La Habana, domingo 19 de marzo de 1978, 12:34 A.M.
Cuando llegaron al Hotel Sevilla los estaban esperando: Roly, un hombre de unos sesenta años y otro que no llegaba a los cuarenta. Con su voz de gaita, Roly hizo de presentador. Maschin era el mayor, bajo, afilado. HabÃa combatido en la Guerra Civil española; luego de la derrota de los republicanos regresó a Cuba. Durante el almuerzo Tucho se enterarÃa de que "Maschin" era un apodo derivado de "Maschinegewehr", la ametralladora alemana MG 34. En el curso de un enfrentamiento legendario, le habÃa arrebatado una unidad a los fascistas y la usó prescindiendo del trÃpode. El otro se llamaba Milton. Los anteojos con armazón metálico gris carbón lo acercaban a un profesor universitario más que al curtido oficial operativo del Departamento de Seguridad Nacional que era. Maschin era una celebridad en el ambiente de los servicios cubanos de seguridad.
El Hotel Sevilla estaba situado sobre la calle Trocadero, a pocos pasos del memorial donde el Granma velaba sus huellas náuticas. Las arcadas y las paredes interiores recubiertas por azulejos habÃan visto pasar a Enrico Caruso, a Al Capone y a Josephine Baker.
-Debe de haber pocos hoteles en el mundo donde no se haya alojado Josephine Baker -dijo Maschin-. Estaban en el patio andaluz de la planta principal: puertas verde laurel, guardacantos azul cobalto, grandes macetones con plantas de none. No tardaron en llegar los mojitos con sus sombrillas de yerbabuena y a los pocos minutos -el almuerzo lezamiano-. Sopa de plátanos con maÃz frito sobrenadando; soufflé de mariscos con escuadrón de langostinos, alabardas de pargo y hombros de langosta; ensalada de remolacha y espárragos con mayonesa; y pavo al leño. Tucho pidió una piña Monte de Artemisa.
-AquÃ, seguro que en habitación compartida, si me permite señor Maschin- intervino Roly-, porque al cubano, niña pulposa que le pinta murumacas, niña pulposa que queda al campo-. Milton lo miró expirando amonestaciones por entre la luz de sus incisivos.
-Cuando estuvo por Cuba ya habÃa abandonado su identidad de salvaje erótica ataviada con platanitos, me has entendido?. Maschin miró hacia arriba como sorbiendo del pasado. "Era toda una cantante y en lugar de caderas y plátanos necesitaba modistos y vestidos". Roly estuvo a punto de agregar algo pero un movimiento destemplado de Milton se lo impidió.
-Quién iba a pensar que apenas diez años después, la Cuba de las vedettes y los casinos iba a transformarse en la de la revolución triunfante?, terció Papi, encarando rumbo al tema que le interesaba. Los empleados habÃan dispuesto sobre la mesa dos botellas de cerveza Hatuey de quince grados.
-Pero vea, caballero, la propia Baker sufrió aquella Cuba, me entiende?, se hizo un silencio de cripta. Tres años más tarde, Goar Mestre le canceló el contrato de la CMQ, con el cuento de que habÃa llegado tarde a cumplir con sus obligaciones. En realidad, la Embajada de los Estados Unidos la habÃa declarado persona non grata, como si se tratase de suelo norteamericano y no cubano.
-Gringo falsa baraja, más insignificante que un cinco de piquito entrando en la segunda vuelta de una mala mano- enfatizó Roly, mientras miraba a Milton. -No vamos a parar.
-...los que no van a parar son ellos -bajo el matorral de pelo blanco y sobre las alforzas de su guayabera de estreno cuajada de pezoncitos de nácar, los ojos de Maschin centellearon-. En qué no estarán pensando ahora! Si Castro decide asistir el año que viene al trigésimo cuarto perÃodo de sesiones de Naciones Unidas en Nueva York, como Presidente de Cuba y del Movimiento de PaÃses no Alineados, habremos de jugar en terreno ajeno, me entienden?, la astucia cascabeleaba en la entonación.
-Cómo definirÃan ustedes la originalidad de la contrainteligencia cubana?- preguntó Papi.
