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Jueves, 26 de septiembre de 2013
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La subjetivación de lo imposible, experiencia fundamental de un análisis

El deseo no es la comodidad

Los psicoanalistas saben que el deseo no significa hacer lo que se tiene ganas, sino lo que hace falta. Y que cuesta porque se requiere de un trabajo de decisión y valentía para asumirlo. Los modos neuróticos de la insatisfacción y la imposibilidad.

Por Carolina Rovere*

Los psicoanalistas que seguimos a Freud y Lacan hablamos todo el tiempo del deseo, pero muchas veces se malentiende su estatuto porque se confunde deseo con comodidad. El deseo no significa hacer lo que uno tiene ganas, o como se dice vulgarmente "lo que a uno se le canta", sino más bien hacer acorde a lo que nos hace falta.

Eso que nos hace falta, es aquello que nos causa. Y aquí radica toda la tragicomedia de los seres humanos, ya que se sufre de insatisfacción o de imposibilidad, dos modos neuróticos de gozar de la privación, al no permitirnos acceder a lo que realmente queremos. Así se retrocede o se cancela la búsqueda en pos de los mejores argumentos.

El deseo cuesta y muchas veces es caro porque se requiere de un trabajo de decisión y valentía para asumirlo y hacerlo posible de la buena manera: lleva tiempo recibirse, armar una pareja, concretar un viaje, cambiar de trabajo. En cada singularidad es distinto, no se da de un día para el otro pero tampoco nos lleva una eternidad. El deseo es lo que le da el verdadero sentido y dignifica la vida humana.

Jorge Alemán, en su paso por Rosario, nos decía de una manera muy sencilla que "un deseo es algo que no sabemos ni cómo surgió, ni de donde surgió, pero nos involucra y ahora estamos ahí; un deseo no puede calcularse de antemano". Es muy interesante cómo lo define ya que articula la lógica del deseo con la contingencia. Al proponer que no se puede calcular de antemano, al decir que no sabemos ni cómo surgió, ni de dónde, está diciendo que el deseo nunca es previsible.

El deseo es imprevisto: surge. El asunto entonces es qué se hace con eso, cómo se responde a eso que nos involucra en nuestra estructura más íntima.

¿Pero por qué si un deseo es lo que más nos concierne, sería rechazado o no admitido? Justamente porque el deseo no se lleva bien con la comodidad. El deseo raramente encaja con lo previo, por eso consentir a él implica muchas veces una reestructuración de nuestra cotidianidad. El deseo es entonces un acontecimiento en nuestras vidas que marca un antes y un después, ya no se es el mismo nunca más, tanto si se dice que sí como si se dice que no.

En el ámbito de los analistas suele escucharse a menudo una confusión: en nombre de "lo que no hay", se retrocede frente al deseo. Como los analistas sabemos por haberlo leído a Lacan que no existe armonía gloriosa entre los sexos, entonces aparece en muchas ocasiones una suerte de resignación que nada tiene que ver con la no relación sexual de la que habla Lacan. Porque admitir de la buena manera lo imposible sólo puede hacernos abiertos a la contingencia.

La subjetivación de lo imposible, o de lo que no hay, no es un saber académico. Es una de las experiencias fundamentales de un análisis que consiste en admitir que no hay, pero para nadie. A esto lo llamo estar en paz con lo imposible, ya no hay sufrimiento inútil ni resignaciones neuróticas, porque nos podemos habilitar para disponernos a las contingencias que asoman todo el tiempo en nuestras vidas. Abrirle la puerta a veces requiere de audacia y valentía, pero es lo que hace que la vida merezca ser vivida. Un modo que encuentro para decir qué sería la felicidad.

*Psicoanalista. Docente de la UNR. [email protected]

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