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Domingo, 26 de mayo de 2013
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El proxenetismo nunca debió ser festejado

Por Sonia Tessa

El pasado prostibulario de Rosario es muchas veces ensalzado. Esa mirada complaciente con aquellos lugares de explotación de mujeres, siempre vulnerables, tiene efectos en el presente: en esta ciudad, Juan Cabrera, el Indio Blanco, fue festejado como "emprendedor nocturno" cuando abrió el Palacio Berlusconi. Los mitos y prejuicios son moneda corriente: "lo hacen porque les gusta", dicen hombres acostumbrados a pagar por sexo. A ellos, la asimetría de una relación sexual a cambio de dinero les parece de lo más natural. Preguntarse por el deseo y la satisfacción de esas mujeres que compran como mercancía es tan impensado como preguntarse por su dignidad, las condiciones de su vida y su historia.

Esas ideas impregnadas en el sentido común sostuvieron un status quo que el secuestro de Marita Verón, hace once años, conmovió. Dejó al desnudo que no todas las mujeres lo hacen porque quieren. Ni siquiera aquellas que en un primer momento lo expresan así, se podría agregar, a raíz de trabajos realizados por la Oficina de Rescate a Víctimas y Acompañamiento a Personas Víctimas del Delito de Trata.

Que el proxenetismo es un delito, no debiera ser novedad. El país es abolicionista desde 1936, cuando se aprobó la ley de profilaxis, poco tiempo después del desmantelamiento de la red Zwi Migdal, de trata de blancas, como se nombraba entonces. Ya en 1949, la Organización de Naciones Unidas estableció un convenio para la represión de la trata de personas y de la explotación de la prostitución ajena. Argentina fue parte de ese documento. Es decir que la postura abolicionista tiene una fecunda historia en Argentina. Pero igual de añeja es la complicidad de varias agencias estatales con estos delitos. Los proxenetas pagan mensualmente a la policía, funcionarios de distintas administraciones e integrantes de la justicia, para "trabajar en paz". Además, muchos de los funcionarios son "clientes", es decir, prostituyentes.

Por eso, encarcelar a un proxeneta icónico de la ciudad lleva un mensaje político claro: se acabó la impunidad. Es un delincuente y eso no se festeja.

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