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Jueves, 4 de agosto de 2016
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El juego infantil es un acto que escapa a la delimitación cronológica

La experiencia erótica de ir a jugar

El juego que importa al psicoanálisis no es el que significa
algo, porque ya es en sí mismo una interpretación que
toca la gramática del cuerpo. Es un modo de asociación libre.

Por Luciano Lutereau*
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El goce que instaura la experiencia lúdica constituye el erotismo del sujeto.

El juego infantil no es un acto entre otros. Incluso en el marco del psicoanálisis, el juego no es una técnica específica o una adaptación del dispositivo con adultos para el trabajo con niños. El juego es el modo en que los niños cumplen la regla fundamental del análisis, la asociación libre, entendida ésta como una manera de hablar diferente al de la vida ordinaria, de cada día, basada en actividades utilitarias.

La experiencia lúdica se caracteriza por cierta especificidad temporal: mientras que las diligencias cotidianas implican un tiempo predeterminado (de alguien que demore una hora para martillar un clavo diríamos que está haciendo otra cosa), el tiempo del juego escapa a la delimitación cronológica objetiva. "Ahora, de nuevo", podría ser la cifra que mejor exprese su carácter temporalizante; porque, por un lado, escapa a toda sucesión de instantes y, por otro lado, implica una noción propia de repetición.

Esta doble consideración podría dar cuenta de un hecho trivial, me refiero a la situación corriente en que un adulto busca arrancarle al juego su condición singular al preguntarle a un niño "¿Jugaste mucho?". El juego escapa a la duración, lo cual también se verifica en esa otra circunstancia en que ante el reclamo que un adulto puede formular (debido a alguna necesidad del tiempo objetivo), un niño responde: "Cinco minutos más". Es evidente que aquí no se está pidiendo una "cantidad de tiempo".

Ese "cinco" (de los "cinco minutos") delimita el verdadero objeto del juego: el tiempo de la repetición que, como tal, es el resultado de una operación de vaciamiento. El "otra vez" del juego no es nunca un "una vez más", sino una especie de "aun" o "todavía", con un valor puramente diferencial. El vacío con el que se juega es la más pura diferencia que está en la causa de la relación del sujeto con el tiempo.

Pienso en cuántas escenas con niños, que habitualmente suelen ser pensadas como "berrinches" o "falta de límites", podrían resignificarse y ser pensadas en términos lúdicos a partir de estas consideraciones. No hay mayor indicador clínico del carácter intrusivo del adulto en el juego de un niño que un desplante que, por abuso de "adulto-morfía", llamamos "capricho". Nunca dejará de ser sorprendente que Freud pudiera ver una escena de juego (que llamó "fort-da") ahí donde los demás veían un "hábito molesto" (sic).

Que el niño juega con el tiempo es algo que ya entrevieron varios filósofos, como Walter Benjamin, Emile Benveniste o Giorgio Agamben, con una lucidez mayor a la de muchos psicoanalistas. Pero si hay algo propio en la consideración psicoanalítica del juego, que ningún filósofo pudo entrever, es lo que Freud llamó su aspecto "económico", es decir, la forma en que la experiencia lúdica instituye los circuitos pulsionales de la infancia. Dicho de otra manera, que el niño juegue con ese objeto que llamamos tiempo o, mejor dicho, que transforme el tiempo en ese objeto que no es un objeto, sino que, más bien, es un resto que escapa a la totalización temporal; o dicho de otra manera, que la infancia sea un tratamiento del tiempo como resto (en el sentido, por ejemplo, en que Derrida acuñara la noción de "restance"), que hace del resto-del-tiempo un objeto que no es más que "nada" (esos "cinco minutos más"), da cuenta de un aspecto fundamental: el goce que instaura la experiencia lúdica constituye el erotismo del sujeto, sea que esa "nada" alcance a lo oral (como lo muestran las "damas" y otros juegos de "comer"), lo anal (presente en varios juegos de reglas), pero fundamentalmente lo escópico (basado en la función de la ilusión y el engaño) y lo invocante (articulado a la función del secreto).

Se juega siempre con un resto. Se juega para constituirse como sujeto. Por eso el juego que importa al psicoanálisis no es el que significa algo, o puede ser interpretado, porque el juego mismo es una interpretación, por sí mismo, que toca la gramática del cuerpo. He aquí un punto en que deberíamos distanciarnos de Freud. Si para éste la continuación del juego, en los jóvenes, se daba a partir de la fantasía como sueño diurno, cabría enfatizar que esta consideración freudiana se basa en el prejuicio que hace del juego una simbolización o una instancia de representación. Estas posiciones son triviales. El juego está más cerca de la experiencia erótica que de la hermenéutica.

*Psicoanalista. Reseña seminario en Psicología, Maestría en Clínica Psicoanalítica con Niños de la Universidad Nacional de Rosario.

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