Las seis mujeres no paran de hablar a borbotones. Cuentan una anécdota atrás de la otra, rememoran nombres, recuerdan caracterÃsticas de algunas compañeras. Es miércoles a la nochecita, y están sentadas alrededor de una mesa donde circula el mate. Están hablando de sus épocas de prisioneras polÃticas, y en medio de sus risas, relatan momentos lÃmites. "¿Te acordás cuando Mariana Crespo decÃa 'Verdugo, deje de maltratar a los presos'? -se dicen, para coser entre todas el recuerdo en retazos-. Cuando les pegaban a los comunes, nosotras lo veÃamos subidas a la ventana. Ella tenÃa un tono de porteña de barrio norte y gritaba. Nosotras le decÃamos 'callate, Mariana', pero ella seguÃa". Y se rÃen mientras imitan el tono de la compañera que murió hace pocos años. Estuvieron presas en la cárcel de Devoto durante la última dictadura militar. Muchas cayeron en el gobierno de Isabel MartÃnez de Perón. Todas fueron concentradas en ese penal a partir del 5 de noviembre de 1975, cuando el Ejército se hizo cargo de la represión. Si el Che hablaba de endurecerse sin perder la ternura jamás, ellas supieron soportar las peores condiciones sin perder la alegrÃa.
La defendieron tanto que se siguen riendo treinta años después, cuando están a punto de tener en sus manos el libro del que participaron, llamado "Nosotras, obra colectiva. Testimonio de 112 prisioneras polÃticas, 1974-1984". Esta semana, para el 30° aniversario del golpe, estará en las librerÃas. Saben también que durante la presentación -que será el 4 o 5 de mayo, en el teatro La Comedia-, no podrán evitar las lágrimas, se les quebrará la voz. Fueron encarceladas por su militancia, por haber puesto el cuerpo para construir un paÃs diferente. Y en el encierro tejieron un vÃnculo inquebrantable. "Más o menos, todas seguimos en contacto. Las anécdotas son para cagarse de risa. Lo dramático, lo cuestionable personalmente, o de organización a organización, eso se borró", cuenta Margarita Irurzun, una de las nueve rosarinas que participó del libro que se presentará en mayo en la ciudad. "Con algunas podemos haber pasado 30 años sin vernos, pero cuando nos encontramos con alguna compañera, hay algo tan fuerte en común", sigue la misma, y sigue Cristina Bolatti: "Hay una cuestión de lazo, de experiencia, de situaciones lÃmite, de sufrimiento". Se hace difÃcil saber quién dijo cada palabra. Cada una agrega algo, entre todas arman un relato fragmentario, con aclaraciones necesarias para que los de afuera puedan entenderlas, seguir el hilo. Cuentan de las estrategias de resistencia, las formas de comunicación dentro de la cárcel, hablan de los métodos de aniquilamiento de los represores, y de las redes que tejieron entre todas para evitar que cumplieran su objetivo. Sobre todo, en el apuntalamiento de las más débiles, aquellas que los represores señalaban para hostigarlas con más ensañamiento. Después del golpe, llegaron a ser más de 1.200 las detenidas polÃticas en la cárcel de Devoto. Y si al principio las dejaron acomodarse en las celdas y los pabellones (de 25 a 30 presas) como querÃan, después vinieron las calesitas, los cambios periódicos para evitar que se encariñaran demasiado. "Nosotras nos fortalecimos en el convencimiento de que la compañera que estuviera al lado era en ese momento la que más querÃamos", afirma Bolatti.
De la charla participan también Ana Esther Koldorf, Ema Lucero, Lelia Ferrarese y Charito, la hermana de MarÃa del Carmen Sillato. Cuando puede meter un bocadillo, ella cuenta cómo lo vivÃan los familiares. La requisa, el miedo, los viajes, y la solidaridad de los vecinos del barrio porteño de Villa Devoto. Las rosarinas que aportaron al libro se completan con Laura Ojeda, Marta Bertolino y Liliana Gómez.
Pero es difÃcil interrumpir la catarata de anécdotas carcelarias. Irurzun recuerda varios episodios de junio de 1977, cuando tres de las detenidas fueron trasladadas a Córdoba como rehenes para evitar un atentado durante el viaje del entonces presidente Jorge Videla. "Vinieron a buscarme a mà para llevarme al chancho (la celda de castigo). Menos mal que el guardia me dijo por mi nombre, porque yo no tenÃa voz", recuerda la movida que habÃan armado para resistir la ida de las compañeras. Ante los golpes en la pared que cada celda repetÃa a la de al lado, sabÃan que comenzaba el jarreo. Y golpeaban las jarras de aluminio contra las rejas, con un ruido ensordecedor. Entonces, a la otra señal, sobrevenÃa el silencio. Y entonces, una se dirigÃa a los "vecinos de Villa Devoto". Ahora, Margarita lo hace en un susurro, pero aquel dÃa gritaba para alertarlos sobre el traslado de tres compañeras. "La gente del barrio siempre fue muy solidaria con nosotras", recuerda. Charito agrega que también con los familiares.
Organizaban resistencia, tenÃan modos de comunicación de celda a celda, como el tornillo que sostenÃa las cuchetas en la cama, que atravesaba la pared de lado a lado. Ellas lo aflojaban, y se comunicaban. También lo hacÃan a través de la letrina, con las del piso de abajo. Durante mucho tiempo -tienen diferencias al recordar si fueron un año, dos, o más- les interrumpieron los recreos en el patio externo, apenas podÃan salir una hora por dÃa al interno.
El libro comenzó a escribirse en 1998, por una sugerencia del grupo de AntropologÃa Forense de la UBA, que resaltó el valor histórico de las cartas de las detenidas a sus familiares. Algunas iban por la vÃa oficial, y atravesaban la censura. Otras eran caramelitos, escritos con letra muy pequeña en el papel de los atados de cigarrillo, que antes habÃa sido separado del metalizado. Sobre el blanco se escribÃa y el otro se utilizaba para una primera envoltura. La segunda era de plástico, para evitar la humedad. Esos mensajes clandestinos se llevaban en la boca, dentro y fuera del penal. "Si los habré escupido para adentro de las celdas cuando limpiábamos", rememora Koldorf.
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