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Jueves, 10 de diciembre de 2015
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Llorar, un acontecimiento más allá de las palabras

Lágrimas, ese enigma del cuerpo hablante

Por Marie-Hélène Brousse*

Imaginen una persona que casi nunca llora -cinco veces en su vida, a la que se puede calificar de larga-, no más a salvo de miserias humanas que cualquier otra vida. Como esta persona hizo un análisis y, además, consagró su vida al discurso analítico, a tal punto que se haya vuelto indisociable, trabajó desde luego sobre esta extraña particularidad sintomática, tanto más cuanto que, como analista, las lágrimas analizantes no le son ni desconocidas ni extrañas. Ella respeta a estas lágrimas, que a su vez la mantienen a raya. Le parecen familiarmente enigmáticas. Jacques-Alain Miller introduce el cuerpo hablante por un decir de Lacan: "¿Qué es el cuerpo hablante? Ah, es un misterio". Bruno de Halleux, en uno de sus testimonios, refiriéndose a las lágrimas, citaba la observación de su analista: es un enigma. Las lágrimas son un enigma del cuerpo hablante. Los atentados acaecidos en París, en enero y luego en noviembre, no habían suscitado ni la menor lágrima en esta persona. Dolor, cólera, tristeza, odio, amor, pensamiento, toda una gama de afectos, pero ninguna lágrima. En estas cinco veces en las que las lágrimas habían surgido y que constituían una serie, aunque fina, ella había buscado por largo tiempo un elemento común. Pero no tenían elemento común alguno. Lo único que habría podido deducirse de ellas era un "acontecimiento excepcional", feliz o desgraciado. Pero otros acontecimientos excepcionales no habían tenido este efecto, con lo cual la excepcionalidad no era el rasgo desencadenante. El acontecimiento, sin duda alguna. Las lágrimas, al ser un acontecimiento de cuerpo, tal vez respondían a un acontecimiento cuya naturaleza permanecía no identificada.

Las lágrimas son producidas en un lugar erróneo. Sin embargo, parecen ser más verdaderas que las palabras. Pero, entonces, ¿de qué goce son hermanas? Más allá de los límites de la piedad y del temor, de lo obsceno y de lo feroz, un goce del efecto de entropía, del desperdicio. Son producidas por la pérdida del sentido. Esta pérdida es raramente padecida en la realidad, mezcla de imaginario y simbólico que recubre para el parlêtre lo real del cuerpo vivo. Pero este espectáculo llega a producirla. En efecto, opera una disyunción entre el realismo, su evidencia inmediata, y lo real. La realidad se presenta allí del modo más despojado, y de esta presentación surge lo real, en tanto que efecto alcanzado en el espectador, sin estar nunca presente en la imagen que se le muestra. Son la manifestación de esta necesidad más fuerte de ex﷓istir, cuando se enfrentan al "Sería mejor no existir". ¿Cuándo corrió esta lágrima? Cuando el cuerpo, sin vida, una vez cubierto por una sábana, única concesión de un ritual simbólico, única debilidad de Castellucci ante lo real, es dejado en el suelo, solo, por el SAMU que se aparta. Fue necesaria esta evocación a mínima de un gesto simbólico fútil entre todos esos gestos técnicos útiles, para que lo real de la muerte del cuerpo separado de la palabra se divise un instante, en tanto que escondido por un velo. Le dejo la palabra a Castellucci: "Es aquí, en ese momento, que me parece más humano estar allí. Estar ahí esa noche significa que es necesario estar presente y vivo, ante los muertos". La lágrima era el triunfo del "estar ahí" del cuerpo hablante, en este momento de nuestra historia, pese a la discordia de los discursos. *Fragmento extraído de Psicoanálisis Inédito, www.psicoanalisisinedito.com virtual que dirige Lorena Buchner, también traductora del texto.

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