Si el ocio, el esparcimiento, el descanso, son tan primordiales, ¿por qué no darle más cabida, más espacio, multiplicar nuestros momentos de ocio cotidiano? Algo de esto es posible, sin duda, pero ocurre que muchas de nuestras llamadas actividades ociosas son pagas, en el doble sentido de que son pagadas y de que pagamos por ellas. Paradójicamente, y esto es una genialidad del sistema capitalista, pagamos para descansar, ya que si bien las vacaciones son pagas (desde el punto de vista del derecho laboral), también las pagamos; es decir, reinvertimos ese dinero en el descanso.
A su vez, ese dinero va a parar a manos de otros que, siempre es el caso, trabajan para que nosotros descansemos. Lo cual confirmarÃa, en última instancia, que las vacaciones son una utopÃa, un no lugar, puesto que no es el lugar lo que las transforma en vacaciones, sino el cese de la actividad laboral. Basta con hablar con cualquier marplatense, cualquier barilochense, o cualquier habitante de las ciudades que son tomadas como lugares de descanso, para corroborar que ellos no viven como vacaciones la masiva invasión del espacio de sus ciudades que padecen ciertos meses del año. De hecho, a la hora de vacacionar, ellos se van a otro lugar.
Por eso decÃamos al principio, las vacaciones también pueden pensarse como heterotopÃas o espacios otros según Foucault, a saber, contraespacios (delimitados geográficamente y temporalmente) destinados a borrar o neutralizar los espacios que habitamos comúnmente. En ese sentido, las heterotopÃas siempre se articular con ciertas heterocronÃas (o tiempos otros), y en el tema que nos ocupa podemos constatar que las vacaciones son una cuestión de espacio, de lugar, pero también de tiempo (no sólo dónde, sino cuándo). Foucault, ciertamente, realiza todo un agrupamiento de estas heterotopÃas, de las cuales bastará con mencionar aquà sólo algunos ejemplos para ilustrar el concepto y ver su vÃnculo posible con las vacaciones. Foucault, por ejemplo, de los viajes de boda (con la idea de que la desfloración sexual, la perdida de la virginidad que era mantenida en reserva hasta después del matrimonio, debÃa acontecer en otro lugar que no fuera la casa de los recientes cónyuges); el cementerio (es decir, ese otro lugar donde deben estar los muertos, distinto que el de los vivos, y en lo posible alejado de ellos); las prisiones y los hospitales psiquiátricos (ya que los desviados debÃan estar en otro lugar que el que habitamos los llamados normales y los buenos ciudadanos); los museos y las bibliotecas (que son heterotopÃas de tiempo, que tienen por función detener el tiempo, acumularlo, bajo la fantasÃa de encerrar en un lugar todos los tiempos); y
finalmente - aunque la lista es mucho más extensa- , el pensador francés menciona al pasar las fiestas y las vacaciones, y habla allà de esos pueblos polineseos, a las orillas del Mediterráneo, donde se puede gozar de tres semanitas de desnudez primitiva y eterna. Con su ironÃa, señala que se trata aquà no de detener el tiempo, sino de gastarlo, de borrarlo, en un intento de volver a la desnudez y a la inocencia del primer pecado.
Las fiestas, pero sobretodo las vacaciones, decimos entonces son heterotopÃas de descanso, lugares que nos inventamos para descansar. Son una necesidad, sÃ, pero una necesidad que como todas las necesidades hemos fabricado socialmente. Un espacio donde jugar a ser otros distintos de los que somos, por un tiempo. Una heterotopÃa que, en definitiva, quizá convendrÃa multiplicar, instalar en ese otro tiempo tirano que habitamos diariamente, en esos espacios en los que gustosamente nos encerramos. Aunque sea utópico decirlo, no estarÃa mal después de todo trabajar treinta dÃas al año y descansar los restantes trescientos treinta y cinco.
*Psicoanalista. Especialista en PsicologÃa en Educación. Docente, investigador Facultad de PsicologÃa (UNR) y Escuela de PsicologÃa del (IUNIR). Fragmento nota Enero 2015.
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