Es interesante la combinación del término "equÃvoco" con objeto, porque el adjetivo "equÃvoco", que en este caso califica al objeto en el tÃtulo, es lo que designa propiamente a lo que introduce el significante, sin el cual no habrÃa ningún tipo de equÃvoco.
La presencia de dicho objeto se comunica plenamente bajo la forma de la angustia, y es casi inevitable que alguien se angustie frente a la angustia del otro. De ahà la fantasÃa común de que los analistas viven desbordados por la angustia, esa que les llega a baldes de parte de sus pacientes. ¿Pero es asÃ? En primer lugar, si fuera asÃ, bien poco podrÃa hacer el analista confrontado con la angustia de sus pacientes. Desorientado, porque la angustia no engaña pero sà desorienta, nada podrÃa hacer para darle una dirección de la cura posible si no contara con esa otra función del objeto que se nombra deseo del analista.
Me refiero a lo que Lacan califica como su único invento, el objeto a, cuya única traducción subjetiva, según el mismo Lacan, es la angustia. ¿Qué cosa es este supuesto objeto designado por una letra, a la manera de una escritura algebraica? En este "objeto" marcado por una letra, que no por nada es la inicial de autre, "otro" en francés, más que tratarse de un objeto en el sentido habitual del término, se trata más bien del "objeto" que designa la falta de objeto.
En relación con esta falta de objeto, que implica un no saber radical respecto del objeto que nos lleva a todos los engaños, la angustia es lo que no engaña, es lo que se impone sin dar lugar a dudas. Pero justamente, la angustia tiene dos caras al respecto, una que paraliza y desorienta, y otra que, haciendo lugar a la orientación del deseo, impulsa al acto. De ahà que Lacan defina al acto como el hecho mismo de arrancarle a la angustia una certeza.
Claro que habrÃa que decir, por un lado, que si hay que arrancarle una certeza quiere decir que la verdad que supone dicha certeza no cae de madura ni mucho menos, porque justamente hay que arrancarla. Y por otro lado, también habrÃa que decir que esto significa que la certeza no es en absoluto lo mismo que la verdad, porque en la certeza se trata, en todo caso, de una "verdad" oscura, opaca, que no se sabe como tal, es decir, de una "verdad" de la que no se puede dar cuenta, por la cual no se puede responder.
En este sentido, por supuesto, vemos que tener una certeza desconociendo sus razones, es más bien inquietante, incluso angustiante. ¿Pero por qué tendrÃamos que conformarnos con una certeza? ¿Por qué no podemos esperar encontrar la verdad? Es cierto que, tratándose del deseo, esa verdad no es clara y evidente, como pretende Descartes, sino, más bien, oscura, siniestra y extraña como nos enseña Freud.
* Psicoanalista. Miembro de la Escuela Freudiana de la Argentina.
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