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Jueves, 29 de mayo de 2014
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La familia de sujetos con carencias simbólicas y su palabra

El juicio íntimo que inhibe

Para que el discurso del entorno familiar sirva en lugar de entorpecer, hay que vaciarlo de sentido cuando ubican al paciente en el lugar de objeto, hacer responsable al locutor de su enunciación. Los dichos como valor de síntoma.

Por Sergio Zabalza (1)
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Se trata de sumar el síntoma que expresa el grupo familiar.

Es común que, como parte del tratamiento con sujetos que padecen graves carencias simbólicas, se haga necesario u oportuno sostener entrevistas de familia. Sin embargo, no siempre las personas invitadas a estos encuentros se muestran dispuestas a escuchar o albergar el padecer del paciente. Antes bien, suele suceder que los dichos de algún familiar amenacen aplastar o borrar la iniciativa del sujeto.

Así, por ejemplo, tenemos el caso de una madre que, mientras su hija intentaba relatar situaciones de la vida cotidiana, hacía señas de que la joven estaba loca; otra que no cesaba de referirse a la "enferma" en plena presencia de la paciente; sin dejar de mencionar a los familiares que prefieren hablar de sus propias penurias antes que prestarse a escuchar los problemas del pariente en tratamiento. Entonces para qué las entrevistas? Qué buscamos con ellas? Es que las mismas apuntan meramente a obtener una colaboración operativa? Y si no es así: cuál sería la función de un analista en este dispositivo?

Dado que no hay sujeto sin un Otro que lo albergue, lo expulse, lo ame o lo odie, se trata de considerar el lugar que tales dichos ﷓atroces en algunos casos﷓, ocupan en el funcionamiento familiar. Es decir: atender al valor de compromiso que guardan determinadas frases o gestos en la subjetividad del paciente. Es que un grupo organiza su economía política y libidinal en torno a un rasgo ﷓sea "la enferma", los gestos, o cualquier otro﷓ que, en forma oscura, subrepticia y silenciosa, reporta a cada uno de sus miembros una particular satisfacción más allá del principio de placer.

En otros términos: podríamos prescindir de "la enferma" en el tratamiento de la joven antes citada? Y qué haríamos sin los gestos de esa madre que desestima y a la vez alberga los dichos de su hija?

De lo que se trata, entonces, es de vaciar de sentido a esos significantes que ubican al paciente en el lugar de objeto. Para ello, se hace menester ponerlos en cuestión, interrogarlos, hacer responsable al locutor de su enunciación. Estos es: otorgar a los dichos un valor de síntoma.

Es que, tan cierto como que Freud habla de "la fuerza inquebrantable de la familia en cuanto a formación de masa" (2) es que tampoco duda en afirmar que "las aspiraciones sexuales directas son desfavorables para la formación de masa" (3).Desde esta perspectiva, el padecimiento sintomático ﷓cualquiera sea el que se trate﷓ nace como subrogado de una aspiración sexual que la escena familiar asfixia por acción u omisión. (El inhibido que se siente incapaz de satisfacer el ideal paterno o el psicótico que clama por ser la mujer de Dios, pasando por el adicto que hace de su adicción un sucedáneo de la masturbación infantil, son nuestros mejores testimonios).

De esta forma, si algo distingue al síntoma ﷓neurótico o psicótico﷓ es que atenta contra la masa, contra aquellas verdades instituidas y estereotipadas plasmadas, por ejemplo, en una historia familiar. Paradójica conclusión que atestigua una conmoción singular en cada uno de los miembros. Porque la experiencia clínica indica que, conforme los supuestos ﷓o no﷓ malvados, los pusilánimes o la mala suerte pierden consistencia entre las razones que pretendían explicar algún drama familiar, sus miembros ﷓por lo menos algunos﷓ ensayan la dura tarea de hacerse cargo de sus responsabilidades ...y de sus síntomas.

Por ejemplo, intervenir con la sencilla pregunta: "enferma?" puede dar pie a la particular relación que cada persona del grupo guarda con esa significación estereotipada. Pero también la cita gestual; por ejemplo: ante la madre cuyas señas pretendían sentenciar la locura de su hija, nosotros optamos por responder con más señas, de manera de poner en cuestión a la gesticuladora, sin por ello dejarla fuera de la escena. Es que, lejos del furor curandis que busca su eliminación, la maniobra psicoanalítica se distingue por alojar al síntoma, al tiempo que lo pone a trabajar en el tratamiento.

Es aquí donde se nos revela la posición que, de una u otra manera, le conviene el analista en estas entrevistas de familia, a saber: tal como el síntoma freudiano, que se ubica como una formación de compromiso entre el yo y la pulsión, el trabajo analítico con familias ejerce una suerte de intermediación entre el sujeto y el semejante. Es que, lejos de remitirse a un concepto mitológico, la pulsión se encarna en los dichos, los gestos o la mirada de cualquier familiar que la particularidad del sujeto haya privilegiado o tornado insustituible.

1 Psicoanalista. Integrante del Equipo de investigación en Familia que coordina Darío Galante en el Hospital Alvarez.

2 S. Freud, Psicología de las masas y análisis del yo. T. 18, pág. 119.

3 S. Freud, citado, página 132

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