La placa sólo dice: "Acá descansan los restos de Palmiro Labrador, VÃctor Labrador, Tomás Labrador y Elida de López". Desde el jueves pasado, cualquiera que transite por la plaza 25 de mayo, la plaza de las Madres, podrá detenerse un segundo en memoria de una familia masacrada por los militares y una de las primeras Madres de la Plaza de Mayo que tuvo la ciudad. Palmiro, su compañera Graciela Koatz y VÃctor fueron asesinados por la patota de Feced el 10 de noviembre de 1976. Tomás falleció electrocutado antes de la dictadura militar, Miguel Angel Labrador continúa desaparecido. El acto de descubrimiento de la placa fue Ãntimo, con la ciudad en un ritmo inusual por el cierre de la campaña electoral, pero ellas permanecieron fieles a sà mismas. Las Madres hicieron su ronda como todos los jueves. Son cada vez menos, caminan con más dificultad, pero iluminan la ciudad con su ronda. Esperanza Labrador, a punto de volver a España; Lila de Forestello, Elsa Chiche Massa, Norma Vermeulen, Matilde Chocha Toniolli dieron sus vueltas alrededor del monumento central de la plaza, acompañadas por gente joven, por niños, por militantes históricos que comenzaron a pelear por justicia desde el corazón mismo de la dictadura militar.
Este jueves, el contexto era bullicioso: cierre de campaña, bocinazos y caminatas de distintos candidatos. Era difÃcil escucharse. Después de la ronda, se repartieron flores, y los asistentes se arremolinaron alrededor del pequeño monolito. Era casi imposible escuchar la voz disfónica de Graciela la Gallega RamÃrez, quien recordó a los Labrador, habló de Palmiro, los reivindicó como militantes heroicos. En un momento, la caravana de El cambio continúa pasó por calle Córdoba y sus participantes divisaron a esas mujeres. Se pararon a aplaudir. Ellas estaban ahÃ, paradas, recibiendo el reconocimiento que concitan en la mayor parte de los ciudadanos.
La ronda fue apacible, y más nutrida que muchos jueves. Las históricas militantes de derechos humanos, Alicia Lesgart, Ana Moro, Graciela La Gallega RamÃrez, Silvia White, entre muchas otras. Algunos Hijos, como Juane Basso, DarÃo De Vicenti y Nadia Schujman, con sus propios hijos: Pedro, Juana, Miriam y SofÃa. Las nenas juegan, piden jugo, se enredan entre las piernas de los grandes. Hay jóvenes del grupo de apoyo a Madres, como Marianela Scocco y Giuli Marinucci. Todos concurren al descubrimiento de la placa. Son unos cuantos más, cualquier enumeración es arbitraria. La mayorÃa, de fierro, está allà todos los jueves para que la ronda siga siendo el lugar de referencia que siempre fue. Más tarde, como siempre, se van todos a tomar gaseosa y cerveza en un bar de la última cuadra de la peatonal Córdoba. Hay sándwiches y unas masitas españolas que hace MarÃa Manuela Manoli Labrador, la única hija que Esperanza conserva viva, y su puntal en la pelea por justicia para su esposo, sus dos hijos, su nuera. Las Labrador pasaron dos meses en Rosario. Chiche Massa dice que las va a extrañar, porque en este tiempo le aportaron "vitalidad" a las Madres y al aguante que se hace a los testigos en la causa DÃaz Bessone.
El acto es breve, cuando las sombras se van apoderando de la plaza. Todos tienen sus flores para dejar al lado de la placa. Es la Gallega RamÃrez la encargada de hablar, pero su voz se hace inaudible en una de las zonas atravesada por la campaña electoral. La Gallega militó en los organismos de derechos humanos rosarinos desde la dictadura militar. Acompañó las denuncias, investigó el terrorismo de Estado en Villa Constitución, que considera "el tubo de ensayo del golpe". Entonces, contribuyó a la "denuncia del aparato represivo y la implicancia de la patronal, de Acindar, bajo el mando de José Alfredo MartÃnez de Hoz, que fue el ministro de EconomÃa de la dictadura". La democracia llegó con sus lÃmites, y la Gallega decidió irse a vivir a España en 1987, cuando las leyes de Obediencia Debida y Punto Final instalaron la impunidad. En España se encontró con Manoli y Esperanza Labrador, en el marco de la Comisión Pro Derechos Humanos de Madrid, contra las leyes de impunidad. Allà participaban Carlos Slepoy, entre otros. De allà nació la estrategia de la búsqueda de justicia universal, y las denuncias contra los represores argentinos ante el juez Baltasar Garzón. La primera denuncia fue por la familia Labrador, que era española.
En 1994, RamÃrez se mudó a Cuba, a apoyar la Revolución. "HabÃa una apuesta muy grande del imperialismo para destruir a Cuba, pero ahà está al Revolución cubana", relata RamÃrez, que ejerce el periodismo en Cuba, y coordina el Comité Internacional por la Libertad a los cinco patriotas cubanos detenidos en Estados Unidos. RamÃrez escribe un libro sobre la familia Labrador, que concibe como "un homenaje a esta familia de luchadores heroicos y todos los desaparecidos de Rosario". El libro tiene un nombre, Esperanza. "Es un libro conmovedor que contará la vida ejemplar de esta familia heroica. Estamos esperando el juicio por los crÃmenes cometidos contra los Labrador para terminarlos, porque no queremos concluirlo sin que se haga justicia", explicó RamÃrez, quien empezó a recopilar datos sobre los Labrador hace 5 años. La familia de crianza de Esperanza era cubana, y en poder de ellos RamÃrez encontró una carta escrita por Palmiro Labrador en 1965, donde preguntaba por el paradero del Che Guevara. En esa misiva, Palmiro relataba que habÃa una huelga en el Swift, y también decÃa que la Argentina debÃa un largo camino por recorrer hasta alcanzar el socialismo. Los Labrador tenÃan una fábrica de zapatos que fue desguazada por la patota de Feced. Miguel Angel fue secuestrado el 13 de septiembre de 1976. VÃctor Labrador, su hijo Palmiro y Graciela Koatz fueron asesinados el 10 de noviembre de ese mismo año. En apenas una semana, Esperanza y Manoli huyeron con lo puesto y lo que quedaba de la familia, al amparo del consulado de España en Rosario. Las acompañó el Embajador de España en la Argentina, para cuidar sus vidas. Apenas tres meses después, Esperanza volvió a buscar a su hijo Miguel Angel. Junto a Nelma Jalil comenzó a viajar a Buenos Aires para la ronda de la Plaza de Mayo. Nunca más se sacó el pañuelo, el mismo que sigue llevando orgullosa a los 89 años.
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