-Originalidad, ni ahÃ- Maschin tomó un sorbo de su mojito, casi niebla de ron. Apenas comÃa, al igual que Tucho-. Funciona asÃ: tú sabes lo que él quiere y él no debe saber qué tú quieres. Su inteligencia es su procedimiento, su rutina del engaño. Tu contrainteligencia es que piense que esas herramientas no le sirven o sencillamente no vienen al caso. Pero qué se lo voy a explicar yo al caballero aquà presente-. Giró su cuello frágil hacia la derecha, donde Tucho estaba sentado. -Un argentino me lo ha contado todo. AquÃ, ustedes no hablan de otra cosa, me entiende?
-Señor, usted es un verdadero profesional-dijo Tucho-. Yo soy apenas un cuadro revolucionario.
-Alguna vez no lo fui-Maschin parecÃa dudar-. Verán ustedes, caballeros, voy a relatarles algo. Porque compartir una experiencia no es cometer una infidencia sino socializar la ciencia. Como decÃa Trillo con la sonrisa de 'ustedes me entienden', podrÃa conformarlos con un "luego les cuento".
-En Cuba, el momento de jugársela todo al canelo, chico, es siempre-Roly se arrellanó, ufano.
-Trillo, decÃa, un heroico compañero que murió a manos del enemigo, "luego les cuento", cosa que desde luego nunca hacÃa, pero yo sà les contaré. Es parte de la misión de la CIA crear instrumentos preparatorios de una acción ejecutiva, eufemismo que emplean para expresar el asesinato- Maschin miró a derecha e izquierda como si necesitara algo-,me entienden?
-Hay documentación de la Agencia en nuestro poder que describen la acción ejecutiva como la capacidad general de estar a la expectativa para efectuar homicidios- la primera intervención técnica de Milton estuvo acompañada por el gesto de arreglarse sus anteojos de académico.
-De hecho- prosiguió Maschin con un balanceo de su cabeza de gallo, este episodio comienza en enero de mil novecientos sesenta y uno, antes de que Kennedy jurara como presidente. Ya habÃan fracasado varios intentos para eliminar a Castro, y la Agencia estaba convencida de que el motivo era el bajo nivel profesional de los ejecutores. Su posición podÃa resumirse en que, asesinando a Castro, podÃan salvarse muchas vidas. Tucho retrocedió a Funes, a la voz rajada en los bordes de Galtieri. Pensó en que la mesa tendida podÃa titularse "El último Almuerzo" y se aferró con una mano al vuelo del mantel a cuadros rojos y blancos. Papi notó lo cambiado que estaba; parecÃa un adolescente opaco y ensimismado.
-A comienzos de mil novecientos sesenta, nosotros habÃamos detectado que Juan Orta Córdoba, un elemento del sindicato del juego que fungÃa como jefe de las oficinas del mismÃsimo Fidel, estaba vinculado con gángsteres de Miami.
-Calvo, mamalón, chiva y tarrú de la CIA -Roly interrumpió con un arpegio de los tonos graves a los agudos.
-de Fidel -retomó Maschin-. La idea consistÃa en suministrarle unas pastillas venenosas para que se las pusiera en alguno de los incontables cafés que Castro tomaba al dÃa, o bien que le diera parte de ellas a otro traidor que trabajaba en el restaurante PekÃn, que el Jefe solÃa visitar.
-Si no se las hacÃa llegar Orta, lo harÃa la gente de Tony Varona -Milton tenÃa la entonación impávida del cirujano que pide dilatadores.
-Los comemierdas de la Agencia tuvieron problemas con la primera partida de pastillas -memoró Maschin- pero un segundo grupo superó los controles de calidad. En marzo del sesenta y uno la CIA fue informada de que las pÃldoras habÃan sido entregadas al funcionario cercano a Castro.
-Terminó por echar un pié! -se disparó Roly, en la gama chirriante de su instrumento sonoro-. Partirle la ventrecha fue poco!
-Cojones, me cago en la pinga, cállate! -dijo Milton como si fuese otro, vapuleando las palabras.
