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Jueves, 29 de agosto de 2013
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La experiencia analítica pone a prueba el amor y lo resignifica

De lo engañoso a lo verdadero

El análisis permite encontrar una salida a la repetición agobiante de los fracasos del amor. Aunque la transferencia sea condición, el analista no es un partenaire, sino que conduce al analizante a abandonar su ilusionada creencia.

Por Daniel Millas*
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La lírica trovadoresca supuso la aparición del amor cortés.

Constituye una condición del amor tener que probar que es verdadero. Y si esto es así es porque existen también amores engañosos que desfallecen rápidamente con la luz del nuevo día. Hubo una época donde la exaltación del amor junto a la puesta a prueba de su verdad, hallaron una expresión sutil y refinada. A finales del siglo XI acontece la aparición de la lírica trovadoresca. Poetas dedicados a dar forma a un concepto nuevo del amor: el amor cortés. Creación de un verdadero culto que lleva a la idealización extrema de la mujer elegida. La Dama en cuestión es objeto de toda clase de homenajes y lo particular de esta relación amorosa es que ella se mantiene como un ser frío e inaccesible. Este amor es paradigmático en lo que se refiere a dar sus pruebas ya que encuentra allí su fundamento. La fidelidad incondicional y la superación de las tentaciones de la carne son condiciones insoslayables para poder llamarlo verdadero.

Si pasamos ahora al psicoanálisis, encontraremos que para Freud el amor y la verdad constituyen dos dimensiones esenciales de la práctica analítica. Desde el inicio propuso a la búsqueda de la verdad como una posición ética del analista para el desciframiento de las causas del sufrimiento neurótico.

Lo que no esperaba es que el amor irrumpiera como un convidado de piedra en el corazón mismo de la experiencia. Necesitó tiempo para admitir que ese amor, al que puso el nombre de transferencia, no solo era tan legítimo como cualquier otro, sino que constituía una condición necesaria para llevar adelante el análisis. Pero el amor de transferencia es el motor de la cura y no su solución, ya que lo propio del psicoanálisis es la respuesta inédita que le confiere a la demanda de amor en la experiencia.

Quien acude al encuentro con un psicoanalista lo hace llevado por el sufrimiento que lo aqueja. En ese padecimiento la problemática del amor está de alguna manera presente. Ya sea por la decepción y el desengaño, por las traiciones y los desencuentros, o por la dolorosa soledad a la que lleva su ausencia. La demanda de análisis se sostiene en la creencia de que es posible justificar ese dolor que se ha vuelto insoportable.

Es en ese marco de suposición que el amor de transferencia se revela. Pero el analista no es un partenaire amoroso, sino que conduce al analizante a advertir lo que este amor tiene de ilusionada creencia. Opera de modo tal que permite cernir la alteridad radical que encubre la demanda amorosa. Por este medio, el análisis ofrece la oportunidad de encontrar una salida a la repetición agobiante de los fracasos del amor. El amor puesto a prueba en la experiencia analítica demuestra que no hay ninguna complementariedad, que no existe el "uno para el otro" armonioso y predestinado.

Pero entonces, ¿Qué resulta del saber obtenido? ¿Habrá que sumarse finalmente a las filas de los desengañados solitarios, de las almas tristes del desencuentro irremediable? De ninguna manera. La experiencia analítica le dejará saber a quien la atraviesa que el lazo amoroso se funda y se sostiene a partir de un punto de vacío irreductible. Es alrededor de ese vacío, transformado por el análisis en potencia vital del deseo, que se juega la chance de acceder a una nueva modalidad del amor. De elegir con quién compartir el exilio al que cada uno está llevado por la singularidad que lo habita. No está mal como alternativa. Después de todo un exilio no se comparte con cualquiera.

*Miembro EOL y AMP. Director Escuela Orientación Lacaniana. Escrito para las recientes Jornadas Anuales de la EOL Sección Santa Fe.

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