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Jueves, 13 de octubre de 2016
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Aproximación a una estética de la caricia desde el psicoanálisis

El lento aprendizaje de la ternura

Los niños no acarician. Cuando tienen que hacer "mimos" suelen revelarse torpes, y tenemos que "enseñarles" a acariciar a otro niño, o incluso a un animal.
Y además es el primer acto exogámico, ya que no se puede acariciar a los padres.

Por Luciano Lutereau*
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La caricia es un acto desinteresado que trasciende la esfera de lo propio.

Se puede acariciar con cualquier cosa, pero la caricia es una función específica de la mano. La mano de una niña puede ser una boca, como ocurre, por ejemplo, en ese juego de "comer con las manos" en el tablero de damas; pero la figuración sería más lograda si la boca pretendiese acceder al don de la caricia.

La caricia es un acto desinteresado que, si bien tiene una condición material, trasciende la esfera de lo propio. Pero, ¿cómo se constituye esta trascendencia? Porque, en todo caso, en el acto de acariciar se presenta una coexistencia, antes que un reconocimiento; una convivencia en el cariño, por la intimación con el Otro. Nadie acariciaría una cosa.

En la caricia la mano renuncia a su más noble designio (la posesión) para condescender al abismo de la piel, propia y del Otro (de la piel propia en tanto que piel del Otro). Por eso la caricia no busca nada en el cuerpo del Otro, y sólo por una degradación apresurada podría confundirse el acto amoroso con la intención de comer al Otro (a besos, la boca, etc.), porque la caricia es, singularmente, deseo de nada o, mejor dicho, la nada del deseo que busca al Otro más allá de cualquier determinación parcial.

En la caricia, el sentir se entrelaza reversiblemente, y a la anticipación de la carne que va en busca de un cuerpo le sucede encontrarse con una carne que surge donde, en principio, no había más que un cuerpo.

A partir de lo anterior, y de regreso a la imagen inicial, podría concluirse que la ternura no parece un rasgo espontáneo de la infancia. Podríamos dar cuenta de este enunciado a través de una pequeña observación: los niños no acarician. Es un hecho ostensible, ya que cuando tienen que hacer "mimos" suelen revelarse torpes; es algo que vemos, por ejemplo, cuando tenemos que "enseñarles" a acariciar a otro niño, o incluso a un animal, etc. Todavía queda por escribir una estética de la caricia que extraiga sus consecuencias para el psicoanálisis. Aquí sólo quisiera mencionar tres líneas de trabajo.

Por un lado, la caricia es el acto tierno por excelencia. Antes que pensar si se trata de un gesto espontáneo o no, lo importante es considerar que su inscripción psíquica surge en la adolescencia. Son los adolescentes a los que vemos ejercitar esta destreza erótica (con la mano, el beso, etc.) mucho antes que la relación sexual genital.

Por esta vía, en segundo lugar, vuelve a ser un problema considerar la sexualidad preliminar (basada en la caricia) como algo destinado hacia el placer genital, sin por eso recaer en una interpretación de ese recurso independiente como una forma de perversión. Quizá haya sido éste el escollo de Freud con la ternura.

Por último, la caricia es el primer acto exogámico. No se puede acariciar a los padres. He aquí la vigencia de la ley del incesto. Sólo se puede acariciar a partir de la eficacia psíquica de la diferencia sexuada (que en el niño está velada a través del saber de las teorías sexuales) que llamamos "castración". Por lo tanto, nunca podríamos considerar que la masturbación consista en el acto reflexivo de "acariciarse".

*Psicoanalista. Miembro del Foro Analítico del Río de La Plata.

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