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Domingo, 1 de abril de 2012
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Casi calcados

Por Fabián Di Nucci
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Antes

No dibujaba bien en la primaria ni era muy ducho en actividades prácticas. La polenta o la yerba, por ejemplo, se me pegaban, caprichosas, fuera de los límites de la figura previamente embadurnada con plasticola y el resultado daba para un regular más que un te felicito. Peor me salía cortar con la punta del lápiz diminutos pedazos de papel glasé de un color y luego otro, para ir cubriendo diferentes a partes de un dibujo (por decir, el Escudo Nacional). Trozos desparejos, bodoques mal ubicados o, cuando mi esfuerzo puntillista llegaba al lugar a cubrir, la zona había perdido la humedad adhesiva necesaria y el papelito no se pegaba. En el mejor de los casos, lo hacía más en la punta del lápiz que en la hoja base; o se daban vuelta, mostrando el blanco lechoso del reverso inútil del glaseado.

En cambio me gustaba calcar, agachado sobre la hoja, tratando de inmovilizarla mientras deslizaba el lápiz por el contorno de la figura transparentada y más o menos intuida tras la opacidad del papel.

Ahora, me parece, no se calca más. Con google maps es más simple, rápido e impactante. Pero había algo de magia en el surgimiento de la forma, tan esquiva para los malos dibujantes, delineándose sin otro truco que recorrerla sobre el papel vegetal a puro grafito blando.

Calcando hacíamos mapas. Aunque los hubiera en las librerías era una forma de aprenderlos o, como dirían los sicopedagogos, de aprehenderlos. Por supuesto se calcaba Santa Fe, la provincia. Una forma de bota clara y simple, donde Rosario y nosotros ocupábamos el taco. Después el país, mudo, para ubicar dentro la llanura pampeana, la patagonia, la mesopotamia, el nordeste, cuyo. También algunos ríos, como el Paraná.

Había otro mapa más, infaltable, y en la 617 de Carriego y Santa Fe, alias La Piojito, lo calcamos los siete años de la primaria. Era difícil porque estaba plagado de entradas y salidas, pedacitos de tierra aislados, salpicados al descuido, arrojados como al voleo en el mar pero, en conjunto, la silueta se te iba grabando como lo consiguen los logotipos de las mejores marcas.

Una vez terminadas parecían alas simétricas separadas por el estrecho de San Carlos. De un lado escribíamos, calcando también las letras, Isla Soledad; del otro Gran Malvina. No agregábamos otros datos. Y siempre que las dibujábamos nos contaban la historia: eran argentinas. Y tenían que devolvérnoslas los ingleses que las estaban ocupando por la fuerza.

Nadie dudaba de eso. Menos si mirábamos el mapa del mundo y comparábamos la distancia. No se dudaba que eran argentinas. Era una convicción sin contrastes, un sentimiento reposado, firme, seguro y sin alardes, ante la contundencia de esas alas en el agua, asomando a un centímetro de distancia y separadas por todo un mar del odioso país de los piratas.

Después

Durante medio siglo las fuerzas armadas argentinas abandonaron su razón de ser y se dedicaron a derrocar gobiernos votados democráticamente. Salvo para los cómplices, las personas honestas saben que los daños que nos evitaron hubieran sido preferibles a los beneficios que nos causaron.

Con miles de muertos y desaparecidos lo que viene detrás parece insignificante. Igual que los piratas de las islas, si el fundamento de usurpar fue tener como única virtud la fuerza ﷓y el perverso goce de aplicarla﷓parece inútil señalar otros horrores.

Sin embargo, con infinita capacidad de provocar dolor y destrucción, también nos legaron la guerra.

Y poco a poco, cuando se callaron los gomez fuentes, los partes y los comunicados, fuimos descubriendo un horror donde el heroísmo se mezcló con la tortura, la borrachera con el patriotismo y la convicción sin contrastes, el sentimiento firme y reposado, seguro y sin alardes, en una especie de vergüenza y frustración que debió "desmalvinizarse".

Ahora

Los intelectuales constituyen una categoría difusa, capaz de generar temor, admiración y desconfianza en dosis parecidas. En el peor de los limbos, la noción de intelectual argentino está pendiente de demostración ya que la predecibilidad de sus puntos de vista permite anticipar sin misterios cómo se posicionarán ante cualquier hecho opinable: inversamente proporcional al sentimiento popular del momento, sea cual fuere.

La tragedia de Once, como siempre que hay muertos, restó brillo a la última emanación de compromiso histórico propuesta por un grupo de personalidades ligeramente acusadas de intelectuales argentinos, y presentada como alternativa novedosa y superadora después de años de frustraciones diplomáticas, en vísperas de cumplirse 30 años del desembarco en las islas: ni más ni menos que la posición inglesa.

Nadie contaba con su astucia.

Simultáneamente en esos días deambulaban por nuestros pagos, entre tanto librepensador, dos conspicuos representantes culturales sajones aunque no hayan podido aún actuar con Miranda!

Los muy traidores, más indeciso uno más vehemente el otro, dijeron de las islas lo que ya sabíamos en la primaria y era una convicción sin contrastes, un sentimiento reposado, firme, seguro y sin alardes: el gobierno inglés las está ocupando sin otra virtud que la fuerza, y tarde o temprano, diplomáticamente y sin sangre, deberá devolverlas.

Curioso cruce de personalidades, piratas y pirateados, en una reveladora aunque pequeña y obvia compulsa de intelectuales, casi calcados.

Pero puestos a escoger, como ha dicho el Nano, me quedo con Waters y Morrissey antes que con Lanata y la Sarlo.

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