Nueve, a lo sumo diez años, habré tenido cuando conocà a Borges. Fue por televisión, poco después de la llegada del hombre a la luna. Lo sé porque las imágenes del astronauta plateado que saltaba ingrávido y las del escritor ciego que sonreÃa impávido ocupan anaqueles muy cercanos en mi tramposa memoria, junto a otros recuerdos Ãntimos y quizá censurables. Sin embargo, sospecho que la rara levedad del viajero espacial y la rara levedad de la voz del poeta pueden haberse confabulado para exagerar la proximidad entre ambos eventos.
Luego entré a la literatura borgeana por la puerta de Las ruinas circulares. Que la cascada voz del autor pereciera leerme esa historia sombrÃa que iluminó mi alma no me sorprendió tanto como el hecho de que su sonrisa, separada de su rostro como la del gato Cheshire, revoloteara por mi habitación hasta que llegué al punto final del cuento.
Con el tiempo, la voz de Borges dejó de acompañar mis lecturas de sus obras, pero aún hoy, medio siglo después, su sonrisa ondulante sigue tocando en mà una nota sensible. No creo que el enigma de esa sonrisa se esfume si me aproximo a ella. Tampoco lo pretendo.
Exactamente cuatro semanas después de las andanzas de Armstrong y Aldrin en suelo lunar, Borges prologó la reedición de su primer libro. Entre otras cosas, expuso lo siguiente: "No he reescrito el libro. He mitigado sus excesos barrocos, he limado asperezas, he tachado sensiblerÃas y vaguedades y, en el decurso de esta labor a veces grata y otras veces incómoda, he sentido que aquel muchacho que en 1923 lo escribió ya era esencialmente -¿qué significa esencialmente?- el señor que ahora se resigna o corrige. Somos el mismo (?) Para mà Fervor de Buenos Aires prefigura todo lo que harÃa después".
Algo parecido dijo en una entrevista televisiva que le hicieron en España poco más adelante.
Si bien la idea de un libro que se dilata y se ramifica ya habÃa sido sugerida por él mismo un año antes, en el cuento llamado El libro de arena, la imagen aquà empleada más bien sugiere la de una de esas estructuras que Mandelbrot definió casi al mismo tiempo. Me refiero a esas formas denominadas fractales, que se desarrollan sin dejar de ser autosimilares, en una suerte de mise en abyme (puesta en abismo) montada al modo de un árbol cuyas ramas tuviesen con el tronco la misma relación que las ramillas tienen con cada rama, que los tallos tienen con cada ramilla, y asà en lo sucesivo una y otra vez.
Con razón se dirá que Borges exagera y que una pesquisa atenta podrÃa demostrarlo. No obstante, considero mucho más fructÃfero indagar lo que sus dichos tienen de verdadero. Mientras ello no me induzca al desvarÃo sostendré, con él, que el libro de 1923 contiene "una escritura secreta que está entre las lÃneas de la escritura pública" y en la cual su obra ulterior está cifrada.
*Fragmento de Borges, la escritura secreta y la sonrisa ondulante, publicado en el libro de reciente edición El arte de lo real, de la Colección Literatura y Psicoanálisis de Letra Viva, que han compilado y escrito Natalia Neo Poblet y Guido Idiart.
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