron el horror de la guerra, de la primera del siglo pasado, padecÃan de lo que se llamaba Neurosis Traumáticas. Estas neurosis tenÃan la particularidad de que quienes la padecÃan sufrÃan de reminiscencias, de recuerdos que una y otra vez venÃan a sus mentes como imágenes de lo vivido. Pero que además soñaban de manera repetitiva escenas vividas o vistas a pesar de tratarse de escenas horribles que reproducÃan hasta fidedignamente produciéndoles el dolor concomitante. Pesadillas. Freud se preguntaba cómo podÃa ser que si se trataba de recuerdos o imágenes horribles se recordaran reiteradamente o se soñaran sin descanso una y otra vez.
Su respuesta era que dichas vivencias requerÃan ser elaboradas, ser incluidas en un orden psÃquico, y que dichas repeticiones tenÃan por finalidad darle un sentido a una experiencia que carecÃa de sentido. Ese intento de elaboración nunca era completo, siempre quedaba un resto imposible de inscribir.
Un paciente, que colaboró voluntaria y denodadamente con los rescatistas y con quienes necesitaban una ayuda, soñó que en el medio de la cancha del deporte que practica en su club, habÃa un enorme agujero. Para referirse luego al hecho de las personas que ya no encontrarÃan a sus familiares, amigos, o seres queridos. Es decir, ese cráter representa bien el agujero que dejan en una vida los seres perdidos e incluso el edificio mismo que ya no está. El agujero es una buena manera de representar eso traumático imposible de entender en su totalidad a lo que Freud se refiere en sus neurosis traumáticas. Jacques Lacan mismo inscribe ese mismo agujero que hace al trauma, escribiéndolo troumatisme, inventa una palabra como era su costumbre, combinando trou, agujero, bache, agujero negro, hueco, con traumatismo.
Los dÃas posteriores al derrumbe del edificio era casi impensable encontrarse con alguien, y que no se hiciese un comentario o referencia a esa desgracia. La experiencia cercana de la muerte, el hecho de pensar que a cualquiera le puede ocurrir, la sensación de estar expuestos, de no estar exentos, dio una dimensión de lo impensado, de lo sorpresivo, de la muerte, como si hubiese dado imagen de aquello que se mantiene alejado, es decir, y esto me lo dijo alguien también de que la muerte forma parte de la vida. Como dice Guy Trobas en Trauma, la muerte no puede ser vivida y, al mismo tiempo es un fenómeno inherente a la vida. La tristeza de la pérdida podÃa verse en el rostro de la gente en la calle, sin exagerar. Que la gente se acercara casi desesperada a ver los efectos de esa explosión en la calle, si bien podÃa estorbar a quienes en ese momento atendÃan la emergencia, necesitaban ver el agujero, la pérdida real, aunque sea en el fulgor, imposible de ver.
El duelo, el dolor, porque el duelo es dolor en trámite, es aceptación de lo inaceptable, es ver el agujero que no se ve. Gente que no mira televisión nunca pero que esos dÃas no podÃa despegarse de las imágenes televisivas y de las reflexiones de otros. Un duelo comunitario por la ciudad perdida, que da lugar a una ciudad con un agujero en el medio. Son los restos de un desastre; pero también cierto estado de locura colectiva, de temor desmesurado.
* Coordinador de la página de PsicologÃa de Rosario/12.
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