Extraño a Lacan. "Usted no es la única, eso no la vuelve menos sola." ¿Quién me dirÃa hoy una frase como aquella, con la que un dÃa él habÃa acogido el sentimiento de exilio que yo le habÃa manifestado, ligado en ocasiones tanto como recuerdo a la aridez de ser mujer? Sus frases a menudo estaba fabricadas de esas torsiones que las devolvÃan y que, como deslizándose por un tobogán, lo hacÃan a uno pasar de una cara a otra y salir del encierro en el que se creÃa. TenÃan el arte de poner en continuidad el adentro y el afuera, como esos objetos topológicos rebeldes a la imaginación que llevaban nombres extranjeros: banda de Moebius, botella de Klein, crosscap, y de los cuales él hacÃa gran uso para deshabituarlo a uno de la manÃa de comprender. El mundo se veÃa como expandido, incluso cuando clamaba que hablaba a las paredes con un tono que iba alzando casi hasta la vociferación, y que recordaba al de Artaud. No se trataba de cualquier pared, sino precisamente de las del asilo, una tarde en la que hablaba del saber del psicoanalista en la capilla de SainteAnne. HabÃa agregado que hablar a las paredes lo hacÃa gozar, y que nosotros, su auditorio, también gozábamos por participación. El corazón me latÃa al oÃr en su voz un acento que pasaba de la ira sorda a la risa de un alegre saber, y creo que desde ese momento se decidió para mà algo que todavÃa persiste. ¿Lo llamaré transferencia? Aquella tarde, habÃa continuado hablando de la "carta de amuro" ["lettre d'amur"]. Esta consonancia entre el amor [amour] y la pared [mur] la habÃa tomado prestada de un poeta olvidado que habÃa citado: "entre el hombre y la mujer hay el amor, entre el hombre y el amor hay un mundo, entre el hombre y el mundo hay una pared". No hacÃa tanto tiempo que las paredes de ParÃs se habÃan cubierto de inscripciones, mientras que las antiguas barreras parecÃan hacerse añicos. El amor es lo que se produce cuando cambiamos de discurso, habÃa dicho también. ParecÃa que por esos años se respiraba más libremente. Para mÃ, llevarán por siempre un nombre: el año de "O peor", el año de "Aun", el año de "Los no incautos yerran", y el de "Joyce el Sinthome". De manera extraña, no es sino hoy que me doy cuenta que entonces él no dejaba de hablar del amor. Del amor y de la lógica, tÃtulo que dio a una conferencia en Roma, y a la que asistÃ. La grabación quedó perdida. Asà era él que, al combinar términos aparentemente tan disÃmiles, el pathos se desarmaba y la lógica misma se volvÃa erótica. De hecho, lo que le interesaba en la lógica eran sus fallas: sus impasses, sus infranqueables paradojas, allà donde se revela su incompletud, su inconsistencia. En suma, los torbellinos en los que los propios lógicos se pierden. Son las mismas paradojas que encontraba en el amor, cuando éste se vuelve serio y exige rigor, como en los mÃsticos, hasta el punto de no poder decir más nada sin contradecirse y hacer equivalente la perdición y la salvación. Es allà que, dice Lacan, alcanzamos "lo que deberÃa ser el amor, si eso tuviera el menor sentido". Esos puntos producÃan como un sifón por el cual se evacuaba el sentido. Es también por esos agujeros que desaparecÃa la esperanza de establecer relación alguna entre hombres y mujeres. Lacan nos invitaba a prescindir de ello para reinventar los juegos del amor, es decir, tal vez otra lógica que parta de lo imposible. La lógica de Lacan los liberaba de la comprensión, y de la obsesión de encontrar un remedio para todo. Lo irremediable tiene sus virtudes, que son inmediatamente aligeradas. Si me remito a la época actual, me parece que la caracteriza el aburrimiento con la que nos abruman sempiternos "problemas" que reclaman sus "soluciones". Nos asfixiamos bajo las soluciones, y lo que suponen de incurable buena voluntad (¿hay otra definición para lo "polÃticamente correcto"?), como bajo la manguera de incendios de los bomberos de la sociedad. En tiempos de Lacan, se concedÃa el derecho de pensar sin soñar con taponar los agujeros del universo con los faldones de su bata, según la definición de la filosofÃa dada por un humorista vienés. En efecto, la época era más teórica que filosófica: amaba los agujeros, y la lógica también. Y el pensamiento no se veÃa obligado a reducirse, por exigencia de los medios de comunicación, a la dimensión del slogan publicitario de pañales, que propone una solución a los problemas de las filtraciones. El espacio que se habÃa abierto hoy se volvió a cerrar. Sin duda, Abélard tenÃa razón al decir que el lógico es "odioso para el mundo". El gusto por la teorÃa no excluÃa el de la experiencia. La experiencia psicoanalÃtica, como Lacan la llamaba, no dejaba de hacerse eco de la experiencia interior de Bataille. Se lanzaba allà a fondo perdido, apostando todo para ver hasta dónde irÃa, hasta qué punto de tope o qué apertura imprevisible. Estamos entonces lejos de la psicoterapia. Esa apuesta era la transferencia, amor no tan habitual porque nos llevaba directo a volvernos partenaire del Otro, ese Otro cuyas fallas eran objeto de la lógica lacaniana. En esos parajes, sucedÃa que se encuentra lo que Lacan llamaba el verdadero amor, que nace de los signos de lo que en cada uno marca la huella de su exilio.
*ArtÃculo publicado ayer, 06/01/2016, en blog Psicoanálisis Inédito de Lorena Buchner, quien traduce la presente nota.
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