La última década está marcada por el surgimiento, en varios campos disciplinares, de un sinnúmero de estudios y producciones diversas (artÃculos, libros) que ponen en evidencia efectos nefastos de la civilización actual sobre los lazos afectivos, las figuras de autoridad, el respeto por el semejante, la valoración de los individuos. Muchos sociólogos, entre los que quiero mencionar a Zygmunt Bauman, definen con claridad las consecuencias de dicho estado de cosas sobre la actual condición humana: segregación y marginación social progresiva, fragilidad de los vÃnculos amorosos, aumento del vagabundeo y la condición de "residuos humanos", recrudecimiento de polÃticas de confinamiento, y la liquidez y superfluidad que caracteriza la vida humana hoy. AsÃ, la precariedad y la incertidumbre se tornan definiciones de la forma de vida actual, que se ponen en juego desde la llegada al mundo. La antigua tarea de "humanización" y socialización del niño parece haber dejado su lugar a una "deshumanización fÃsica y mental" cada vez mayor.
En este justo punto se produce un encuentro entre esas exploraciones sociológicas y aquellas que los psicoanalistas prosiguen desde hace tiempo, sirviéndose de los aportes del psicoanalista francés Jacques Lacan. En los años '50, en pleno desarrollo de la escritura del Edipo freudiano en términos de metáfora (paterna), con el privilegio que asignaba a la inscripción del Nombre-del-padre, ya anticipaba consecuencias clÃnicas dependientes de los avatares que el lugar de lo paterno sufriera en la cultura: "Dentro de dos o tres generaciones, ya nadie entenderá nada, nadie dará pie con bola, pero, por el momento, en conjunto, mientras el tema del complejo de Edipo permanezca ahÃ, preserva la noción de estructura significante, tan esencial para ubicarse en la neurosis".
Años más tarde, en su Seminario del año '74, "Los no incautos yerran", retomarÃa la cuestión, al situar la época como marcada por la pérdida de la dimensión del amor -que involucra el amor al y del padre- señalando que a partir de la caÃda del valor de la nominación paterna un nuevo orden, un "orden de hierro", rÃgido, inflexible, vendrÃa a instalarse para el hijo, trayendo como consecuencia una mutación subjetiva y una degeneración catastrófica, con el surgimiento de una nueva especie de seres hablantes, los cuales no serÃan ni neuróticos ni psicóticos, ya que al dejar de prevalecer el nombre del padre en la cultura, no se tratarÃa ya de su inscripción o su falta, sino de un nuevo paradigma en la nominación.
Las dos o tres generaciones a las que se referÃa Lacan en el '56 ya han pasado y sus palabras del '74 cobran valor de vaticinio cumplido. El impacto de esta situación llega a todos los campos que se ocupan de la llamada "salud mental", originando intentos de respuesta ante casos de difÃcil diagnóstico, que ya no responden a los viejos paradigmas clÃnicos.
Es lo que hemos podido verificar en una lectura crÃtica de los efectos de dilución diagnóstica de las categorÃas psicopatológicas que orientaban diversas terapéuticas y el surgimiento de una multiplicación de trastornos (con la sustitución del concepto de sÃntoma) -tal como queda reflejado en el DSM IV- con la proliferación de "etiquetas" que se alejan de la pregunta por la causa que estaba en el centro de las estructuras freudianas.
Lo que nos interesa destacar hoy son los efectos de este nuevo estado de cosas en nuestro campo. Para ello, proponemos retomar lo que, partir de 1998, en el interior de nuestros propios avances, Jacques-Alain Miller introdujo en la Convención de Antibes con la noción de Psicosis ordinaria, noción con la que se mantendrÃa, por un lado, la categorÃa de "psicosis" pero, por otro, da cuenta de una novedad concerniente a sus formas de presentación y armado - donde no encontramos las "clásicas" psicosis desencadenadas, ubicando distintos modos de enganche y desenganche que, en ocasiones, no es sencillo detectar. El paso de los antes "casos raros" a que resulten cada vez más "casos frecuentes", puede facilitar un efecto de "ordinarización" -aplicación del diagnóstico de psicosis ordinaria- ante la desestructuración de las neurosis.
Es que las nuevas formas de nominación de las que hablábamos al comienzo pueden llevar a modos de presentación no clásicos, por la dilución del amarre en lo simbólico: sin la brújula del amor al padre, sin una relación fuerte al saber inconsciente, la inhibición y la angustia se vuelven modos fenoménicos habituales; como también lo son las prácticas pseudo perversas en vÃnculos amorosos lábiles, o problemáticas narcisÃsticas vinculadas a la inconsistencia de la imagen especular.
Es por ello que debemos cuidarnos de no favorecer con demasiada frecuencia el deslizamiento hacia un juicio preventivo de una posible psicosis ordinaria, allà donde, por ejemplo, harÃamos desaparecer la histeria, con un efecto de "liquidez"... en nuestros propios abordajes.
En conclusión, admitiendo que nos encontramos dÃa a dÃa con casos de más difÃcil diagnóstico y con posiciones subjetivas inusuales, lo que complejiza nuestra intervención, proponemos abordarlos apoyándonos en el legado freudiano, que preserva una posición ética en nuestra práctica, sostenida por la función que otorgó a lo que llamó transferencia, y que implica tanto que el analista se deje usar (1), sin deponer el arte del diagnóstico, que toma a cada caso como único, a resguardo de su dilución en cualquier categorÃa o clasificación -sea clásica o moderna. El modo de operar con ello solo puede discutirse a la luz de cada caso clÃnico.
(1) "Este objeto-psicoanalista está disponible -disponible en el mercado, como solemos decir- y se presta a usos muy diferentes a aquel que se concibe bajo el término de "psicoanálisis puro" (...), versátil, disponible, multifuncional....". Miller, Jacques-Alain: El Caldero de la Escuela nº 69.
* AME de la EOL. Docente del Instituto ClÃnico de Buenos Aires.
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