A comienzos de los años sesenta, yo cursaba letras en la Universidad de Buenos Aires. No era una estudiante de primera lÃnea y atribuÃa mi falta de entusiasmo a que en otras universidades, especialmente la de Rosario, enseñaban profesores que podÃan cambiarme la vida. Uno de ellos era Adolfo Prieto: más una figura imaginada que alguien a quien yo conociera. Creo que ni siquiera lo habÃa leÃdo ni escuchado aunque su nombre me llegaba con la fuerza misteriosa que tienen los trascendidos.
Dos o tres años después, leà su libro sobre la literatura autobiográfica y me di cuenta de que el "trascendido rosarino" era completamente justo. Prieto inauguraba un tema y, además, daba varias clases magistrales de literatura argentina. Durante la dictadura, la conocà a MarÃa Teresa Gramuglio. Ella, que habÃa estudiado y trabajado con Prieto en Rosario, me confirmó la exactitud de mi vieja hipótesis: yo habrÃa conocido mejor la literatura escrita en este paÃs y la de los viajeros que lo recorrieron si hubiera estudiado con Prieto.
Un poco antes, él habÃa leÃdo un trabajo mÃo sobre Evaristo Carriego y no le habÃa gustado nada, pero el hábito de la discreción respetuosa hizo que sólo me lo sugiriera y yo, con poco respeto y menos razones, mantuve intacto lo escrito.
Pasaron dos décadas y Prieto publicó El discurso criollista en la formación de la Argentina moderna, cuya originalidad se sostiene en la madurez de la mirada histórica y la lectura reveladora de textos que, aparentemente, no podrÃan suscitar entusiasmo, a los que, sin embargo, Prieto hace decir cosas fundamentales para interpretar una forma original de nuestra modernidad. Como su autor, un libro de austera inteligencia.
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