Roberto De Vicenzo compró facturas y preparó el mate en la mañana del lunes 27 de septiembre de 1976, para esperar a su esposa, Miriam Moro. Los dos eran militantes montoneros, y estaban en la clandestinidad. Ella habÃa salido la noche anterior a repartir volantes contra la dictadura, pero fue secuestrada en Villa Diego, cerca del frigorÃfico Swift. Cuando pasaron las horas, él empezó a desesperarse, llamó a Ana -la hermana gemela de Miriam , para que se movieran y se fue a esconder en la casa de unos amigos, Zuni y Miguel, que le brindaron cobijo. Las facturas quedaron allÃ, intactas. Esa misma tarde, Roberto concurrió a una cita, y lo secuestraron, en la zona de El Reloj, en Villa Gobernador Gálvez. TenÃan dos hijos y uno en camino. DarÃo, de un año y nueve meses y Gustavo, de siete meses, que tomaba la teta, quedaron al cuidado de tÃos y abuelos. A Miriam la tuvieron secuestrada un par de dÃas, la mataron, y la dejaron en Casilda, donde fue enterrada como NN. Su cuerpo se arrojó a una fosa común donde serÃa muy difÃcil encontrarla. Roberto tenÃa 24 años. Fue llevado al Servicio de Informaciones, y continuó desaparecido hasta marzo pasado, cuando el Equipo de AntropologÃa Forense identificó que era de él uno de los tres cadáveres que habÃan aparecido en un camino, a la altura de Barrancas. El sábado próximo, 23 de octubre, de 11 a 15, en el local del Movimiento Evita (Rioja 1065), será el acto de despedida del militante, cuyo cuerpo se trasladará al cementerio de Granadero Baigorria.
"Mi gran dolor es que no los puedo tener juntos, con todo lo que se querÃan", lamentó Ana Moro, la gemela de Miriam. Es que identificar los restos de Miriam es una tarea improbable, de modo que no podrán enterrarlos en el mismo lugar. Para Gustavo y DarÃo, la recuperación del cuerpo de su padre tuvo un altÃsimo valor simbólico. "Fue una emoción muy grande, nunca esperábamos encontrarlo, a pesar de que habÃamos ido a dar sangre para el ADN. Por eso queremos agradecer al Equipo de AntropologÃa Forense, al gobierno provincial y al nacional porque ellos lo hicieron posible", afirma DarÃo, que dirá muy poco durante la entrevista. Padre de dos hijas, a la mayor -de 12 años le puso el nombre de su madre, Miriam. La más pequeña de llama SofÃa. Gustavo también tiene dos nenas, Abril, de 10 y Lara, de 4. Cuenta orgulloso que la más chica fue la primera beba que nació en 2006. "Para nosotros es muy importante recuperar la identidad de mi papá. Estamos muy contentos y quisiéramos que toda la sociedad nos acompañe el sábado, porque no es una causa nuestra sino de toda la comunidad", dice Gustavo, con un entusiasmo contagioso.
Los dos saben desde pequeños lo que significa la pelea por los derechos humanos. Iban a las marchas por justicia en Rosario y Buenos Aires, incluso participaron de un escrache frente al Servicio de Informaciones, sobre el fin de la dictadura. También fueron a manifestarse contra el indulto que firmó Carlos Menem en 1990. La mamá de Miriam, Nélida Moro, y la de Roberto, Noemà Johnston de De Vicenzo, formaron parte de las Madres de la plaza 25 de mayo. Noemà sigue en pie, con sus dificultades. Concurre a los juicios, cuando puede, con su pañuelo blanco. Espera con fervor la despedida de lo poco que le devolvieron de su hijo.
Gustavo y DarÃo también esperan ese dÃa. La elección del lugar donde se realizará el acto no fue azarosa. "Estamos seguros de que Miriam y Roberto apoyarÃan este proyecto nacional y popular. Allà están sus compañeros", dice Ana. Uno de los presentes será el diputado provincial y dirigente del Movimiento Evita, Gerardo Rico, que estudió, jugó al rugby y militó con Roberto.
Unos minutos antes, una compañera le acercó a Ana la ampliación de una foto de su hermana y su cuñado, para usar el sábado próximo. Ella mira la imagen, la toca. Miriam tiene una sonrisa contagiosa. El parecido con su hermana es asombroso, aún 34 años después. Se acercan también tres de las Madres, interrumpen la ronda durante unos instantes para posar con la foto de aquellos que no son sus hijos pero podrÃan serlo. Todos lo son. Norma Vermeulen, Matilde Chocha de Toniolli y Elsa Chiche Massa iluminan la imagen. La tarde es desapacible, parece que va a llover, refrescó. Ellas están ahà como siempre, desde hace 34 años, dando testimonio.
Gustavo las trajo en el taxi. Es su tarea. Fiel a su historia, milita en el espacio Juicio y Castigo. Siempre honró aquella militancia. Cuando comenzó la secundaria, en la escuela Las Heras, contó su historia, quiénes eran sus padres. Fue elegido delegado tres veces, también como presidente del Centro de Estudiantes. Impulsó la exhibición de la pelÃcula La Noche de los Lápices. Siempre le tocaba discutir con algunos compañeros, pero él insistÃa. Participó en la formación de la ESU, Estudiantes Secundarios Unidos, que en 1991 y 1992 organizó marchas contra la ley federal de educación. "Todo eso me hacÃa acercar a la militancia de mi papá", dice ahora, orgulloso de seguir la lÃnea. Después, fue a los escraches organizados por Hijos, aunque participaba poco de las reuniones. Llegó un momento en que perdió el rumbo, anduvo por la calle, consumÃa sustancias que lo dañaban. Hace unos años decidió recuperarse, y recuperar más activamente la historia de sus padres. Ahora estudia Historia, donde también planteó su propia historia. Le agradece a su mujer, Cintia. El jueves, como todos los jueves, está en la plaza, ansioso por el acto del sábado.
DarÃo y Gustavo son querellantes en la causa DÃaz Bessone, ex Feced, donde se juzga el asesinato de Roberto. "Para mÃ, los juicios tienen un valor muy grande, porque creemos que es importante que los genocidas vayan presos, no sólo para que paguen por lo cometido, sino para que la sociedad sepa que cuando se comete un crimen, hay castigo, para que no haya impunidad", dice Gustavo.
Ana es, además, testigo. Como fue testigo del amor y la militancia de Miriam y Roberto. Miriam jugaba al hockey. Ana todavÃa lo hace. Roberto también era deportista. Rugby, fútbol, también hockey. "Era una persona sincera y transparente. QuerÃa tanto a mi hermana", dice Ana.
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