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Jueves, 21 de octubre de 2010
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Declararon Adrián De Rosa y María Virginia Molina

"Somos los sobrevivientes, por eso hablamos"

Por Sonia Tessa
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De Rosa y Molina se abrazaron al finalizar sus testimonios.

"A esa persona en particular, (José Rubén) Lofiego, lo vi a través de la venda y por eso pude reconocerlo en Tribunales", respondió paciente Adrián De Rosa, que cerró ayer la primera semana de testimonios en el juicio oral y público de la causa Díaz Bessone. La pregunta de Gritzko Gadea Dorronsoro, el defensor del torturador apodado "El Ciego", acusado por delitos de lesa humanidad, fue cómo De Rosa había podido identificarlo en una rueda de reconocimiento en los Tribunales, en 1984. "Además, lo vi en dos o tres oportunidades, por pequeños orificios de la venda cuando les pegaba a otras personas", subrayó el testigo, que en 1976 tenía 16 años, estudiaba en la escuela Superior de Comercio y era militante de la Unión de Estudiantes Secundarios. Fue secuestrado el 24 de junio, y llevado al centro clandestino del Servicio de Informaciones que funcionaba en la jefatura de policía.

"Fui detenido por gente de civil y primero intento escapar, pero no puedo. Primero me dicen que son policías y en otro momento, referencian a las 3 A. Pensé: 'De acá hay que rajar', pero no lo logré", recordó ayer frente al Tribunal, cuando le preguntaron cómo lo habían detenido. El suyo fue el segundo testimonio de la mañana frente al Tribunal Federal Oral número 2, donde se juzga a Ramón Genaro Díaz Bessone y Lofiego por homicidio, privación ilegítima de la libertad, torturas y asociación ilícita. Sin acusaciones por homicidios, pero sí por el resto de los delitos de lesa humanidad, están sentados en el banquillo de los acusados Mario Marcote, José Scortecchini, Ramón Vergara y Ricardo Chomicki.

De Rosa fue llevado al SI, donde fue torturado, y recordó que estaba en el mismo lugar que Alfredo Vibono, Patricia Antelo y Esteban Mariño, tres testigos que declararon el martes. Entre los torturadores, mencionó al "Ciego", el "Cura" (Marcote), la "Pirincha" (César Peralta) y a otro apodado el "Psicólogo" (Héctor Gianola). De Rosa fue uno de los sobrevivientes que en 1984, en rueda de reconocimiento en la policía provincial, identificó a Lofiego. A De Rosa lo trasladaron a la cárcel de Rosario, y desde allí, a Coronda. Fue liberado el 28 de julio de 1978.

De Rosa terminó la declaración y salió a la vereda de los Tribunales Federales, donde fue aplaudido, al igual que ocurre con todos los testigos, por los compañeros y las compañeras que hacen el aguante en la puerta, como una marca de memoria viva.

En diálogo con Rosario/12, De Rosa consideró: "34 años más tarde de lo ocurrido, y 26 después de mi última declaración, creo que ya no hay justicia. Estos tipos tienen 70 años promedio, les van a dar perpetua y van a ir a la casa. Lo que pasa es que hay que conseguir una condena, primero por una cuestión personal de justicia y porque esto tiene que ser condenado. Segundo, porque hay un ex general en este juicio. Mañana alguno le quiere poner el nombre del general a una calle. Y cualquier persona se encuentra viviendo en la calle Díaz Bessone. No me jodas..." La otra testigo que declaró ayer fue María Virginia Molina, detenida el 23 de junio de 1976, en la calle, junto Vivono y Antelo. Tenía 17 años, estudiaba en la escuela Dante Alighieri. Compartía con los estudiantes de la UES las peñas, así como los encuentros en el bar Nino, de Mendoza y Oroño. Contó cómo fue la detención, y aclaró que no fue torturada, aunque sí escuchó de manera permanente las torturas a sus dos compañeros así como a otros. Mientras estuvo en el SI permaneció vendada. Luego fue llevada a la Alcaidía de la Jefatura, donde estuvo también con Laura Torresetti (quien dio testimonio el lunes) y Ruth González, que fue sacada de allí el 5 de octubre de 1976, y apareció muerta en la Circunvalación, en un enfrentamiento fraguado. El 12 de abril de 1978, recuperó la libertad. En 1986 se fue a vivir a Armstrong, donde es docente. Admitió que no había declarado al comienzo de la causa Feced, porque "tenía miedo, era una democracia incipiente". Hoy, valora la instancia del juicio porque "la palabra siempre es sanadora, desde algún lugar la palabra sana. Si no hablamos nosotros, que somos los que quedamos, quién va a hablar entonces. Somos los sobrevivientes".

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