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Jueves, 9 de julio de 2015
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El ideal autista de la originalidad absoluta en el juicio a Katchadjian

La trascendencia de la pena

A raíz del procesamiento legal del autor de El Aleph engordado, surge una pregunta: ¿A nadie se le ocurrió que El Aleph puede ser la reescritura de Borges de La Divina Comedia? Penar la similitud entre dos textos es penar la semejanza.

Por Beatriz Vignoli*
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Dante y Beatriz, pintura de Henry Holiday de 1884.

Cuando ya ha corrido tanta tinta sobre el procesamiento legal del autor de El Aleph engordado habiendo lugar a una apelación de la viuda de Borges contra su sobreseimiento en una causa por delito contra la propiedad intelectual; cuando cualquier argumento a favor o en contra de Pablo Katchadjian o de su querellante serial parece agotado, surge esta pregunta: ¿A alguien se le ocurrió que el cuento "El Aleph" de Borges puede ser leído como una reescritura de la Divina Comedia de Dante Alighieri? Desde el guiño implícito en el nombre de la amada (Beatriz Viterbo como espejo de la Beatrice del florentino) cabe sospecharlo. Al releer El Aleph, a 70 años de su primera publicación (en 1945, en la revista Sur), se sienten envejecidos aquellos pasajes del texto que el autor dirige al campo social de la literatura de sus contemporáneos. El kitsch, el mal estilo que encarna Argentino Daneri (cuyo nombre de pila alude sin duda al nacionalismo) ha perdido gran parte de su filo satírico, habiendo sido sepultados por el olvido los arrogantes "plumíferos" que Daneri ejemplificaba.

Sin embargo, la historia es indestructible. El Aleph se trata de un poeta que al perseverar en un amor no correspondido accede a la omnisciencia. Sublimación, diría Freud. Le pasó, según una magnífica leyenda, a Ramón Llull, quien tras su traumático encuentro con lo real del cuerpo de La Mujer Amada (un pecho canceroso, cuentan) mutó de donjuanesco cantautor medieval a teólogo incomparable. Se dice que la trascendencia accedida fue de tal calibre que hasta los mismos huesos de su cráneo resistieron al fuego y perduraron siglos. Hay tratados de alquimia firmados con su nombre, pero no está probado que sean suyos.

Si la literatura fuese pura relación entre textos, cabe pensar a Daneri como un nuevo Virgilio pero a la vez como una versión porteña del chaperón medieval, aquel custodio de la doncella a la cual el enamorado ansía ver y cantar en la tradición del amor cortés: tradición no por nada vinculada estrechamente al misticismo, compartiendo un mismo lenguaje al punto de confundir al lector actual.

Una navegación ociosa por páginas web de divulgación científica permite sospechar cierta influencia de las hormonas sexuales sobre el metabolismo de la glándula pineal, verdadera antena orgánica, cuyos vestigios de células de una prehistórica retina interceptarían ondas electromagnéticas siempre que no interfiriera la actividad cortical: dado que la corteza pareciera ser la sede de la inteligencia racional, la estupidez producto del amor (debida seguramente a una inundación de testosterona en el pobre cerebro del enamorado) nos conectaría con lo que sea que se halle ahí afuera y tenga la posta de todo. Un Aleph.

Suponemos que Borges leyó todo. Pero sabemos que además vivió. Deben haber vivido experiencias parecidas Llull, el Dante y Borges, quien dedicó a Estela Canto su célebre cuento (que comienza: "La candente mañana de febrero en que Beatriz Viterbo murió..."). Penar la similitud entre dos textos no es sólo penar la copia: es penar la semejanza. Si es cierto que las penas del amor guían a algunos hacia la trascendencia, también es cierto que un fallo adverso a Pablo Katchadjian tendría el nefasto efecto de la trascendencia de la pena. Condenar al autor de El Aleph engordado sería un castigo ejemplar a priori contra cualquier intento de parecerse, no ya una obra a otra, no ya un autor a otro, sino un humano a su semejante en su saber hacer con las adversidades de la vida. Si todo espejo es plagio, cabrá abolir cualquier identificación estructurante. No sólo la de Katchadjian con Borges. Si encuentro un Aleph en un sótano, temeré contarlo. No por miedo a que me acusen de locura o de brujería sino por respeto a la propiedad intelectual de María Kodama sobre El Aleph, más imperativa que cualquier atropello de Zunino y Zungri.

Si Katchadjian pierde este juicio, no habrán triunfado solo ella, sus abogados, una clase social; habrá triunfado el Uno, el ideal autista de la originalidad absoluta. El Uno: tirano de nuestra época.

*Escritora, integrante de un cartel de la EOL Sección Rosario.

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