"El ParaÃso no es otra cosa que la fantasÃa colectiva de la niñez individual" (Sigmund Freud).
Hace unos dÃas, en la ciudad de Rosario, tres adolescentes fueron internados con una grave intoxicación a causa de haber ingerido lÃquido de frenos. No fueron vÃctimas de una equivocación ni de una maniobra de envenenamiento, tampoco se trató de un intento de suicidio. La sustancia fue empleada con el fin de potenciar el efecto de la ingesta de alcohol. Todo sugiere que no hay medida a la hora de buscar sensaciones en el cuerpo. Sin embargo: ¿por qué no considerar que este recurso demencial se asienta en una inhibición que anestesia la sensibilidad y el deseo? "Vamos a descontrolar", suelen decir los chicos -y los no tan chicos-- cada vez que la oportunidad de una celebración asoma en el horizonte. Entonces ¿qué pesadas barreras empujan a ingerir sustancias capaces de terminar con la vida de una persona?
El origen cultural de la fiesta indica que lo celebrado no es otra cosa que la porción de goce que hemos cedido a cambio de postergar la muerte: la entrega que se le ofrenda a la divinidad a cambio de un nuevo pacto de convivencia. De allà la euforia de la re-unión. Pero si se liberan impulsos y se da rienda suelta a los excesos, es porque todo festejo esconde una sombra, y el enmascarado en la fiesta es el duelo. Hoy sin embargo el precioso velo que brindan los semblantes se desvanece en el desenfreno de una satisfacción que pareciera no tramitar pérdida ni lÃmite alguno. El resultado es una represión tanto más fina y brutal que aquella de los tiempos victorianos. Entonces, antes de reducir la cuestión a truculentos diagnósticos individuales, indaguemos la naturaleza de esta trampa urdida a expensas de la fantasÃa colectiva que la sustancia sostiene cual señuelo que, sin embargo, sólo sirve de tapón a la angustia. Quizás descubramos que estos episodios adolescentes conforman sÃntomas sociales.
En estos tiempos de vertiginosa aceleración en que los adultos quieren ser jóvenes, valdrÃa leer "lÃquido de frenos" como un significante que busca quien sepa abrir la puerta para ir a jugar. (No en vano la angustia que esconde la inhibición da como resultado un máximo de dificultad -de turbación- en el movimiento). Para decirlo todo: si bien quizás la sustancia se consuma con el fin de anestesiar un cuerpo sometido al mandato imposible de ser el falo materno --léase: continuar en el paraÃso--, también es probable que "lÃquido de frenos" conforme el desesperado llamado propio de la actual encrucijada adolescente: no podemos salir porque no podemos parar.
*Psicoanalista. Equipo Hospital Alvarez.
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