En el célebre capÃtulo II de su libro Más allá del principio del placer, Freud expone el juego de un niño como modelo de la compulsión de la repetición. Lo significativo es que esta descripción fuera elevada a la matriz desde la cual se pensarÃa toda teorización del juego en psicoanálisis: el llamado "fortda" se convirtió en el paradigma de la experiencia lúdica, al punto de que pocos analistas han podido escribir sobre el juego sin hacer referencia a las páginas indicadas. Ahora bien, ¿qué sentido tiene la descripción singular del juego de un niño?
Al igual que en sus historiales clÃnicos, lo singular tiene en la teorÃa freudiana un estatuto paradigmático, esto es, puede ser elevado a lo universal. Esto lleva a pensar un valor que supera la anécdota: ¿no hemos visto que el placer de arrojar cosas es algo constante en los niños pequeños? En efecto, este pareciera un acto primario, con un valor constitutivo en la experiencia del sujeto, dado que, en definitiva, este último se instituye a partir de esa negación fundamental que abre la distancia entre un adentro y un afuera. No sólo los niños ejercitan la negación a través de arrojar cosas, sino que también en determinado momento comienzan a negar con la cabeza, cierran la boca cuando se los quiere alimentar, etc. Dicho de otro modo, el fortda expone la constitución originaria del sujeto dividido, que se afirma negando.
He aquÃ, entonces, el sentido de esta descripción singular que, a su vez, permite entrever también el valor de la diferencia entre la versión primera y la forma completa (hacer aparecer) del juego. ¿No es un acto privilegiado en los niños el uso de la sabanita (y sus sustitutos según la edad: guardar cosas, esconder la cabeza en el agua, las escondidas, etc.)? En la versión completa del juego puede verse un segundo aspecto crucial: la relación con el deseo del Otro. Asà como el primer juego expone la desaparición con que nace el sujeto, su afanisis constitutiva, el segundo juego realiza el engarce de esta falta con una falta en el Otro. Puedes perderme es, entonces, la estructura básica en que se fundamenta la experiencia lúdica.
A partir de lo anterior puede entenderse por qué Freud sostiene que hecho este esclarecimiento puede convenirse en que la interpretación del juego se vuelve obvia. No se trata solamente de que el juego exponga una especie de renuncia pulsional, porque también aquel cuenta con su propia satisfacción, sino que la ausencia de la madre tiene un papel dispensable: "lo contradice la observación de que el primer acto, el de partida, era escenificado por sà solo..."
En esta referencia puede advertirse el punto de relevo de muchas teorÃas sobre el juego. Junto a la idea de que el juego serÃa una especie de simbolización, se consolidó la intuición de que el niño reproducirÃa activamente lo sufrido de manera pasiva. En efecto, esta orientación es incuestionable, nadie podrÃa dudarlo, pero peca de antianalÃtica; es decir, no hace falta el psicoanálisis para saber que aquello que le ocurre a un niño se refleja en sus juegos. Sin embargo, esto llevarÃa a pensar el juego más allá de sà mismo, esto es, reenviarÃa a una condición reproductiva, mientras que el juego se caracteriza por su fuerza productiva.
A continuación, fundado en la preeminencia del acto de arrojar, Freud destaca que podrÃa tratarse de una venganza de la madre. He aquà un punto que tiene cierta verificación clÃnica. De forma corriente vemos que los niños se desquitan con objetos, golpean mesas con las que se han golpeado; se trata de la base de lo que se ha llamado "animismo infantil". Sin embargo, esta interpretación psicológica tiene un fundamento estructural: esta particular conducta remite a la encrucijada de la subjetivación planteada, esa constitución dividida del sujeto que se afirma negando.
No se trata, entonces, de pensar que la madre sea la destinataria de la venganza (una suerte de reproche al Otro) sino de la separación como acto que instituye al sujeto, separación que no implica una caÃda del Otro sino la porfÃa respecto de su deseo.
*Psicoanalista.
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