-No hubo modo de partirle la ventrecha a Orta, caballeros, no sé si me entienden. Pero porque a veces la contrainteligencia exige perder alguna pieza para alcanzar el objetivo -Maschin se relamió-. La cosa jamás debe ser de apaga y vamos, cada uno para su casa. Nosotros sabÃamos algo sobre el complot y Orta nos permitió saberlo todo y abortarlo. Sólo lo dejamos andar. Al final se acobardó y pidió asilo en la embajada de Venezuela. También lo hizo el gastronómico del PekÃn.
-Pájaros- murmuró Roly.
-No, asere, qué va, nada de maricones- era la versión ecuánime de Maschin-. La contrainteligencia aconseja tratar de pensar en primer lugar cómo tu enemigo estará pensando. Luego, debes hacer todo lo que esté a tu alcance para que no aprenda a pensar como tú lo estás haciendo -Papi escuchaba extático. También debes tener en cuenta que ningún plan es inalterable. Sà lo son los fragmentos individuales: la inteligencia, el resentimiento e inclusive el heroÃsmo, porque también nuestros enemigos tienen héroes.
-Cómo se actúa, me pregunto, para estar entre el enemigo y persuadirlo que no lo somos?- preguntó Tucho, con una sonrisa de cobre verduzco y húmedo en su quijada.
-Cuando comenzamos éramos muy pocos, de modo que la doctrina se fue construyendo medio peso sobre medio peso -dijo Maschin-. Por entonces, un compañero muy brillante nos enseñó que somos lo que hacemos y cómo lo hacemos, cosa que responde en parte a su pregunta, camarada, no sé si se entiende?. El camarero llegó con una crema helada de piña, coco rayado y leche condensada. En un frutero habÃa manzanas, peras, mandarinas y uvas. -Para nuestra causa, el trabajo no es un lugar en la vida, es el lugar de la vida -concluyó.
-Son arrojados, están convencidos, sienten alegrÃa-, pensó Tucho. adres que hicieron la Revolución, hijos de esos padres. Todos revolucionarios. O, como sea, la Revolución triunfó y casi todos desean ser triunfadores. En Argentina, la patria socialista no será acaso superior a la suma de todos nosotros? Siempre dijimos que nada harÃamos y que nada éramos sin el pueblo. Qué es lo que le estamos ofreciendo además de nosotros mismos? Los que le damos todo lo que somos, qué le pedimos a cambio Cuáles son los héroes que tienen los milicos asesinos? Dónde está su estirpe, su rango, su gloria? Nuestra suficiencia fue la que ambicionó la revolución? Los trabajadores habrán sido sólo el pretexto? La desdicha se lleva muy bien con las decisiones desdichadas.
-De ninguna manera! -dijo Milton, sacándolo de su ensimismamiento-. Ustedes son nuestros huéspedes, paga la Revolución. No son privilegios, son diferencias- alzó la copa de Havana Club Siete Años. Tucho la de piña, con desazón.- Por la clase obrera, compañeros! -. Todos levantaron sus cálices al cielo cuantioso de la tarde.
Quince minutos después, Maschin y Milton se habÃan despedido. De espaldas al Granma, Papi y Tucho conversaban con discreción. Roly estaba apoyado contra una columna.
-Entendés ahora la persecuta cubana con las pastillas?- Papi molió la sonrisa.
-Lástima no tener una "pepa" para el regreso.
-No la vas a precisar.
-Sà que la voy a necesitar, Papi- Tucho lo miró con ardiente impaciencia.
-Si vos pensás que la vas a necesitar- metió tres dedos en el bolsillo para monedas del bluyÃn-, entonces tomá la mÃa -la maravillosa menudencia de certeza, cuyo rojo brillaba bajo los gajos del sol, cambió de mano en un santiamén.
-Papi-. El abrazo no duró más porque le daba pudor la exuberancia.
-Vamos, sapingo, que te espero! -la exhortación de Roly llegó desde lejos.
Sin volverse atrás, en cuatro zancadas, Tucho lo alcanzó y los dos fueron hasta el Moscovi, estacionado frente al Capitolio Nacional.
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