El elogio de la presidenta Cristina Fernández al actual sistema electoral santafesino volvió a poner la mirada sobre la ley que debutó en los comicios de 2007 en Santa Fe. El reemplazo de la Ley de Lemas era una urgencia polÃtica que pocos dirigentes del peronismo alcanzaron a detectar. Por eso a Jorge Obeid le generó más de un disgusto haber firmado el certificado de defunción de la norma que tantas satisfacciones le dio a su partido. Pero estaba claro que no habÃa más espacio para el sistema de doble vuelta electoral que terminaba violando un principio democrático tan elemental como es el de "gana el que más votos saca". La sumatoria de sufragios entre sublemas generó todo tipo de abusos en el uso de la ley que -aunque parezca mentira aún mantiene, aunque en secreto, sus defensores.
La Ley de Lemas surgió a fines del gobierno de VÃctor Reviglio como una "solución" a las sangrientas internas partidarias -sobre todo del peronismo que terminaban por ungir candidatos que manejaban el aparato partidario y por segregar a otros de mejor perfil en el electorado, pero que no lograban llegar a ponerse el traje de candidato. Después del romance retomado en 1983, apenas seis años después, comenzaba la condena a la partidocracia.
Fue en ese contexto en el que un sistema tan perimido como poco utilizado (la Ley de Lemas que habÃa sido furor en Uruguay), encontró el marco necesario como para crecer y desarrollarse. El contexto y también -se dice alguna que otra tentanción para legisladores que terminaron de definir por un puñado de sufragios la suerte de la nueva normativa electoral.
Asà como Obeid tuvo reproches por derogarla a fines de su último mandato, a Horacio Usandizaga también lo repudió su partido por apoyarla en 1989. Curioso: el candidato radical -que perdió con Carlos Reutemann los comicios a gobernador de 1991 por la sumatoria de esa nueva norma electoral- ya coincidÃa con el Lole aún antes de conocerlo. Basta recordar que después juntos armarÃan parte de la Corte Suprema provincial que aún subsiste, que Reutemann le consiguió trabajo al Vasco en el Enress cuando habÃa perdido su banca de legislador nacional y, finalmente, hace pocos dÃas, la confesión del actual presidente de Rosario Central de que votarÃa por Reutemann en los pasados comicios del 28 de junio. Lo que se dice un derrotero lógico y cercano para dos lÃderes conservadores que nunca se dejaron encorsetar por la ideologÃa de los partidos en los que militaron.
Con todo, el actual sistema de internas abiertas, simultáneas y obligatorias, está lejos de ser perfecto. En realidad, ningún sistema electoral lo es y en la evolución de los debates polÃticos y con el uso de cada una de las normas, se va tratando de encontrar el método que garantice más democracia, más institucionalidad. Pero den las vueltas que se den, no hay ni habrá más democracia o institucionalidad sin los partidos polÃticos. Esto es asà para la Argentina y el mundo entero. ¿Qué candidatos son más representativos? ¿Los que elige una interna partidaria que, necesariamente, amerita una construcción interna fuerte y una vitalidad de las fuerzas polÃticas?, ¿o un postulante seleccionado por la gente en una primera vuelta electoral ratificado o no luego, en la segunda vuelta? Para este último caso el precandidato no necesita estar enrolado en ningún partido. Si tiene recursos como para hacer una campaña polÃtica digna, estará en las mismas condiciones que otros. Como se ve, la respuesta no es fácil, no hay un método que nos "esterilice" de las malas prácticas polÃticas.
Pero sà hay una cosa que está clara, ahora que las urnas han hablado y han dicho que el paÃs se encuentra en una dispersión de poder que obliga al diálogo y al consenso. De los problemas de la polÃtica, sean de sistemas electorales, de representación o de gestión económica; se sale sólo con más polÃtica. En el paÃs que tuvo el más grande capricho polÃtico en aquel memorable "que se vayan todos", también es tiempo de reconciliarse con los partidos y con la polÃtica misma. SerÃa como reconciliarnos con nosotros mismos y con las respuestas a nuestros propios problemas. El diálogo polÃtico es tan difÃcil para el gobierno como para la oposición, por que es sumamente complicado para la sociedad toda.
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